Después de 4 horas y 12 minutos en la Philippe Chatrier, de derechazos imposibles y reveses paralelos, Rafa Nadal festejó el 13 de junio el triunfo sobre Novak Djokovic en los cuartos de final de Roland Garros, un paso más en la conquista de su grande número 22. Al otro lado de la red, cabizbajo, Nole aceptaba la derrota y que perdería unos días más tarde su corona como el número uno del ranking ATP, ese trono en el que se ha sentado más que nadie (373 semanas), por delante de Federer (310) y Sampras (286), con Nadal sexto en la tabla (209). Ahora la corona es de Carlos Alcaraz, pero, lesionado del músculo semimembranoso de la pierna derecha y apeado del Abierto de Australia antes de tiempo —comienza el día 16—, difícilmente la podrá retener.
Resulta que si Djokovic —que ahora es el quinto con 4.820 puntos; 2.000 menos que Alcaraz y exactamente la cifra que se otorga al ganador de un grande— conquista Australia, recobraría el laurel. No es el único que puede llegar a la cima, pues el noruego Casper Ruud (5.820 puntos) y el griego Stefanos Tsitsipas (5.550) —tercero y cuarto en la clasificación— también podrían encaramarse a lo más alto en caso de llevarse el Abierto. No podrá aspirar al cetro Nadal, segundo en el ranking con 6.020 puntos, porque defiende 2.000 puntos al ser el vigente campeón. Pero la veda está abierta sobre todo porque Alcaraz —que solo defendía 90 puntos y que de jugarlo y superar rondas se hubiera atornillado como número uno— se pierde Australia.
El que sí que está en Adelaida (ATP 250 australiano) desde hace días es Djokovic, una vez más en combustión porque este sábado disputará la final ante el estadounidense Sebastian Korda. “Vine antes al país por el huso horario y porque el objetivo es alcanzar la cima en Melbourne —ciudad donde se disputa el primer grande del año—, donde quiero jugar mejor”, resolvió el tenista, aliviado porque al fin puede volver a su Abierto preferido, ya que lo ha conquistado en nueve ocasiones, más que ningún otro tenista [lejos quedan Federer y Roy Emerson, con seis]. Aunque las ha pasado canutas.
Hace un año, el serbio, reacio a vacunarse de la covid-19, llegó a tierras aussies con una exención médica para jugar el Abierto. Pero el Gobierno del país la rechazó y, tras batallas legales, cancelaciones de su visado y hasta una detención en el hotel, Djokovic fue deportado con una sanción por tres temporadas y sin desempolvar las raquetas. Un veto que revocó hace un par de meses el ministro australiano de Inmigración, Andrew Giles, permitiéndole solicitar un visado. “Lo que pasó hace 12 meses no fue fácil de digerir, aunque eso no reemplazará lo que he vivido en Melbourne, mi Grand Slam. Allí he creado algunos de mis mejores recuerdos”, recalcó Nole tras la noticia.
La reincorporación a la normalidad en el circuito de Djokovic dificulta el número uno de Alcaraz, que ya acabó renqueante el curso anterior con una lesión abdominal, que disputó su último partido oficial el 4 de noviembre y que observa la progresión de rivales coetáneos como Sinner, Aliassime y Rune, además de la pujanza de la Next Gen (Medvedev, Tsitsipas y Zverev) y el siempre batallador Nadal. “Tener un objetivo en la espalda de todos va a ser un poco diferente para mí este año y tengo que estar preparado”, resolvió hace unos días Alcaraz; “pero voy a intentar terminar 2023 en la misma posición que ahora”.
Sucede que llega con carrerilla Nole, campeón de la última copa de Maestros [se embolsó 4,6 millones de euros, el mayor premio histórico en un torneo] y ya finalista en Adelaida. Le aguarda Melbourne y, con permiso de Tsitsipas y Ruud, quizá el número uno que Alcaraz retendrá al menos por 20 semanas. “En mi mente siempre me veo como el mejor del mundo”, dice Djokovic. Australia le dirá si es así.
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