Este martes debía ser un día de celebración para el Partido Republicano en la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Tras cuatro años de dominio demócrata, los conservadores recuperaron la mayoría en las elecciones de medio mandato de noviembre. Sin embargo, los que parecían de fiesta eran los demócratas, mientras los republicanos se cocían en su propia salsa. La nueva legislatura ha arrancado con la falta de acuerdo de los republicanos para nombrar un nuevo presidente de la Cámara baja. Kevin McCarthy, el candidato conservador, ha perdido las tres primeras votaciones por la rebelión del ala dura de su formación, que ha optado por nombres alternativos. Es la primera vez en un siglo que ocurre.
Un total de 19 representantes republicanos dieron la espalda a McCarthy en la primera y segunda votación y en la tercera aún se sumó uno más a los rebeldes. Hacia las 17.30 horas de Washington (23.30 en la España peninsular), la Cámara decidió levantar la sesión y continuar este miércoles. Pese a la humillación desde sus propias filas, el candidato se resiste a tirar la toalla y muchos de sus partidarios se niegan a buscar un sustituto. McCarthy se muestra dispuesto a que se vote una y otra vez, sabedor de que por ahora no hay una alternativa viable. La falta de elección del nuevo speaker impide que la Cámara pueda empezar a funcionar. La votación debe repetirse tantas veces como sea necesario para alcanzar una mayoría, sea por parte de McCarthy o por otro candidato. El récord es de 133 rondas en 1855, lo que supuso un bloqueo de dos meses en la actividad parlamentaria.
Si todos los representantes participan, McCarthy necesita obtener 218 votos para lograr su objetivo, pero solo llegó en las dos primeras rondas a 203 y en la tercera, aún perdió un voto. Parece lejos de su propósito, pero incluso si acabara siendo elegido, estaría en una posición de debilidad. La amenaza de que la mayoría republicana sea ingobernable se ha hecho patente ya con toda crudeza.
Los republicanos lograron en las elecciones del 8 de noviembre una mayoría estrecha, muy lejos de sus expectativas de una marea roja (el color de su partido) que había pronosticado el expresidente Donald Trump. Cuentan con 222 escaños, frente a los 212 demócratas (pues un representante de este partido falleció tras ser elegido). Para ser proclamado presidente de la Cámara de Representantes se necesita una mayoría absoluta de los que participen en la votación y desde muy pronto se ha visto que McCarthy no contaba con el apoyo de todos los suyos para convertirse en el sucesor de Nancy Pelosi, la anterior presidenta de la Cámara.
McCarthy, congresista por California de 57 años, ha intentado hacer concesiones al ala dura de la formación, pero eso no ha bastado para asegurarse el cargo. Aceptó incluso una regla procedimental que amenazaba con convertirle en rehén de los congresistas díscolos de su partido durante los dos años de su hipotético mandato: la que permite instar un voto de censura para destituirlo solo con que cinco representantes lo pidan. También hizo otras concesiones, pero no han sido suficientes para el ala derechista del partido (el Freedom Caucus, o Grupo de la Libertad).
La representante republicana por Nueva York Elise Stefanik, un perfil en alza en su grupo, ha presentado la candidatura de McCarthy asegurando que nadie como él ha trabajado tan duro para lograr la nueva mayoría republicana. Ha sido el líder de la minoría durante los últimos cuatro años y cuenta con el apoyo de los moderados de su partido. Su gran ambición política es lograr ese cargo que de momento se le escapa y que es la tercera mayor autoridad de Estados Unidos, solo por detrás del presidente, Joe Biden, y de la vicepresidenta, Kamala Harris.
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McCarthy, sin embargo, se ha ganado enemigos internos. Hay quienes le acusan de haber hecho demasiadas concesiones a los demócratas y también quienes le responsabilizan parcialmente de la decepción electoral del 8 de noviembre. Otros han aprovechado la posición de fuerza que les da la estrecha mayoría republicana para tratar de imponer sus condiciones en el funcionamiento de la Cámara.
Aunque McCarthy ha tenido algunos rifirrafes con Trump, el expresidente ha tratado de convencer a sus partidarios de que le apoyasen, pero sin éxito. También le ha mostrado su apoyo la muy radical Marjorie Taylor-Greene, que antes era opositora, pero tampoco ha sido capaz de convencer a los suyos.
Los demócratas han aprovechado la nominación de su propio candidato, Hakeem Jeffries, para subrayar la unidad de su partido en contraste con la bancada contraria. El legislador demócrata Pete Aguilar ha presentado a Jeffries en una intervención mucho más aplaudida y celebrada por los demócratas que la de Stefanik por los republicanos. “Los demócratas están unidos”, ha proclamado.
Caras de funeral
De hecho, la división republicana y el cierre de filas demócrata ha provocado que Jeffries haya sido el más respaldado en la primera votación, con 212 votos. Por detrás ha quedado McCarthy, con 203, y en tercer lugar, Andy Biggs, un aspirante alternativo propuesto por parte de los díscolos, con 10. El cuarto ha sido otro republicano, Jim Jordan, que ni siquiera había presentado su candidatura, dentro de otros nueve votos dispersos en el partido, que dio un espectáculo de división que llevó a que entre los republicanos se extendieran las caras de funeral en un día que debía ser festivo.
En la segunda y tercera votación, los díscolos han concentrado sus votos en Jim Jordan, que ha recibido 19 y 20 apoyos en ellas. Lo curioso es que el propio Jordan ha votado por McCarthy, al que considera su candidato y para el que ha pedido el respaldo del resto de miembros de su partido.
El escenario que se abre es incierto. Es difícil que la mera repetición de las votaciones cambie el escenario, así que lo más probable es que McCarthy tenga que ponerse a negociar de nuevo. Ya ha hecho varias concesiones. Además de admitir que se pueda instar un voto de censura para destituirle con solo cinco firmas (los díscolos piden que baste una), McCarthy se ha comprometido a crear una comisión que investigue la supuesta utilización del Gobierno federal como arma política.
También acepta prohibir en el nuevo reglamento de la Cámara el voto telemático o la participación a distancia en las comisiones y suprimiendo los detectores de metales que ordenó instalar Pelosi después del asalto al Capitolio para impedir el acceso con armas al hemiciclo. También ha propuesto endurecer las normas sobre autorización de gasto al Gobierno federal. Además, acepta conceder un mínimo de 72 horas desde que una proposición de ley se plantea hasta que se somete al pleno. Pero para los rebeldes de momento todo eso es insuficiente.
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