Dos niñas que no llegan a los seis años juegan a las carreritas en el patio de su casa en Jesús María. De cochecitos, sostienen en sus pequeñas manos unos pedazos de plástico de una camioneta destrozada. De pista usan el suelo, una alfombra de trozos de vidrio y casquillos de todos los calibres. “Cuidado”, le alerta una a la otra. Esquivan un montículo de chalecos antibalas amontonados con uniformes militares ensangrentados y siguen jugando sin entender lo que pasa a su alrededor. A sus pies tienen un poblado perdido en el medio de la sierra sinaloense que fue arrasado por la última batalla del Ejército mexicano contra el Cartel de Sinaloa. A unos 100 metros, la casa del narcotraficante Ovidio Guzmán, aún con las puertas abiertas, pero vacía por dentro. Con el orgullo iluminándoles el rostro, un grupo de soldados custodiaba el sábado el lugar como a un testigo de la sanguinaria victoria que se llevaron el jueves, que dejó un saldo de 29 muertos —entre ellos 10 militares— y 35 heridos.
El pueblo de Jesús María, con apenas 5.000 habitantes, se fue a dormir la noche del miércoles con total normalidad. Sobre las cuatro de la madrugada, muchos vecinos saltaron de la cama por los horribles estruendos que se escuchaban fuera. El Ejército y la Guardia Nacional habían puesto en marcha el operativo para capturar a Guzmán, que llevaban seis meses planeando, tras el fracaso de 2019, en el que tuvieron que liberarlo horas después de la detención. La guerra se desató entonces entre las fuerzas federales y decenas de sicarios que salieron a defender a uno de los líderes de la facción del Cartel de Sinaloa que opera bajo el nombre de Los Chapitos, en honor a Joaquín El Chapo Guzmán.
Los balazos salían de todos lados, y un helicóptero de las Fuerzas Armadas comenzó a disparar desde el aire sobre las casas. Todo el poblado quedó convertido en un campo de guerra. A Culiacán, la capital del Estado, le separan del rancho unos 45 kilómetros que concentran estos días una treintena de coches y camiones completamente calcinados cortando el paso. Entre ellos, un sandcat, una enorme camioneta blindada del Ejército, quemada y abandonada en mitad de la carretera.
El arco que da inicio a Jesús María recibe a quien se anime a entrar en este peligroso paraje, tomado normalmente por la organización liderada por los hijos de El Chapo Guzmán, con un letrero completamente baleado. Debajo, una camioneta con blindaje artesanal que dejó un grupo de sicarios tirada junto a unas cajas de balas Winchester con un calibre de 5,56 milímetros. Sobre la luneta se lee “La Chapiza”, el nombre que se han dado los jóvenes sicarios que están al servicio del cartel.
La propiedad de José quedó en el medio del meollo. Unos sicarios que venían huyendo de la vivienda de Ovidio dejaron sus camionetas blindadas tiradas en el patio y se le metieron en la casa. Desde allí se tirotearon con las fuerzas de seguridad. El techo de chapa aún muestra decenas de perforaciones que dejaron los balazos que llovían del cielo. Por dentro le quedó un reguero de casquillos, calibre 50, de los fusiles Barrett que usaban los criminales. “Quedamos en medio, queríamos salir, pero no podíamos”, dice José, que resguardó a su familia en una pequeña habitación. Uno de los maleantes llegó con dos balazos en el brazo y le pidió que lo ayudara, cuenta. José le dio lo que tenía en casa, un ibuprofeno, y le vendó para que no se desangrara. “Ni modo, qué más podía hacer”.
El combate retumbó durante más de 10 horas en las que ninguno de los vecinos quiso asomar la nariz afuera de sus casas. A pesar de eso, algunos salieron heridos del cruce a fuego abierto. “El sonido daba miedo porque es un rancho pequeño y todo se escuchaba muy cerca”, cuenta una mujer que prefiere no dar su nombre por seguridad. A ella la llamó una vecina que había sido rozada por una bala dentro de su casa: “Me dijo: ‘Ya valí [en referencia al impacto del proyectil], cuida de mis hijos, por favor”.
Otra mujer más alejada de la zona caliente se refugió debajo de su cama con sus dos hijas cuando se desataron las balaceras. Escondida allí, recibió un balazo que entró por el techo de su casa y acabó en su pie. “La niña estaba a los gritos y temblando y yo desangrándome, por más que me apretaba, le quité el cable a la plancha y me lo amarré”, cuenta recostada en un colchón con el pie vendado. Durante horas perdió sangre escondida en un rincón de su vivienda. “Pensé que no la librábamos”, dice la mujer, que no quiere dar su nombre por temor a represalias. A mediodía del jueves, la familia se animó por fin a salir a la calle a pedir ayuda médica.
Ante semejante embestida, María Alejandra también se refugió debajo de la cama con su tía de 94 años. Estuvieron allí durante nueve horas, casi sin moverse. Lo único que se animaron a hacer fue rezar. “Quedó la casa cercenada”, relata la mujer entre llantos. “No me canso de darle gracias a Dios, porque yo no sé cómo…”, dice sin animarse a terminar la frase, “estuvo muy feo”. Enfrente de su casa los sicarios dejaron una camioneta de alta gama, como muchas, modificada para el combate, en llamas. “No había vivido yo eso aquí, no lo olvidaré nunca”.
Pasadas las 10 horas de enfrentamiento, cuando Guzmán ya había sido trasladado a Ciudad de México, dejando detrás a un Estado bajo el violento fuego del narco, el Ejército bloqueó los accesos a Jesús María. Nadie sale, nadie entra, era la orden. El poblado había quedado completamente arrasado, sin electricidad, agua ni señal de teléfono. Los vecinos estuvieron así dos días más, hasta que el Gobierno envió un enorme convoy para atenderlos.
Como en cualquier otro escenario bélico, montaron carpas para repartir agua, mantas y comida. La Cruz Roja socorrió a aquellos que habían sido alcanzados por las balas sueltas y el servicio médico forense retiró los cuerpos sin vida de al menos dos personas que habían quedado tirados a un costado. Las autoridades se llevaron unas granadas sin explotar que había aún en la vivienda del narcotraficante, y comenzaron a retirar uno a uno las decenas de coches destrozados que había en el lugar. Ya para la tarde la casa de los Guzmán había cerrado sus puertas, y el convoy levantaba el campamento para retirarse de Jesús María a tiempo. Ningún foráneo quería que lo agarrara la noche en aquel campo de batalla.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país