Antes, todo esto era agua. La bióloga Bonnie Baxter señala a lo lejos, hasta donde solía llegar la orilla sur del Gran Lago Salado de Utah, el más grande de sus características en el hemisferio occidental y el octavo lago terminal en superficie del mundo. El gesto abarca una porción de tierra húmeda a mediados de marzo, un kilómetro más o menos en línea recta de arena, barro y pájaros muertos. Al final del camino, cerca de donde una vez estuvo el famoso Saltair, resort de principios del siglo XX que engulleron las llamas, se yergue un triste remedo, un edificio abandonado que ahora sirve de baliza de la decadencia de un ecosistema único.
Baxter está rodeada por el majestuoso circo de montañas nevadas de más de 3.600 metros de la cordillera Wasatch. Y lo que se escucha de fondo es el tic-tac de una bomba de relojería medioambiental. El lago ha perdido el 73% de su agua y el 60% de su superficie como consecuencia de una agricultura incompatible con la megasequía que desde hace dos décadas azota el Oeste de Estados Unidos. Los efectos del cambio climático y la presión demográfica de la vecina Salt Lake City (1,2 millones incluyendo su área metropolitana, cifra que la ciudad espera doblar para 2050), están contribuyendo al colapso.
En noviembre pasado, se registró un mínimo histórico de 1.277 metros sobre el nivel del mar, cinco por debajo de los 1.282 de la media desde 1.850. “Ese récord superó a otro récord, que a su vez había superado a otro. Es increíble lo rápido que ha empeorado la situación en los últimos dos años. Es como estar asomados a un precipicio”, cuenta Baxter, que estudia desde hace un cuarto de siglo los microorganismos del lago y es directora del Great Salt Lake Institute del Westminster College.
A sus espaldas, el pequeño puerto deportivo parece más bien un charco grande sin embarcaciones: las últimas, que aguardan mejores tiempos en tierra firme, las retiraron el año pasado. Es una de las estampas más elocuentes de una crisis que ocupa a decenas de científicos, activistas medioambientales, líderes comunitarios y políticos de Utah, y que ha captado la atención global, en parte, gracias a un sombrío informe publicado en enero por la Universidad Brigham Young (BYU son sus siglas en inglés) de la cercana localidad de Provo. Lo firmaban 32 científicos y conservacionistas liderados por el ecólogo e hidrólogo Ben Abbott. En él, advertían de que, si no cambia la tendencia, el lago podría secarse por completo en cinco años.
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“Es difícil describir las consecuencias de algo así sin sonar exagerado. Pero si lo perdemos, nos enfrentaremos al final de nuestra forma de vida en la región”, aclara Abbott. “El clima se desestabilizará y se extremarán los cambios de temperatura. Aumentará la desertificación y la contaminación y se producirá el colapso de la industria y la agricultura” agrega el científico. “También tendrá efectos sobre el cambio climático. La desaparición de estos lagos salinos contribuye al aumento del nivel del mar. El agua que perdemos en estas cuencas no desaparece; se evapora y acaba en el océano. Es sólo otra implicación global de un problema que va mucho más allá de Utah. La desecación de estos sistemas es uno de los desafíos más grandes a los que nos enfrentamos como especie”.
El informe fija en 2.500 millones de dólares anuales las pérdidas económicas llegado el caso, y eso incluye el negocio de las fábricas de extracción de minerales como el magnesio (US Magnesium, la mayor productora de Norteamérica) o el sulfato de potasio, empleado para fertilizantes, así como la floreciente industria del turismo de esquí, que perdería su famoso Lake Effect, fenómeno atmosférico que llena de nieve las montañas de este rincón del mundo cuando el aire frío entra en invierno en contacto con el agua del lago, más templada.
El Gran Lago Salado, camino de
desaparecer en cinco años
Esta fotografía tomada por el satélite Landsat-5 en diciembre de 1985 es ejemplo de la superficie media que ocupa el Gran Lago Salado. La cota de agua está en 1.282 metros de altitud, el promedio de 166 años (1850 y 2016).
Balsas mineras
de evaporación
El día 21 de noviembre de 2022, esta otra imagen de la ESA muestra un panorama bien distinto. En esas fechas, el agua descendió hasta la cota mínima histórica: 1.277 metros. El lago había perdido un 60% de superficie de la lámina de agua habitual.
