¿Dónde queda la desigualdad y la pobreza en las relaciones UE-América Latina? | Red de expertos | Planeta Futuro

La Unión Europea quiere reencontrar América Latina en una posible cumbre UE-CELAC y con un nuevo intento de firmar los acuerdos Mercosur-UE como puntas de lanza. ¡Nada nuevo bajo el sol! Se insiste con los mismos agotados temas y estrategias de aproximación, perdiendo la oportunidad de ser creativos con nuevas propuestas. De esta manera, la UE desaprovecha la ocasión de ser socia estratégica de Latinoamérica en la reducción sostenida de la desigualdad y la pobreza, o de la violencia generada en torno a la cocaína y sus industrias anexas, que desestabilizan y corrompen Estados y sociedades.

Extraña la insistencia de la UE en los acuerdos Mercosur-UE como propuesta central respecto a América Latina, máxime cuando afectan directamente solo a seis países y es evidente el fracaso que implican sus 20 años de negociación. En una entrevista publicada el pasado octubre en la revista Pensamiento Latinoamericano, Josep Borrell, Alto Representante de la UE, menciona nueve veces el Mercosur; una vez, la desigualdad; y, no menciona la pobreza. En lugar de insistir en negociar con ese deficiente sistema de integración regional, se podría apostar por acuerdos con países concretos como, en efecto, se ha hecho con gran éxito. Por ejemplo, podríamos cambiar de eje a propuestas más políticas en temas fundamentales para el futuro latinoamericano, como la desigualdad y la pobreza; incluso, adoptar una perspectiva propia y diferente a la norteamericana sobre las drogas, para tratarlo como un tema político y económico, no básicamente policial.

Las críticas a este tipo de planteamientos, pensados desde el Norte y los problemas globales, señalan poca receptividad y empatía respecto a las propuestas y necesidades de los países del Sur y sus circunstancias

La centralidad de los acuerdos en la política hacia la región está relacionada con la influencia en las decisiones de la UE y sus Estados de una comunidad epistémica, con una narrativa que hace de los acuerdos buenos per se. Desde una posición normativa, asumen que los procesos de integración regional son positivos y deseables a toda costa, aunque la evidencia empírica no les dé la razón. Por eso, sus análisis se centran en las hipotéticas ventajas, en lugar de valorar el peso de restricciones, como que Argentina y Brasil sean dos de las economías más cerradas del mundo, o las pocas capacidades estatales para controlar la contaminación del agrobusiness de la soja. Además, presentan muy poca atención a explicar las resistencias de los países europeos al acuerdo, o que Chile, que va por libre desde que dejó el Pacto Andino en los setenta, sea un ejemplo de inserción internacional exitosa.

Aunque Borrell ha planteado que una nueva etapa de relaciones birregionales debe utilizar “los instrumentos políticos y económicos de forma más coherente e identificando no solo los riesgos, sino también las oportunidades”, en su discurso sigue usando el viejo argumento de la relevancia de las inversiones de la UE en Latinoamérica. Esta es una visión arcaica que resume asimetría y refleja la primacía de los intereses empresariales sobre otros. Además, relega a un segundo plano el anhelo arriba citado de que los posibles acuerdos Mercosur-UE y otros, como los firmados con Chile o México, sustenten una relación que vaya más allá de lo económico y comercial para centrarse en lo político.

La posición de la UE persiste en el voluntarismo que ve un necesario destino común entre las dos regiones. En este sentido, Borrell sostiene que la UE y Latinoamérica deben “entender que son grandes aliados para afrontar juntos los desafíos del siglo XXI” y que se trata de “dos regiones que se encuentran entre las más alineadas del mundo en términos de intereses y valores, y que comparten una visión similar del tipo de sociedades que queremos”. Pero, sería más realista reparar en el aumento de diferencias y distanciamiento que implica el avance de la presencia china, o el aumento de tendencias autoritarias y violencia en la región, o el crecimiento de los partidos xenófobos en Europa. Todos ellos son hechos que fortalecen lo que nos separa y no lo que nos une, por lo que sería deseable que se actualice la visión de las bases de la relación entre las regiones con el fin de obtener mejores resultados.

Por otro lado, la Unión Europea ha hecho suya la propuesta de la Fundación Carolina (organismo paraestatal español) que centra la relación entre regiones en “tres transiciones”: digital, ecológica y socioeconómica, en ese orden, a juzgar por el énfasis en la agenda verde y en la digitalización. Ello refleja una visión donde priman valores posmateriales sobre los materiales vinculados a la desigualdad y la pobreza. Aun reconociendo que las tres transiciones buscan atacar problemas estructurales de la región, el efecto de las dos primeras sobre la tercera sería lento a pesar de ser la más urgente.

Podríamos cambiar de eje a propuestas más políticas en temas fundamentales para el futuro latinoamericano, como la desigualdad y la pobreza; incluso, adoptar una perspectiva propia y diferente a la norteamericana sobre las drogas, para tratarlo como un tema político y económico, no básicamente policial

La UE debería contar con una narrativa sobre “lo inmediato” y la solución de problemas concretos y más apremiantes de las sociedades latinoamericanas ¿No es extraño que a una persona con problemas de pobreza crónica se le hable de las oportunidades que le ofrecerá la revolución digital? Las críticas a este tipo de planteamientos, pensados desde el Norte y los problemas globales, señalan poca receptividad y empatía respecto a las propuestas y necesidades de los países del Sur y sus circunstancias. Señalan que se les pide tomar medidas sin considerar los mayores costes para ellos. Por ejemplo, el cambio del modelo energético y de explotación de los hidrocarburos les podría crear un fuerte déficit presupuestario.

La Unión Europea debería abandonar la comodidad que implica recurrir siempre a los acuerdos Mercosur-UE como propuesta estrella hacia América Latina, pues, de seguir por esa vía, solo aumentará la sensación de distancia y fracaso. Es necesario marcar distancia de la posición de aquellos internacionalistas que llevan veinte años escribiendo sobre dichos acuerdos, a pesar de su estancamiento, y dejar paso a la inclusión de nuevas agendas y problemáticas. Se necesita impulsar un discurso propio priorizando temas como la pobreza, el narcotráfico o el fortalecimiento democrático, que requieren una intervención más urgente por el efecto desestabilizador inmediato. Estamos a tiempo de hacer propuestas novedosas, de aproximación a la región, en lugar de fabular sobre el deber ser. ¡No dejemos pasar una nueva oportunidad!

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