Estos días de tragedia en Nuevo León, a sus ciudadanos les han quedado claras algunas cosas: como que es más probable que el Gobierno haga llover en el desierto —aunque haya que desafiar a la naturaleza bombardeando el cielo—, a que encuentre el cadáver de una chica después de haber buscado en el mismo sitio cuatro veces. También, que quizá no era buena idea usar un eslogan como Nuevolandia —en referencia a Disneyland— en estos momentos, con 47 mujeres desaparecidas, dos cadáveres recientes y familias destrozadas. Que a sus gobernadores, Samuel García y Mariana Rodríguez, —uno oficial y otra no oficial—, la realidad oscura y cruel de su entidad, que obviaban como buenos influencers en sus redes sociales, les ha estallado en la oficina. Gobernar a golpe de like, como ejemplo de la nueva política, tiene sus riesgos: como que los peores males de México, los de siempre, no se tapen ni con un filtro de Instagram.
El Estado se ha convertido en el epicentro del asesinato y desaparición de mujeres porque dos casos recientes han dinamitado la poca paciencia que les quedaba a las ciudadanas de Nuevo León. La búsqueda desesperada por encontrar a decenas de ellas, a Debanhi Escobar, de 18 años, y a María Fernanda Contreras, de 27, y el hallazgo de los dos cadáveres semanas después, pusieron en la picota al Gobierno de la pareja.
Sus casos desvelaron las profundas grietas del sistema de justicia, la falta de sensibilidad de sus funcionarios, la incapacidad de las instituciones de hacer frente al drama de la violencia machista, la incomprensión de la problemática al tratarlos como casos aislados, y no como una crisis de seguridad pública con la urgencia que requiere. También, la impunidad a la que se asoma el caso de Debanhi y el de otras 47 que desaparecieron este año y que todavía no han encontrado —según las últimas cifras de la Comisión Nacional de Búsqueda—. Ni rastro tampoco de la prometida nueva política.
Unas horas después de que se hallara el cadáver de Contreras, García presumía en una conferencia de prensa de que había aterrizado en Nuevo León el avión de la Fuerza Aérea que lograría lo imposible: bombardear las nubes con yoduro de plata y acabar con la sequía y la ola de incendios que asediaba a la sierra. Y Rodríguez preparaba la presentación del nuevo parque temático por el Día del Niño llamado Nuevolandia. Todo buenas noticias. Menos una: el cuerpo de Contreras no se iba a convertir en una más.
El último mensaje que recibió su padre, Luis Carlos Contreras, fue de las nueve de la noche el 3 de abril diciéndole que volvía a casa. Cuando pasaron las horas y su hija no aparecía, acudió a la Fiscalía, puso una denuncia por desaparición y se fue con el coche al lugar exacto donde se había activado la última conexión del móvil de María Fernanda. Les entregó esa información a las autoridades. Pero no apareció por allí ninguna patrulla. Tres días después, la policía encontró el cadáver en el mismo sitio donde el padre había avisado de que podía estar su hija. También hallaron al principal sospechoso, con antecedentes, arañazos y mordiscos en la cara y en los brazos. Pero la Fiscalía lo dejó libre por falta de pruebas.
La indignación corría por Monterrey con la misma velocidad que se quemaban los montes. María Fernanda no era la única desaparecida. En el último mes, habían contado a más de una decena que no habían vuelto a casa, entre ellas una niña de 12 años, Allison Campos, y otras que no superaban los 30. Los colectivos feministas se unieron y provocaron duras protestas dos días consecutivos contra la sede de Gobierno estatal, llegaron a prender la puerta del Palacio el 10 de abril. Hacía 24 horas que había desaparecido Debanhi. A un lado se leía el mensaje: “Ni una menos”.
La maquinaria estatal de los gobernadores aceleró ante la primera gran crisis de Gobierno desde que tomara el poder García en octubre del año pasado. Dos días después, la Fiscalía anunciaba la recaptura del sospechoso del asesinato de María Fernanda, que había huido a Coahuila. Acorralada por la oleada de críticas, el 13 de abril, la jefa de la Secretaría de la Mujer, Alicia Leal, presentó su renuncia. Y García anunciaba, acompañado como siempre de su esposa, un grupo de búsqueda de emergencia a través de un decreto urgente y extraordinario. Debanhi se convirtió entonces en la causa de los gobernadores para saldar la deuda pendiente con las mujeres de la entidad.
La pareja se reunió con la familia Escobar y difundieron vídeos en Instagram —desde la cuenta de Rodríguez, con más de dos millones de seguidores— de noche para mostrar que estaban buscando a la joven. “No vamos a descansar hasta no encontrar a todas las que nos faltan”, contaba la primera dama neoleonesa en su perfil. Los dos aparecían iluminados por el flash del teléfono dentro de un coche. Y poco más de una semana después de intensa búsqueda, a la que se sumaron colectivos de desaparecidos del Estado y también de otros vecinos, además de la Comisión Nacional de Búsqueda y su filial estatal, hallaron el cuerpo de Debanhi a unos metros del lugar donde había desaparecido.
Y el caso Debanhi, plagado como el anterior, de irregularidades de la Fiscalía y de declaraciones fuera de lugar de sus funcionarios, regresó a los gobernadores como un bumerán. Habían revisado el motel Nueva Castilla, el último punto donde se ubicó a la joven con vida y donde la encontraron, hasta cuatro veces. Y el cadáver de la joven siempre estuvo ahí, desde donde se reunían los colectivos para organizar las batidas, hundido en el fondo de una cisterna.
“Yo no tengo la mendiga carpeta”, llegó a declarar García ante una oleada de críticas, incluidas las del propio padre de la víctima, que alegaba haber sido ignorado por la Fiscalía y a quien le negaron ver de cerca el cuerpo de su hija y los tomos de la investigación. Las filtraciones de la Fiscalía sobre un posible accidente incrementaron aún más la indignación ciudadana. Y casi una semana después, la investigación arroja más dudas que certezas.
La crisis de mujeres desaparecidas y asesinadas que atraviesa Nuevo León ha sacudido la imagen de la pareja de moda. García y Rodríguez trataron de controlar una de las tragedias que asola no solo al Estado sino a todo el país (con 11 feminicidios diarios). La realidad superó a Instagram y a cualquier pretensión de hacer creer que algún rincón de México estaba a salvo de la violencia. Al menos, el lunes, llovió con fuerza.
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