Desde que la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, y su lugarteniente intelectual Carlos Moreno pusieran de moda el término “La ciudad de los 15 minutos” hace un par de años, la literatura científica relacionada con temas ambientales y de habitabilidad, los foros de urbanistas e incluso el World Cities Report de 2022 han puesto el concepto en el centro del debate. Hoy, todo urbanista moderno deberá defender —con razón— los postulados de esta escala: acceso a servicios de salud y educación, abastecimiento, ocio y tiempo libre y empleo. Todo a un cuarto de hora caminando o en bicicleta desde la vivienda.
Aunque este haya pasado a ser un eslogan en muchos casos, no llega a ser un objetivo fácilmente alcanzable en el corto plazo cuando se parte de un modelo que divide la ciudad en zonas distribuidas por callejones laberínticos o en forma de caracol, como es el caso en Estados Unidos y algunas urbanizaciones de América Latina. La ciudad de 15 minutos es más bien un tema de disciplina de largo plazo, una carrera de fondo, pues la planificación debe prever e institucionalizar temas tan complejos como la ordenación territorial, políticas de sostenibilidad ambiental, tráfico y transporte multimodal, y, sobre todo, participación pública en la toma de decisiones.
La frenética carrera por la dispersión urbana de la segunda mitad del siglo XX terminó por arrinconar a comunidades económicamente invisibles. También amplió distancias físicas y simbólicas
Este concepto, necesario a todas luces, sucede, en el ámbito discursivo, a otras muchas palabrejas pegadizas como ciudades inteligentes, accesibilidad para peatones, ciudad creativa, ciudad nocturna y ciudad startup. Acostumbrar a los residentes de una población a lograr equilibrios entre densificar y mantener espacios requeridos para tener una buena vecindad requiere de esfuerzos tan coherentes como constantes. Ahí es cuando los gestores municipales, políticos y vecinos se encuentran con otra cuestión desmoralizadora: qué tan cerca está su ciudad de ser París. La respuesta es obvia, París solo hay una.
El desarrollismo, la emergencia del brutalismo y la frenética carrera por la expansión urbana de la segunda mitad del siglo XX, terminó por arrinconar a comunidades económicamente invisibles. También amplió distancias —físicas y simbólicas—, premió al automóvil y jerarquizó el disfrute de la ciudad, dificultando o directamente negando el acceso a la ciudad a algunos residentes.
Por fortuna, el urbanismo es una disciplina viva, y en las últimas décadas han aparecido voces subversivas con las consecuencias aislacionistas, como el Nuevo Urbanismo en los años 80, el Crecimiento Inteligente a principios de este siglo y, más recientemente, los defensores de la creación de espacios.
Las metrópolis más vitales y democráticas son aquellas con mayor oportunidad económica, menor desempleo y donde a vecinos y ciudadanos se les respeta el derecho a la ciudad
Estas tres propuestas buscan acciones específicas de mejora urbana: el Nuevo Urbanismo pretendía recuperar el espíritu del pasado, planificando y diseñando calles transitables, viviendas y comercios próximos al espacio público y accesibles a escala humana. El Crecimiento Inteligente, por su parte, se enfocó en la incidencia del transporte y planificación de centros urbanos compactos y transitables para evitar dispersión, buscando incidencia política para lograr desarrollo regional. Finalmente, la creación de espacios dio un paso más, centrándose en la capacidad de crear y gestionar lugares de calidad para apoyar la socialización; el uso activo, accesible y confortable del espacio público; y la narrativa del lugar.
El liderazgo en la adopción de estas corrientes en Estados Unidos lo ha asumido principalmente el sector privado y la sociedad civil, a través de desarrolladores inmobiliarios, distritos de mejora de negocios y organizaciones promotoras de políticas públicas. Un buen ejemplo son los condados de Fairfax y Arlington en Virginia, y su capacidad para aprovechar de forma más flexible la importancia de formar parte del área metropolitana de Washington D. C. y las conexiones que se forman en la capital, tal como se puede constatar con el índice Social Capital.
Reston, distrito urbano de gestión privada en Fairfax, concentra las sedes regionales de líderes tecnológicos como Facebook, Microsoft y Google, mientras que, en el mismo condado, Tysons alberga gigantes financieros como Capital One Bank o Freddie Mac. Este grupo de innovación resultante de asociaciones público-privadas en expansión, convive con la protección patrimonial de algunos centros históricos vecinos como Herndon o Fairfax City, con sus mercadillos urbanos o con el mayor acceso a infraestructura verde de EE UU, según el índice Parkscore. En el condado de Arlington también hay un boom de inversiones, estimulado por la inminente llegada de las sedes corporativas de Amazon HQ2 y Boeing y la multimillonaria inversión del estado de Virginia en los campus tecnológicos de las universidades de Virginia Tech y George Mason.
La planificación debe prever temas como la ordenación territorial, políticas de sostenibilidad ambiental, tráfico y transporte, y, sobre todo, participación pública en la toma de decisiones
Aun con ese crecimiento y unas tasas de desempleo friccionales en torno al 2%, existen importantes riesgos, principalmente espoleados por la desorbitada subida de los precios de la vivienda y el suelo, lo que ha colocado al área de Washington D. C. entre las urbes más caras de Norteamérica. Estos incrementos y los nuevos desarrollos inmobiliarios acarrean desplazamiento y gentrificación, amenazando el bienestar de una porción de los ciudadanos, aun cuando Fairfax y Arlington cuentan con potentes programas de vivienda subsidiada.
Llevamos unos años redescubriendo que las ciudades, para ser equitativas y habitables, debieran tener los servicios básicos públicos y privados en un radio de un cuarto de hora andando, y eso es relevante y positivo. Es notable también que en EE UU los tradicionales centros comerciales pierdan fuerza en favor de las calles urbanas de uso mixto. Pero también es bueno tener en cuenta que las metrópolis más vitales y democráticas son aquellas con mayor oportunidad económica, menor desempleo y donde a vecinos y ciudadanos se les respeta el derecho a la ciudad.
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