La diferencia de tonalidad entre el norte y el sur del lago es consecuencia de la obstrucción causada por el talud de vía de ferrocarril que levantó la compañía Southern Pacific en 1959. En 2016 se construyó un puente de 55 metros para que ambos márgenes estuvieran más comunicados, pero sus efectos aún continúan. Las zonas en blanco corresponden a los territorios cubiertos por la nieve.
Fuente: Tarboton, D. (2017). Great Salt Lake Bathymetry, www.hydroshare.org; ESA y USGS.
NACHO CATALÁN / EL PAÍS
El Gran Lago Salado, camino de
desaparecer en cinco años
Esta fotografía tomada por el satélite Landsat-5 en diciembre de 1985 es ejemplo de la superficie media que ocupa el Gran Lago Salado. La cota de agua está en 1.282 metros de altitud, el promedio de 166 años (1850 y 2016).
Balsas mineras
de evaporación
El día 21 de noviembre de 2022, esta otra imagen de la ESA muestra un panorama bien distinto. En esas fechas, el agua descendió hasta la cota mínima histórica: 1.277 metros. El lago había perdido un 60% de superficie de la lámina de agua habitual.
La diferencia de tonalidad entre el norte y el sur del lago es consecuencia de la obstrucción causada por el talud de vía de ferrocarril que levantó la compañía Southern Pacific en 1959. En 2016 se construyó un puente de 55 metros para que ambos márgenes estuvieran más comunicados, pero sus efectos aún continúan. Las zonas en blanco corresponden a los territorios cubiertos por la nieve.
Fuente: Tarboton, D. (2017). Great Salt Lake Bathymetry, www.hydroshare.org; ESA y USGS.
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El Gran Lago Salado, camino de desaparecer en cinco años
Esta fotografía tomada por el satélite Landsat-5 en diciembre de 1985 es ejemplo de la superficie media que ocupa el Gran Lago Salado. La cota de agua está en 1.282 metros de altitud, el promedio de 166 años (1850 y 2016).
Balsas mineras de evaporación
El día 21 de noviembre de 2022, esta otra imagen de la ESA muestra un panorama bien distinto. En esas fechas, el agua descendió hasta la cota mínima histórica: 1.277 metros. El lago había perdido un 60% de superficie de la lámina de agua habitual.
Balsas mineras de evaporación
La diferencia de tonalidad entre el norte y el sur del lago es consecuencia de la obstrucción causada por el talud de vía de ferrocarril que levantó la compañía Southern Pacific en 1959. En 2016 se construyó un puente de 55 metros para que ambos márgenes estuvieran más comunicados, pero sus efectos aún continúan. Las zonas en blanco corresponden a los territorios cubiertos por la nieve.
Fuente: Tarboton, D. (2017). Great Salt Lake Bathymetry, www.hydroshare.org; ESA y USGS.
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El Gran Lago Salado, camino de desaparecer en cinco años
Esta fotografía tomada por el satélite Landsat-5 en diciembre de 1985 es ejemplo de la superficie media que ocupa el Gran Lago Salado. La cota de agua está en 1.282 metros de altitud, el promedio de 166 años (1850 y 2016).
Balsas mineras de evaporación
El día 21 de noviembre de 2022, esta otra imagen de la ESA muestra un panorama bien distinto. En esas fechas, el agua descendió hasta la cota mínima histórica: 1.277 metros. El lago había perdido un 60% de superficie de la lámina de agua habitual.
Balsas mineras de evaporación
La diferencia de tonalidad entre el norte y el sur del lago es consecuencia de la obstrucción causada por el talud de vía de ferrocarril que levantó la compañía Southern Pacific en 1959. En 2016 se construyó un puente de 55 metros para que ambos márgenes estuvieran más comunicados, pero sus efectos aún continúan. Las zonas en blanco corresponden a los territorios cubiertos por la nieve.
Fuente: Tarboton, D. (2017). Great Salt Lake Bathymetry, www.hydroshare.org; ESA y USGS.
NACHO CATALÁN / EL PAÍS
El punto que más revuelo causó fue, con todo, la voz de alarma sobre las toxinas acumuladas en el vasto lecho del lago: el arsénico natural de las montañas (que ya supera los niveles recomendables), el mercurio producto de la minería de oro de la región o el selenio que aporta la vecina explotación de cobre Rio Tinto Kennecott; es la más grande del mundo y la chimenea de su refinería domina la vista desde el extremo meridional.
