Julio Cortázar y Aurora Bernárdez se conocieron en 1948 en Buenos Aires, se casaron en 1953, y se separaron en 1968 mientras vivían en París. Ambos comenzaron como traductores, atravesaron las vacas flacas de la migración y terminaron viajando por el mundo trabajando para las Naciones Unidas. Durante esas dos décadas Cortázar publicó los cuentos de Bestiario, Final del Juego, o Todos los fuegos el fuego, y la novela Rayuela. Después se enamoró de las revoluciones latinoamericanas y de la agente Ugné Kurvelis, y convivió con la fotógrafa Carol Dunlop, a quien acompañó hasta su muerte en 1982. Cortázar viviría solo dos años más.
En los últimos meses de su vida, solo y enfermo, Bernárdez volvió a cuidar a Cortázar. Escritora que se guardó en un cajón para no eclipsar al hombre de su vida, traductora de autores como Gustave Flaubert, Albert Camus o Simone de Beauvoir, Aurora Bernárdez será para siempre la albacea generosa que ordenó la edición de la correspondencia del escritor, sus inéditos y sus clases de literatura. Fue el último acto de amor con su marido fallecido. El primero había sido enterrarlo en 1984 junto a Carol Dunlop en el cementerio parisino de Montparnasse.
Adolfo Bioy Casares murió en 1999 a los 85 años. Precursor de la hoy muy nutrida ciencia ficción del Río de La Plata y alto representante de la clase alta argentina que se crió con un pie en la hacienda y el otro en Europa, vivió sus últimos años poniendo su vida en orden. En diciembre de 1994 había muerto su esposa, la escritora Silvina Ocampo, y tres semanas después falleció en un accidente de tránsito su hija, Marta Bioy, a quien Ocampo había adoptado como suya. Marta no fue su única hija extramatrimonial. En 1998, un año antes de morir, el autor de novelas como La invención de Morel o El sueño de los héroes viajó a París para reconocer a otro.
Fabián Ayerza Demaría había vivido casi toda su vida en Francia, heredero de otras familias argentinas de abolengo. El encuentro con su padre biológico fue fructífero. Fabián heredó los derechos intelectuales de la obra de Bioy y dividió el resto de su herencia con los hijos de Marta Bioy y Lidia Ramona Benítez, la enfermera que cuidó al escritor en sus últimos años. Fue solo el principio de una herencia complicada. La historia la cuenta el editor y librero Guillermo Schavelzon en su libro de memorias: Fabián murió en 2006 y la obra de Bioy cayó en manos de su madre, Sara Josefina Demaría, que había tenido un amorío con Bioy hace décadas y recibió el legado cuando tenía 90 años. El litigio por la sucesión tardó casi 10 años. Este año, por fin, se publicó la obra completa de Bioy Casares en la Editorial Alfaguara; pero sus diarios, incluidos los extractos sobre su amigo más cercano, Jorge Luis Borges, que vieron la luz brevemente, siguen encajonados.
La herencia de los grandes escritores argentinos del siglo XX ha tenido historias de película como estás. Hay más. Algunos biógrafos de Roberto Arlt conjeturan con que su hija y albacea, Mirta Arlt, cambió algunas palabras de la obra inédita del cronista por considerarlas soeces. Nunca se sabrá, Mirta Arlt murió en 2014. La obra de Roberto Fontanarrosa, el escritor que unió la pasión literaria del país con más librerías del mundo con la única que la supera, el fútbol, también tuvo un litigio de una década entre su hijo y su última esposa. El único legado que cruzó mares y se leyó por décadas sin sobresaltos fue el de Jorge Luis Borges. María Kodama, su viuda y albacea, recibió esa herencia en 1986 y la cuidó desde entonces hasta su muerte, el pasado 26 de marzo, a los 86 años.
