Tarde, aunque a tiempo para no perderse la Champions que viene, el Atlético sigue su crecida de juego y resultados. Solvente y brillante por momentos, se deshizo del tocado Valencia que trata de rehabilitar Baraja. Griezmann, que afila y culmina el juego, y Carrasco, que se gustó como máximo responsable del costado izquierdo, enfilaron la quinta victoria en los seis últimos partidos. Lemar, a pase de Morata, certificó el estado de bienestar que atraviesa el equipo y colmó ese pensamiento de Simeone que cuesta digerir a los descartados de inicio, eso de que lo importante es la calidad y no la cantidad de los minutos.
El duelo también tenía la arista de dos equipos y dos clubes que se miraban a los ojos como alternativas al duopolio Madrid-Barcelona. Y no todo es la diferencia obvia de alcanzar el maná de participar en la Champions año tras año, como ocurre con el Atlético para alivio del club y orgullo del cholismo, que vuelve a jalear enardecido al argentino.
Poco queda de aquel Valencia que pitaba en el campeonato por competitivo. Dos de sus símbolos están ahora en el banquillo. Baraja y Marchena, este como segundo, son la última esperanza del valencianismo como representantes de la única solución posible. Llegar con el mero juego y los sentimientos donde la gestión no alcanza y tampoco llena a una hinchada que solo desea que la propiedad cambie de manos. Baraja trata de sacar al equipo del pozo con un puñado de proyectos de buenos jugadores, como Guillamón, Correa, Musah, Nico, Hugo Duro o Justin Kluivert, todos cociéndose bajo la presión del fuego del descenso. Insuficiente para desarmar a este Atlético en ebullición. El equipo mantuvo la dinámica posmundialista que le ha aupado al tercer puesto, ya sin la presión de pelear por los títulos, pero sí la de lograr plaza en la próxima Liga de Campeones. Simeone parece haber dado más tarde de lo que hubiera deseado con una tecla sólida. Ha encontrado un espinazo al que sumar a sus dos valores más diferenciales, Oblak y Griezmann. Las mejoras de Hermoso, Molina, Llorente y De Paul, la entrega del mando a Koke y la pareja Griezmann-Depay. El neerlandés enseñó con frecuencia el argumento por el que ha desbancado a Morata. El juego de espaldas, al que adornó con varios toques de primera.
Este Atlético más definido y estable, sin las tensiones que generaba el debate sobre João Félix es asimétrico. Nada nuevo para Simeone, que repite a banda cambiada una fórmula de sus primeros años. Por entonces, la banda derecha era en exclusiva para Juanfran y cargaba mucho el juego a la izquierda con Filipe, Koke y Arda. Cuando el rival basculaba hacia ese costado, Tiago o Gabi giraban el juego a la pista libre de Juanfran. Ahora el equipo se vence a la derecha con el triángulo Molina, De Paul y Llorente, y los cambios de orientación son para Carrasco. A veces, se echa en falta que el belga no le dé más continuidad y contundencia a sus controles en carrera. Pero tiene el orgullo de los extremos y lo intenta una y otra vez, aunque se le recrimine que le pueda sobrar una pisada. Anoche se sintió muy a gusto en ese yo contra el mundo que le toca interpretar. Y sobre esa argamasa a la que Griezmann saca punta desde los espacios libres que busca, el Atlético hiló juego. Una combinación eléctrica y precisa de pie a pie entre Llorente, De Paul, Depay y Hermoso deleitó al personal, que se inflamó con el gol de Griezmann. Una secuencia recta y vertical que batió las tres líneas del Valencia. Savic-Llorente y la carrera y el toque definitivos del atacante francés.
Encendido por el tanto, el Atlético se desplegó al galope con Depay, al que un pisotón de Foulquier desprendió su bota izquierda. No señaló falta el colegiado y el Valencia ejecutó su mejor maniobra del encuentro. Un pase cruzado con el que Hugo Duro superó a Oblak con un toque certero. El VAR corrigió y convirtió el tanto en una falta directa. El lance sirvió también para detectar que también se empiezan a establecer nuevas jerarquías en los rojiblancos. Fue De Paul el que la ejecutó y envolvió una rosca que saludó de cerca la escuadra. Cada vez enseña más su preciso toque, tras año y medio sin aparecerle.
No tardó el Atlético en resolver el partido en la reanudación. A los tres minutos, una galopada y un disparo de Llorente que no pudo remacharlo Depay. La pelota le cayó a Carrasco y este armó una pared con De Paul que dejó al belga listo para ejecutar a Mamardashvili. Caído a la izquierda, una posición que no le es extraña de sus tiempos de sub-21 y en la Juve, Morata sacó un pase templado para que Lemar lo picara cruzado y terminara por deshacer al Valencia.
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