Para el ser humano, los entornos acuáticos siempre han sido espacio de autosuperación y de salud. Sirva de ejemplo cuando Lewis Gordon Puhg nadó en el Monte Everest reivindicando el cuidado de la naturaleza. Y además, cuando la temperatura del agua desciende, se convierte en un gran reto.
Escribe Bonnie Tsui en su libro Por qué nadamos que nadar es también un ejercicio mental, y en el caso de hacerlo en aguas frías es, además, un ejercicio de valentía y de coraje; es tener lo que los finlandeses denominan “sisu”. Bañarse en agua fría provoca una respuesta en nuestro organismo que puede llegar a ser una experiencia dolorosa. Para los que viajan a los países nórdicos y desean tener esta experiencia, es común que se le aconsejen respirar despacio cuando se meten en agua fría. Se asume que la natación regular en invierno disminuye significativamente la tensión, la fatiga y el estado de ánimo negativo, incrementa el rendimiento en actividades vigorosas, y reduce el dolor en personas con reumatismo, fibromialgia o asma. Sin embargo, debemos ser conscientes de que la natación e inmersión en agua fría debe ser analizada con detenimiento, y no pasar por alto las evidencias científicas que hablan sobre el impacto favorable o desfavorable que esta experiencia pudiera tener en el organismo.
No todo el mundo es como Guðlaugur Friðþórsson, conocido como “el hombre foca”, que fue capaz de sobrevivir al naufragio de su pesquero, nadando más de 6 kilómetros hasta la costa, durante 5 o 6 horas, en aguas de 5 °C, guiado solamente por la luz de un faro. Después tuvo que recorrer descalzo tres kilómetros sobre roca volcánica helada, hasta llegar a una casa y ser trasladado al hospital, donde no presentaba síntomas de hipotermia, sino solo de deshidratación. Su historia de supervivencia fue motivo de una película en 2012 (The Deep).
Su proeza se conmemora desde 1985 en la Guðlaugssundið (nado de Guðlaugur), donde se nadan los 6 kilómetros que recorrió, pero en la piscina de Westman. Guðlaugur es un literalmente hombre foca, un selkie, ya que tenía una capa de 14 milímetros de grasa que le aislaba del frío, un espesor muy superior al que cualquier persona suele presentar. La Asociación Internacional de natación en hielo y la Asociación internacional de natación en invierno diferencia entre natación en agua helada (de -2 °C a +2 °C), congelada (de 2,1 °C a 5 °C) y fría (de 5,1 °C a 9 °C). Guðlaugur fue capaz de nadar en condiciones de agua congelada.
Pero, ¿qué supone nadar en esas condiciones? Analizando la literatura científica, el baño en agua fría tiene una larga tradición por sus supuestos beneficios. Es un reto para el organismo. Este tratará siempre de mantener la temperatura del cerebro y de los órganos principales del organismo, y para conseguirlo tiene que regular la temperatura corporal mediante la vasoconstricción que reduce la pérdida de calor y la distribución del calor mediante una circulación sanguínea caliente hacia las capas exteriores de la piel. También aumenta el gasto metabólico para producir calor a través de procesos de termogénesis, temblando para tratar de perder el menor calor posible.
El tejido adiposo subcutáneo actúa como un aislante, de ahí la importancia del grosor de la capa de grasa, siendo la región de tórax la más relevante en la pérdida de calor (acumula el 50% de la grasa subcutánea del cuerpo). Menos de un tercio de la grasa se acumula en los músculos de las extremidades y un 3% en manos y pies. Lo que tiene que quedar claro es que la respuesta a la inmersión en agua fría es muy individual, y pueden existir grandes variaciones entre las personas.
Recordemos que a mayor edad se produce un mayor déficit en el proceso de termorregulación, que puede producir una mayor pérdida de calor y provocar hipotermia. Es la población que vive en regiones árticas la que presenta una mejor respuesta adaptativa a la exposición al frío. En los campeonatos mundiales de natación en agua helada lo saben bien y en sus pruebas, sobre todo la prueba de 1.000 metros, considerada una de las más peligrosas, los socorristas y buceadores están muy pendientes de los problemas que pudieran surgir y cada participante tiene su vigilante.
Bañarse en agua fría provoca dos respuestas en el organismo. Por un lado, una respuesta al shock del frío que representa los reflejos que se producen por las señales de los termorreceptores cutáneos que producen una mayor bradicardia sinusal, un mayor jadeo respiratorio e hiperventilación incontrolable, así como la vasoconstricción periférica e hipertensión. Por otro lado, la respuesta al buceo o inmersión que se produce al mojarse enfriando la cara y las fosas nasales manteniendo la respiración, lo que produce un descenso de la frecuencia cardíaca, la vasoconstricción periférica, la inhibición de las neuronas respiratorias y la redirección de la sangre a los órganos vitales, así como la liberación de glóbulos rojos almacenados en el bazo. Ambas respuestas son opuestas, lo que en ocasiones contribuyen a una mayor incidencia de arritmias en sujetos sanos al sumergirse en agua fría. Sin la respuesta antagónica, el shock al frío es la respuesta que suele llevar al ahogamiento debido al descenso del riego sanguíneo en el cerebro que conduce a un mareo y desorientación.
Las personas que regularmente nadan en agua fría declaran que su estado de ánimo mejora, que desciende su nivel de tensión y la sensación de fatiga. En pacientes con enfermedades crónicas como el reumatismo, asma o fibromialgia, los baños en agua fría les aliviaba el dolor. Por lo tanto, el agua fría tiene sus bondades para la salud. Las curas con agua fría ya se recomendaban en 1851 en la Hydropatic Enciclopedia para las enfermedades crónicas. El uso de la hidroterapia ha sido empleado como método natural de mejora de funciones corporales como la función metabólica local, la velocidad en la conducción nerviosa, los espasmos musculares o por su efecto anestésico, luego es una opción para considerar, a pesar de no poder ser una opción general para todas las personas.
Existen también efectos negativos para la salud, y el más grave es la hipotermia, incluso una vez fuera del agua tras la finalización de la actividad. Es sin duda la mayor amenaza que tiene una exposición al agua muy fría. También existe la posibilidad de una respuesta neurogénica inicial tras exposición al frío, y si se está nadando, un descenso de la competencia natatoria que podría conducir a un ahogamiento.
La experiencia y el reto del agua fría, sea al ducharse por la mañana, al meterse en una bañera después del entrenamiento, al nadar en la piscina, lago o el mar, puede ser muy beneficiosa e incluso divertida. Tampoco hay que olvidar que es muy variable para las personas en función de la temperatura del agua, las condiciones en las que se lleva a cabo, los lugares donde se realiza, y las intenciones que se persiguen.
Si se ha decidido a incluir el agua fría en su vida, tal vez el consejo más importante es hacerlo después de haberlo consultado previamente con su médico, adoptando las medidas de seguridad necesarias, y si fuera necesario en ciertas circunstancias, protegiéndose contra el frío con materiales diferentes (traje, gorro, guantes), lo que hará que la experiencia de nadar en agua fría sea posible y satisfactoria. Seguro que también la consulta con un especialista en este tipo actividades sea una buena decisión.
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