Kodama peleó incansable contra cualquier mención a su marido que considerara una afrenta –incluso criticó a Bioy Casares, ya fallecido entonces, por la publicación del retrato íntimo de su amigo en 2006–, pero también se encargó de que el escritor sea la referencia universal que es hoy. Lo resumió Martín Hadis, gran biógrafo de Borges, en una entrevista radial un día después de su muerte: “Borges te deslumbra por sí mismo, pero para que te deslumbre tenés que llegar a él, leerlo. Y si estás en Mongolia, la India o China y no te lo hacen conocer, es muy difícil que te enteres”.
El celo y el vigor con el que Kodama se encargó de la obra de su difunto marido encendieron alarmas cuando, el lunes pasado, su representante legal durante casi 20 años afirmó que no había dejado un testamento. Ocho días después de la muerte de Kodama, el abogado Fernando Soto anunció que había pedido a la justicia argentina que se declare un juicio por herencia vacante. Le legitimaban honorarios pendientes por un juicio en el que había representado a Kodama contra un escritor al que acusó de plagiar un cuento de Borges. Soto contó a los periodistas que había buscado a posibles herederos, pero consideraba que la noticia era pública y que había pasado el tiempo suficiente para buscar un administrador de la herencia. Al día siguiente, cinco sobrinos de María Kodama se presentaron ante la justicia para resolver la sucesión.
María Kodama había declarado en algunas entrevistas en los últimos años que no confiaba en las instituciones argentinas, que tenía pensado dejar el legado a las universidades extranjeras donde se estudiaba la obra de su marido y donde él había dado clases, y que ya tenía en mente a una posible albacea que sería incluso más rigurosa que ella. El giro en la sucesión del escritor más importante del país generó la pregunta de la semana en el circuito cultural argentino: ¿Cómo es posible que una albacea que se dedicó casi 30 años al cuidado de ese legado no haya dejado testamento?
El abogado Soto afirma que “María era muy cuidadosa de su intimidad y no le gustaba hablar de su enfermedades”. “No hablaba de su futura muerte”, dijo el lunes en su despacho a un grupo de periodistas. El abogado, amigo de Kodama e integrante de la fundación que creó la viuda en honor a Borges, afirmó que había buscado posibles sucesores, entre ellos un hermano, Jorge Kodama, muerto en 2017, pero no le quedaba claro que este tuviera descendencia. Tampoco que hubiera tenido una relación cercana con su hermana. Los sobrinos de María Kodama, representados legalmente por la mayor de ellos, Victoria Kodama, han dicho que no hablarán con la prensa hasta que el tema avance en tribunales. La herencia en juego incluye tres propiedades en Buenos Aires, el archivo de condecoraciones, primeras ediciones y manuscritos de la pareja, y la obra de Borges, que les implicará trabajo si se confirma la sucesión: no pasará al dominio público hasta 2056.
El anuncio de Soto, en el análisis del doctor Marcos Córdoba, catedrático de Derecho de Familia y Sucesiones de la Universidad de Buenos Aires, fue “temporalmente inoportuno”. Córdoba explica que no se habían cumplido plazos que establece la ley argentina. “Aquí rige una norma llamada el ‘novenario de llanto y luto’, es decir, los primeros nueve días posteriores a la muerte de una persona no puede requerírsele nada a los herederos”, explica Córdoba a EL PAÍS. “El se presenta como acreedor de la sucesión. Pero los acreedores, para intimar a los herederos, deben dejar pasar cuatro meses desde la muerte para poder intimar a los herederos a que inicien la sucesión. Este letrado no intimó a los herederos porque afirmaba desconocerlos, y se presentó en un tiempo inoportuno como acreedor”.
Queda por ver qué pasará con el legado del autor de El Aleph, Las ruinas circulares e Historia Universal de la Infamia. María Kodama fue criticada durante décadas por su férreo control sobre la obra de su marido, pero Borges respira en todas las librerías del país.Su primer poemario, Fervor de Buenos Aires, cumple su centenario este año y será uno de los platos fuertes de la Feria del Libro de Buenos Aires, que comienza a fin de mes, mientras el futuro de toda su obra se define en los tribunales.
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