Si los peores augurios se cumplen, el lecho acabaría convertido en un tazón de polvo (dust bowl), al estilo del que empujó a emigrar a los personajes de Las uvas de la ira, de John Steinbeck. El viento arrastrará esas nubes venenosas hasta los pulmones de los 2,6 millones de vecinos de sus riberas (que representan el 80% de la población del Estado), lo que incrementará, según el informe, “las tasas de enfermedades crónicas y agudas asociadas a la contaminación, incluidas las disfunciones sexuales, las enfermedades congénitas, las lesiones cognitivas, las afecciones cardiovasculares y el cáncer”. “La lista de materiales peligrosos que hay ahí abajo es tan larga como mi brazo”, añade Abbott.
Eso se debe a que el lago tiene una memoria prodigiosa. “Todo lo que se deposita en él, permanece. Lo único que siempre se va es el agua”, dice Baxter. La sal también se queda. “A menos agua, el ecosistema se vuelve cada vez más salado”, añade. Incluso aunque se evite el peor escenario, si esos niveles no se mantienen a raya, peligra la supervivencia de las moscas de la ribera y las artemias, microorganismos que dominan la vida del lugar y hacen de él una parada obligada para unas 10 millones de aves migratorias de 338 especies distintas que toman cada año la Ruta Pacífica Norteamericana en sentido norte-sur. “Si pierden este punto de referencia, perderán uno de los pocos lugares para repostar que les quedan en el hemisferio occidental. Se verán empujadas a viajes demasiado largos”, según la bióloga.
Con su equipo, Baxter se dedica al estudio de moscas y artemias. Sobre el terreno, toman muestras que luego son examinadas en un laboratorio del Westminster College, situado en Salt Lake City. Allí, ante un grupo de columnas de Vinogradski (tubos que, si uno sabe leerlos, cuentan historias de las diferentes partes del lago), la científica ofrece una comparación: “El océano tiene un 3,5% de sal. Este otoño, el lago registró un peligroso 19%, y sabemos que cualquier cifra por encima del 12% no es buena para estos microorganismos”.
El guardián de las artemias de Utah es un hombretón llamado John Luft, que recorre en camioneta las riberas, cuando no esta surcando las aguas poco profundas en su barco. Trabaja en la División de Recursos de la Vida Salvaje del Estado, supervisando la actividad de las empresas dedicadas al cultivo de esos camarones diminutos no aptos para consumo humano de cuyas huevas se alimentan las gambas criadas en granjas de acuicultura. Entre el 40 y el 50% de la producción mundial sale de aquí rumbo a Asia o Latinoamérica. “Mi misión es controlar su población. Que, una vez atendido el negocio, quede siempre suficiente alimento para las aves”, dice el biólogo, que explica que en una cucharada puede caber “un cuarto de millón de huevas de artemias”.
Desde un promontorio de Isla Antílope, la más grande del lago, famosa por lo cerca donde pastan los bisontes de donde uno puede aparcar el coche (siempre con la puerta abierta por si hay que salir huyendo), Luft señala unas formaciones que sobresalen del agua y parecen rocosas. Se llaman “microbialitos” y están formadas por millones de cianobacterias. En ellas, se alimentan las artemias. También sirven para el desarrollo de las pequeñas moscas de la ribera, que convierten el lago en primavera y verano en una experiencia poco recomendable, por decirlo educadamente. El hecho de que un 45% de esos microbialitos esté a la vista es otro de los problemas, advierte Luft; así no cumplen su papel en la cadena alimenticia. “Y eso que ahora el lago está ofreciendo una imagen distorsionada por las recientes precipitaciones. En realidad, lleva mucho menos agua de la que aparenta”, aclara.
El pasado invierno, además, se han registrado nevadas históricas, hasta el punto de que esta semana Utah rompió su último récord, establecido en 1983, al que siguieron unas no menos históricas inundaciones que provocaron que los vecinos de Salt Lake City tuvieran que sacar las canoas para surcar las anchas avenidas. Son buenas noticias y ayudarán al lago, que es como un organismo vivo con sus propios ciclos: con el deshielo se carga del agua que proviene de los ríos (y no usan los humanos por el camino), que pierde en parte por evaporación durante los cada vez más calurosos veranos hasta llegar a su punto más bajo al final del otoño. La idea es que esa operación de suma-resta no dé negativo. Los científicos que trabajan en el lago advierten, con todo, que un buen año nunca resolverá un problema de décadas de sobreconsumo.
