Cigarrillos vietnamitas en Cuba, broncas entre diplomáticos para conseguir un poco de gasolina, y mucho humor para sobrevivir | Más se perdió En La Habana

Cola de vehículos a la espera de repostar, la semana pasada en La Habana.
Cola de vehículos a la espera de repostar, la semana pasada en La Habana.ADALBERTO ROQUE (AFP)

Se aparece Lázaro por casa muerto de la risa con una cajetilla de cigarrillos mentolados en la mano. Es una caja verde de marca Tourane, que en su costado pone: “Producido en Vietnam por Vinataba Da Nang. Para distribución exclusiva en el mercado cubano por Gran G S.R.L”. La advertencia en blanco y negro a los fumadores es del Ministerio cubano de Salud Pública: “Piensa antes de encenderlo, por tu bien y el de tu familia”. Lázaro, que dadas las circunstancias agobiantes que atraviesa el país desde hace tiempo todo lo habla en doble sentido, como los viejos trovadores de Santiago, dice: “Eso mismo, había que haberlo pensado mejor antes”.

Lo que sigue a continuación es una de sus sonoras carcajadas, que espanta a los vecinos y a mi hija, que está de exámenes. “¿Sabes cuánto cuesta la mierda esta?”, pregunta, y se contesta él mismo: “Pues 300 o 400 pesos, dependiendo del lugar, y el salario de un profesor universitario es de unos 4.000 pesos mensuales. Así que estamos jodidos: en el país del tabaco, cigarrillos vietnamitas”.

Lo dejo que largue, pues viene encendido. “Fíjate tú qué cosa, Cuba es también el país del café, y nosotros, que enseñamos a los vietnamitas a sembrarlo hace cuarenta años, hoy no producimos casi y ellos son los segundos exportadores de café del mundo”.

Le doy de beber ron, que para él es como una friega, y se calma un poco. Comentamos sobre el gran tema de estos días, el déficit nacional de combustible. No hay gasolina ni diésel en casi ningún lado y las colas que hace la gente para repostar son de varios días, sin seguridad de poder llenar el depósito. El escenario en todo el país es similar: la mayoría de los servicentros están vacíos, y los que tienen una mirringuilla de gasolina para despachar reúnen a su alrededor colas kilométricas de vehículos. “Es como un paisaje apocalíptico, de película post ataque nuclear, con las calles semivacias en días de trabajo, como si fuera fin de semana”, comenta Lázaro, que no tiene coche, pero dice que eso da igual.

“Al perderse el combustible, las guaguas del transporte público pueden tardar horas, y los pocos taxis que funcionan te cobran lo que les da la gana”, sentencia, y se pone de ejemplo a sí mismo. En venir de Centro Habana a Miramar, un tramo en el que normalmente emplea media hora, ha tardado casi dos. “Esto está de rúñeme mama”, bromea.

La grave escasez de combustible es preocupante, afecta a todo y a todos, y provoca escenas tensas y a veces delirantes. Como hay tan poco combustible que distribuir, la gente hace colas fantasma, por si acaso, y cuando un camión cisterna sale de la refinería las autoridades no dicen adonde va, para evitar que los espabilados hagan negocio y se forme un chanchullo y una reventa clandestina. Los choferes, explica mi amigo, han hecho chats donde se cuentan unos a otros dónde hay petróleo o donde va a haber, y en uno de ellos, un propio informaba así, en tiempo real y de madrugada: “voy siguiendo a una pipa [camión cisterna]… está bajando por la calle Paseo, creo que va para Paseo y Malecón. No, no, no… ha doblado por tercera, va para el Puente de Hierro….”.

Como la gasolina y el diésel se distribuye a cuentagotas, el Estado ha habilitado algunos servicentros para uso exclusivo de diplomáticos, otros para coches de turismo, otros para empresas extranjeras, y así. En estas gasolineras hay menos fila, pero aun así ocurren incidentes, como uno famoso sucedido la semana pasada en una cola diplomática, donde un ruso había “marcado” para todos los coches del consulado, y eran decenas. Los choferes de otras embajadas empezaron a protestar y tuvo que venir hasta la policía, pero el ruso seguía argumentando que tenía derecho y que además “ese petróleo” lo había enviado Moscú.

“Lo más nuevo ahora”, ríe Lázaro, “es que están robando las matrículas de turismo para ponerlas en los coches particulares y repostar ahorrándose el colón de los simples mortales”. Ya uno a estas alturas no sabe lo que es verdad o es mentira, o si es simple imaginación retorcida de Lázaro. Lo peor de todo, quizás, es la falta de información oficial.

En este tibiritabara de escasez llevamos más de dos semanas, y hasta ahora el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, solo había dicho que la situación era “compleja” y que no se sabía cuando se normalizaría la cosa, explicando que el país consumía diariamente entre 500 y 600 toneladas de combustible y que en estos momentos se disponía, aproximadamente, de 400 toneladas para todas las actividades (transporte y economía).

El lunes, después de que Lázaro regresase a sus cuarteles de invierno con algunos tragos de más, en el noticiero estelar compareció (por fin) el ministro de Energía y Minas, Vicente de la O. Explicó que el déficit se había producido debido a incumplimientos de los países suministradores y a la persecución enfermiza del bloqueo norteamericano, y que debido a ello “se tomó la decisión de sacar a la distribución capacidades disminuidas de combustibles”. Y agregó: “Se va a seguir sacando durante los días que quedan de abril una capacidad disminuida, que es bastante poca, por eso las colas que vemos en los servicentros. La situación tiende a una mejoría a partir de decisiones y negociaciones, suministradores que ya están cumpliendo con sus compromisos. Esa es una de las razones del retardo de la información”.

De la O no dio demasiadas esperanzas. “Hoy tenemos una mejoría que no quiere decir que vayamos a tener combustible como lo teníamos en el año 2017, 2018 o unos meses atrás. Esa no va a ser la situación en los días que quedan de abril y mayo. Vamos a seguir sacando combustible parcialmente, de una manera reducida para que no toque cero el suministro de combustible y se puedan garantizar los servicios vitales”.

No ha pasado un segundo desde el fin del noticiero y suena el teléfono. “Viste lo que te dije, gallego: había que haberlo pensado mejor”, dice la voz ronca de Lázaro al otro lado. Y escucho de fondo el sonido del hielo chocando en su vaso de ron, que en la calle es caro, pero hay.

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