Cuando las bacterias tienen la última palabra, los virus callan | El hacha de piedra | Ciencia

Según el FBI, la pandemia provocada por la covid ha tenido su origen en un presunto escape accidental del laboratorio de Wuhan. De momento es solo una hipótesis; una suposición que tendrá que ser probada antes de convertirse en certeza.

Con todo, por mucho virus implacable que se escape accidentalmente de los laboratorios que hay dispuestos a lo largo y ancho de nuestro mundo, la vida continuaría en el planeta a pesar de que, con ello, el ser humano se extinguiese en su totalidad.

Por el contrario, si desaparecieran las bacterias, la vida en el planeta se extinguiría en poco tiempo. Tal vez en un par de años. Porque gracias a las bacterias, el mundo que habitamos posibilita nuestra vida. Nos lo cuenta Steven Johnson en su libro titulado El mapa fantasma (Capitan Swing, 2020), un trabajo donde el divulgador científico norteamericano relata cómo la epidemia de cólera de 1854 devastó la ciudad de Londres.

Cuando reciclamos nuestros residuos del día a día, imitamos el trabajo que la naturaleza hace a nivel microbiano; un ciclo parte del proceso natural del reciclaje que nos mantiene con vida

Es curioso, pero cuando reciclamos nuestros residuos del día a día, estamos imitando el trabajo que hace la naturaleza a nivel microbiano; un ciclo metabólico que bien podemos identificar como parte del proceso natural del reciclaje que nos mantiene con vida. Sin ir más lejos, en el Londres donde nos sitúa Steven Johnson, los excrementos humanos que atoraban las cloacas formaban bolsas de metano producidas por la descomposición de la materia orgánica por parte de las bacterias. De hecho, las bolsas de metano llegaban a ser mortales cuando los hurgadores de cloacas acercaban la llama de su lámpara en busca de alguna pieza de valor.

Corrían tiempos duros para un proletariado hundido en el fondo de la economía sumergida. Los personajes de las novelas de Dickens eran tan reales como la vida que describía el autor que mejor ha sabido retratar los márgenes del Londres victoriano; el paisaje sórdido donde hasta los excrementos de los perros tienen valor, pues los residuos no solo forman parte del ciclo metabólico de la materia orgánica, sino del ciclo metabólico de un sistema económico cuyas categorías dominantes son productividad, explotación y consumo.

Volviendo a la pandemia y a la microbiología, no está de más recordar el diario de confinamiento escrito por Antonio Muñoz Molina con el título Volver a dónde (Seix Barral, 2021). Entre sus páginas nos encontramos con un apunte que resulta peculiar por lo que tiene de científico y de literario a la vez, pues su protagonista es un microorganismo, un parásito conocido científicamente como Toxoplasma gondii que transforma el cerebro de los ratones haciéndolos temerarios, eliminando de ellos el miedo a los gatos y convirtiéndolos en “presas dóciles” de los felinos. Una vez cazados e ingeridos, dentro de los intestinos de los gatos, los parásitos “gozarán de las condiciones necesarias para su reproducción”.

El parásito ‘Toxoplasma gondii’ transforma el cerebro de los ratones: elimina el miedo a los gatos y los convierte en “presas dóciles” de felinos. Dentro de los gatos los parásitos se reproducen

A Antonio Muñoz Molina se lo cuenta el doctor Bouza, médico ya jubilado que, entre otras ocupaciones, dedica su tiempo a reciclar viejas plumas estilográficas, convirtiéndolas en objetos útiles, dispuestas a cumplir su destino como uno de esos puñales a los que se refiere Borges en su cuento y que sueñan con un “sencillo sueño de tigre” por el cual se animan a matar.

Si lo miramos así, todo objeto que se precie cumple con su ciclo metabólico de provecho y perversidad a partes iguales. No es algo nuevo. Está imitando la vida microscópica de la naturaleza.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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