Calentamiento global
Robert Gillies, director del Centro del Clima de Utah, explica que aún es pronto para saber cómo se comportará el inesperado manto de nieve (snowpack) de este invierno, que descarta interpretar como una expresión de la clase de fenómenos extremos a los que ya nos ha acostumbrado el cambio climático. “Hace 40 años, la nieve no se derritió hasta principios de mayo, lo cual es inusual, y lo hizo de golpe. Así que todo depende de si esta vez lo hace lenta o rápidamente. Uno de los efectos del calentamiento global es que las temperaturas mínimas están aumentando más rápido que las máximas, lo que influye en el deshielo”. Ese fenómeno provoca que la nieve se transforme directamente en vapor de agua y que se esfume hacia la atmósfera en lugar de descender a los cauces de ríos.
En eso, advierte Gillies, el cambio climático se comportará como con todo lo que tiene que ver con el lago. “Es como una lente de aumento que magnifica los procesos. Por ejemplo, el de evaporación: se hará cada año más severa si continúan subiendo las temperaturas”. Y todo indica que lo seguirán haciendo, como prueba un gráfico que muestra el climatólogo en su ordenador, según el cuál, el termómetro superó los 39 grados centígrados solo en cuatro días del siglo XX; en lo que va del XXI, lo ha hecho ya en 28 ocasiones.
Aunque el principal problema del lago no es el calentamiento global, sino la agricultura de regadío que secuestra el agua antes de que vaya a dar a su estación de término. El consumo se reparte así, según el informe de la BYU: el 74% se lo quedan los agricultores del norte, que se dedican fundamentalmente al cultivo de la alfalfa para consumo de la ganadería, el 9% va para las zonas urbanas, otro 9% se destina a las fábricas de extracción de mineral que se sitúan en sus orillas, y el 8% restante se pierde por evaporación.
El sistema de reparto de los derechos hídricos de Utah se fijó en el siglo XIX, tras el asentamiento de los primeros mormones, que lideró el colono Brigham Young, quien, cuando echó un vistazo a estas tierras áridas, dijo: “Este es el lugar”. Como ese reparto está fuera de discusión, los legisladores del Estado se han enfocado en aprobar leyes sin tocar esa división, mientras el gobernador republicano, Spencer Cox ha prometido: “Durante mi mandato, no permitiremos que el lago se seque”.
Mike Schultz, líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes estatal, ha estado involucrado en la promoción y aprobación, por unanimidad de ambos partidos, de algunas de esas normas. Destaca una entre las demás, que designa como de “uso beneficioso” el agua que se deje ir directamente al lago. “Es importante porque acabó con la vieja mentalidad de ‘úsalo o piérdelo”, explica el congresista. Se refiere al régimen de Utah que establecía que los titulares de derechos hídricos debían desviar el agua del río para regadío, ganadería, uso industrial o para su almacenamiento, entre otros destinos. Si la dejaban pasar durante más de siete años o solo se quedaban con una parte corrían el riesgo de perderla, así que preferían malgastarla para evitar eso. Con la nueva norma, el agua que dejen correr hasta el lago no se considera perdida. Algunas de esas medidas han chocado, con todo, con el resquemor de los granjeros, que desconfían de que esos recursos acaben efectivamente en el lago.
Comprar y vender agua
Schultz, representante de un distrito al norte de Salt Lake City que abarca una buena porción de agua salada, recuerda que el Congreso también “destinó una considerable cantidad de dinero para adquirir derechos hídricos” a quien quiera vender los suyos. Ambas cámaras aprobaron una ley que prohíbe su reutilización (“tras el primer uso debe regresar al sistema y acabar en el lago”) y dotaron con “200 millones” un programa para que los agricultores pudieran “actualizarse tecnológicamente y así poder ahorrar más”. “Todo forma parte de un cambio de mentalidad: desde que los primeros colonos se asentaron en 1847, se ha pensado históricamente que el agua que iba al lago era agua desperdiciada”, dice Schultz. “Ya no es así”.
En esa toma de conciencia ha tenido mucho que ver una insólita asociación llamada Great Salt Lake Collaborative, que agrupa 21 medios de comunicación de Utah en torno a la producción de noticias que contribuyan a resolver la crisis. “Digamos que en este tema aparcamos la competencia que manda en todo lo demás. Es un tema demasiado importante para cubrirlo cada uno por nuestro lado”, dice Ben Winslow, reportero de la emisora local de la Fox, que cuenta que la cooperativa funciona de dos maneras: “O fabricas una historia que los demás usan, o colaboramos para cubrir algo: un medio manda el fotógrafo, otro el redactor, un tercero al cámara”.
