En su último trabajo titulado Las paredes hablan, el cineasta Carlos Saura articula un documental a partir de una serie de entrevistas donde reúne a pintores como Miquel Barceló con grafiteras como Zeta y muralistas como Cuco, sin olvidarse de un catedrático de Paleontología como lo es Juan Luis Arsuaga, quien, en una de sus intervenciones, habla de la dualidad del alma del ser humano.
Arsuaga nos dice que, si bien, por un lado, tenemos el alma racional y analítica, por el otro tenemos el alma irracional y mágica que es origen de toda expresión artística.
Con todo, cuando el ser humano desarrolla la consciencia hasta un estado en el que el lenguaje se convierte en la base de su sistema de comunicación, la dualidad a la que se refiere Arsuaga se unifica y los dos aspectos de la misma se hacen complementarios. Donde puede comprenderse bien es en el arte de la novela, cuyo origen es racional y newtoniano desde, pongamos, Cervantes hasta el siglo XX, que es cuando la novela pasa a ser “relativista y quántica” —con “q”— según recoge el crítico Manuel García Viñó en uno de sus estudios titulado La novela relativista y quántica.
De esta manera, con la llegada de las fluctuaciones de vacío que contienen los átomos, y su consiguiente proyección en la literatura, la manera de contar se abre a nuevas formas, llegando a alcanzar la vanguardia en el periodo de entreguerras. Con ello, encontramos un regreso a la dualidad primitiva donde el inconsciente, el alma mágica, protagoniza la autoría de la expresión novelística.
Recordemos que la mecánica newtoniana se desarrolla en el siglo XVII, cuando Isaac Newton sintetiza los descubrimientos de Kepler y Galileo en su Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, publicada en 1687, y donde se estudia la dinámica de los cuerpos celestes. Al igual que en la novela clásica hay secuencias temporales diferenciadas que vienen marcadas por planteamiento, nudo y desenlace, en la mecánica newtoniana todavía espacio y tiempo son conceptos diferenciados.
El tiempo en el que se desarrolla la trama de la novela clásica es lineal, todo lo contrario de lo que ocurre en la novela quántica donde, según Viñó, los fragmentos se suceden como si fueran escenas, cada una situada en un tiempo diferente para contar antes lo que pasa después.
Si seguimos la teoría de Viñó, podemos concretar que la primera novela quántica que rompe con el planteamiento mecanicista la realiza Proust entre 1908 y 1922. En busca del tiempo perdido nos habla de un tiempo “sin pasado ni futuro, que es el tiempo propio de la creación artística” a decir del novelista y ensayista francés Jean-Louis Curtis (1917-1995), según recoge el antropólogo Lévi-Strauss en su acertado trabajo Mirar, escuchar, leer (Siruela):
“No hay ni tiempo perdido ni tiempo recobrado en En busca del tiempo perdido(… ). Uno se pregunta si los niños que juegan en los Campos Elíseos están todavía en la edad de jugar al aro o en la del primer cigarrillo clandestino”.
Con Proust, la memoria involuntaria empieza a tomar distancia de la memoria consciente, lo que nos devuelve al documental de Saura, donde hay una intervención de Barceló en la que el pintor mallorquín viene a decir que su propia expresión artística, en vez de ir en progresión, va en regresión hasta alcanzar las paredes de las cuevas donde el ser humano expresó sus miedos y sus deseos hace 30.000 años.
Por ello, cuando se deja atrás la mecánica newtoniana es cuando se acentúa la dualidad del alma, siendo el alma mágica la que se expresa en arte. Se trata del alma a la que hace referencia Arsuaga en el documental de Saura, un trabajo espléndido que invita a reflexiones como las que hoy ocupan esta pieza.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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