El cine nos invita a entender, desde otro punto de vista, lo que miramos desde fuera cuando viajamos como turistas. A través de las películas hechas en los rincones menos visitados de África podemos colarnos detrás de la celosía de una casa familiar, escuchar cada inflexión de una lengua nativa y espiar lo que pasa en el barrio sin que nos vean. Nunca llegaremos a averiguarlo todo porque, como en la vida, siempre hay misterio que queda sin desvelar, el cual nos impulsa a seguir queriendo conocer. La película Le Panthéon de la Joie (El panteón de la alegría, 2022), de Jean Odoutan (Benín, 1965), cuyo estreno internacional en salas está previsto el 3 de mayo, es una travesía artística hacia Ouidah, la capital espiritual de Benín. Cargada de añejas historias de dolor, como por ejemplo su pasado como puerto de esclavos, la ciudad es, a la vez, referente de festividades que celebran la vuelta de los espíritus de los ancestros, que se presentan para hacer bailar a los vivos. Quizá como la compensación jocosa ante tanta injusticia.
Odoutan ha creado una comedia musical, interpretada por los habitantes de Ouidah. Se trata de una ópera de barrio, con la frescura del protagonismo infantil, realizada en los techos de casas a medio construir, en los pasillos estrechos que dejan los mercados y en calles de tierra encharcadas. Jacob Gbetie Marcos, Jérémie Ahouansou, Coffi Jean-Phlorique Anato y Carl Tchanou, que rondan los 12 años, son los cuatro actores principales, también bailarines, músicos y cantantes, y se llevaron recientemente el premio a la mejor interpretación en la 16ª edición del Festival International du Film Transsaharien de Zagora (Marruecos).
Si los jóvenes se marchan
Los temas sobre los que estos niños y sus acompañantes cantan son los del día a día en un barrio de cualquier ciudad de África Occidental. Los adolescentes sueñan con echarse al océano para alcanzar otra orilla más próspera y en las canciones, compuestas, orquestadas y coreografiadas por el propio Odoutan, siempre aparecen la palabra “Francia” y lugares parisinos emblemáticos. Los protagonistas festejan con percusión artesanal, batiendo sus manos, sus cuerpos y cacharros reciclados, cada triunfo pasajero, como encontrar las monedas que les permitan comprar un manojo de leña para que la abuela cocine ese día, o robar un tomate o tener un pescado para compartir. Fechorías contadas en el idioma local fon, salpicado con francés.
“Partir no es la solución”, reza la letra de una de las canciones que más se repite. La ternura, en tanto, queda reservada a la relación de los adolescentes con las mujeres: la abuela que a duras penas saca el hogar adelante, la madre soltera que lidia con la administración por el título de primaria de su hijo, la otra madre que quiso defender a su bebé de la mezquindad del padre pero fue doblegada, la vendedora de naranjas peladas, la cuentacuentos… Hasta la viuda presuntuosa que lleva una torre Eiffel colgada al cuello y tiene la casa más bonita del pueblo, pero no puede pagar a los albañiles. Ellas son las primeras que se preguntan para qué emigrar. Los ancianos también se cuestionan, angustiados, quién va a levantar el país si todos se van. Irse, sí, pero volver a contribuir en el país, les responden los jóvenes.
Resiliencia, podría llamarse la postal completa, la que ningún turista en Benín logra abarcar con la mirada. Entre las paredes desdentadas y los hierros desnudos, esperando eternamente un pilar de cemento que los cubra, se suceden estos conflictos cotidianos.
Una espiritualidad diferente
Cada plano de la película denota una cuidada puesta en escena y muchas semanas de ensayo. Mención aparte merecen las representaciones de los rituales vudú, que nos invitan a adentrarnos con menos prejuicios en una espiritualidad diferente: la que permite que vivan en armonía los muertos con los vivos, aceptando el poder de lo que no se puede dilucidar. Así, el personaje ausente del “tío Gabriel” (encarnado por el propio Odoutan), migrante en Francia durante largo tiempo, vuelve a su barrio en un féretro, pero no provoca pena, sino gratitud y alegría.
Mientras la esperanza en el pueblo se renueva al calor de los funerales, los niños, las niñas y también los adultos danzan en la playa, cerca de la desembocadura del río Mono. Con sus rostros pintados de blanco, alrededor del Egungun, la figura que en la mitología yoruba representa el espíritu colectivo de los antepasados, que no abandonan a los hijos de su tierra y los acompañan a seguir sus normas éticas durante su existencia.
Odoutan ha explicado que este, su séptimo filme, le había llevado diez años de escritura y diez semanas de rodaje, durante el verano de 2022. Como el tío Gabriel, el realizador lleva tres décadas residiendo en Francia, pero regresa a menudo a Ouidah, donde fundó una escuela de cine para jóvenes de la región. Además, desde 2003, Odoutan organiza allí el Festival International du Film Quitessence, en cuya próxima edición, en abril, se proyectará ‘El panteón de la alegría’.
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