Winslow quiere creer que ese trabajo ha contribuido a que en una encuesta reciente el 80% de los habitantes de Utah se declare preocupado por el futuro del lago. “No siempre fue así”, recuerda la activista Lynn de Freitas, licenciada en biología, bibliotecaria retirada y presidenta de Friends of the Great Salt Lake, organización a la que se sumó a finales de los noventa. “Hasta hace 10 años, este era un asunto que solo interesaba a un puñado de científicos, que ya estaban tomando nota de la decadencia de lugares como el Mar de Aral o el Lago Urmía, en Irán. Políticamente no se hizo nada hasta 2021″, cuenta De Freitas mientras camina por la orilla sorteando los pájaros muertos.
Son zampullines cuellinegros (eared grabes). Unos dos millones llegan cada año y consumen entre 25.000 y 30.000 artemias diarias. En torno a un 1% no logra superar los rigores de la migración. De Freitas explica que el olor desagradable que va y viene durante el paseo no se debe solo a esos restos animales: emana “del lecho del lago expuesto”. “Ese ha sido otro de los motivos por los que los habitantes de la región dieron la espalda a este lugar. Es un poco salado y un poco apestoso, y en verano te comen las picaduras, así que ¿por qué molestarse en cuidarlo?”.
El congresista Schultz, que creció “literalmente frente al lago”, admite que no fue hasta hace dos años cuando los políticos empezaron a reparar en un problema que habían ignorado durante demasiado tiempo. A la pregunta de si las acciones adoptadas hasta ahora resolverán las cosas, contesta: “No está en nuestra mano arreglarlo del todo. Para eso, necesitamos algo de ayuda de la Madre Naturaleza, que estamos recibiendo en este momento. [La gran nevada de este invierno] nos da un margen. Aunque yo no creo en las predicciones de ese infame estudio de la BYU, pura basura hiperbólica; el catastrofismo no nos ayuda a continuar trabajando sin distracciones El lago no se va a secar. La principal preocupación no es esa, sino el aumento de los niveles de salinidad”, considera.
Al historiador del Estado de Utah Nate Housley, fundador de Save Our Great Salt Lake, le preocupa ese modo de pensar. “Los legisladores estatales han tomado la inusual precipitación de nieve como una solución y han aparcado algunas de las medidas que se estaban discutiendo”, dice durante una entrevista en un café que simboliza el nuevo Salt Lake City, que ya se vende como una alternativa a Silicon Valley, más barata y con mejor oferta de vida al aire libre. A los recién llegados les tocará adecuarse al menor consumo de agua que imponen las circunstancias: se calcula que será necesaria una reducción de entre el 30 y el 50% para garantizar el futuro en común.
En la última sesión legislativa, quedó sin aprobar, por ejemplo, una norma que habría fijado en 1.279,5 metros el objetivo de altura del caudal del lago (2,4 metros por encima de la marca actual). También se perdió la oportunidad de prohibir el césped en futuras construcciones urbanas. Para justificar esa inacción, el senador Scott Sandall dijo: “La Madre Naturaleza ha acudido en nuestra ayuda”.
Sandall no es el único en emprender excursiones por los terrenos de la superstición. “El gobernador, que es mormón como la mayoría de nuestros políticos, pidió a la gente que rezara para que se resolviera el problema”, continúa Housley. “Muchos se burlaron de él. Así que se puso a la defensiva. Yo no soy religioso. No tengo nada que objetar a la oración, pero rezando no se hace política. Él y algunos otros legisladores piadosos presumen de haber logrado toda esa nieve a base de rezos”.
Lo cierto es que la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, con la que es difícil no toparse en Salt Lake City, ha hecho algo más que rogar a Dios. Hace un par de semanas, uno de los líderes mormones, el obispo Christopher Waddell, anunció a un grupo de científicos y políticos reunidos en un simposio sobre el futuro del lago una donación a perpetuidad al Estado de sus derechos sobre 24 millones de metros cúbicos de agua. La aportación, reconoció el religioso, está lejos de atajar la crisis (sería necesaria una cantidad 50 veces mayor). “Es solo el principio”, dijo Waddell, antes de prometer que evaluarían otras reservas para futuros regalos. También afirmó que esperaba que el gesto animara otras donaciones como la suya.
La escritora Terry Tempest Williams, que se crio en la fe mormona, sentenció en un artículo de The New York Times el pasado domingo que esa generosidad “no es suficiente”. “La visión de Brigham Young de rosas que florecen en el desierto necesita una corrección radical”, escribió. “La salud ecológica, económica y humana a lo largo del Frente Wasatch está en juego. Nuestro legado tóxico se está escribiendo en nuestros cuerpos”.
Abbott recuerda que en el simposio también se discutió una orden ejecutiva firmada en febrero por el gobernador, que ordena levantar la barrera que separa los brazos norte y sur del lago, una división creada artificialmente en 1959 por un talud de vía ferroviaria para el transporte de sal. “Esa medida ayudará a la preservación del ecosistema meridional, al reducir su salinidad”, explica Marisa Weinberg, directora interina de la división que gestiona las tierras soberanas del Estado, también las que están bajo el agua de los ríos y el Gran Lago Salado. “El brazo norte”, recuerda Weinberg, “no es un sistema próspero”.
Quedó condenado por la vía de tren y tiene una alta concentración de sal, cercana al 30%, que solo hace posible la vida para los halófilos (en griego, amantes de la sal), unos microorganismos que confieren al agua un irreal tono rosa. Es también hogar de una de las mayores colonias de pelícanos de Estados Unidos, que cuenta con unos 20.000 ejemplares. El alza del talud supondrá condenar a muerte a esa parte del lago para salvar la otra, considera Abbott. El científico aporta como prueba de que en esta crisis es muy difícil que llueva a gusto de todos el hecho de que en el citado simposio la compañía Compass Minerals, que tiene al norte un tanque de evaporación, amenazó con demandar al Estado por la medida recién adoptada.
En ese brazo norte también está Spiral Jetty, una de las obras del arte estadounidense más importantes del siglo XX y seguramente la pieza más famosa de la historia del land art. Robert Smithson escogió uno de los puntos más remotos del lago para dibujar con piedras de basalto negro una poética espiral. El metraje que rodó desde una avioneta el artista tras su instalación en 1970 es la prueba de su idea original: que el agua rosada salpicara la pieza, que ha acabado involuntariamente convertida en otra baliza del declive del lugar en la que fue instalada. Ese lugar se parece bastante al fin del mundo. Y allí, antes también todo esto era agua. Ahora hay que caminar casi dos kilómetros para llegar hasta ella.
Volumen de agua almacenada
Los años ochenta fueron
un periodo de lluvias
excepcional
Valor mínimo
para la salud
del lago
Periodos
de déficit
hídrico
Estimación anual 2020-2022.
Hectómetros cúbicos al año
Desvíos artificiales
aguas arriba
2.590
Extracción de
minerales
247
Consumo humano anual
(estimación 2020-2022)
2.837 Hm³
Con estos niveles de pérdida de agua, el lago tal y como se conoce desaparecerá en cinco años.
Volumen de agua almacenada
Los años ochenta fueron
un periodo de lluvias
excepcional
Valor mínimo
para la salud
del lago
Periodos
de déficit
hídrico
Estimación anual 2020-2022.
Hectómetros cúbicos al año
Extracción de
minerales
247
Desvíos artificiales
aguas arriba
2.590
Consumo humano anual
(estimación 2020-2022)
2.837 Hm³
Con estos niveles de pérdida de agua, el lago tal y como se conoce desaparecerá en cinco años.
Volumen de agua almacenada
Los años ochenta fueron un periodo
de lluvias excepcional
Valor mínimo para
la salud del lago
Periodos
de déficit
hídrico
Estimación anual 2020-2022. Hectómetros cúbicos al año
Consumo humano anual
(estimación 2020-2022)
2.837 Hm³
Desvíos artificiales
aguas arriba
2.590
Extracción de
minerales
247
Con estos niveles de pérdida de agua, el lago tal y como se conoce desaparecerá en cinco años.
Volumen de agua almacenada
Los años ochenta fueron un periodo
de lluvias excepcional
Valor mínimo para
la salud del lago
Periodos
de déficit
hídrico
Estimación anual 2020-2022. Hectómetros cúbicos al año
Consumo humano anual
(estimación 2020-2022)
2.837 Hm³
Desvíos artificiales
aguas arriba
2.590
Extracción de
minerales
247
Con estos niveles de pérdida de agua, el lago tal y como se conoce desaparecerá en cinco años.
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