Con tan solo 16 años, Agustin Prince inició su camino hacia “algún lugar”, lejos de Pouma, una pequeña ciudad camerunesa ubicada en el oeste del país africano. Prince, que ahora tiene 23 años y lleva ya un lustro en España, desmiga los recuerdos de lo que fueron los “días más difíciles” de su existencia en un relato íntimo, El viaje de Prince (Libros de Malas Compañías), un libro autobiográfico que ha escrito y lanzado con el apoyo de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). “Mi historia es solo un ejemplo de lo que vivimos todos los que salimos de nuestros países. No tuvimos opción, no elegimos arriesgar nuestras vidas, sufrir así. Y yo… yo al menos logré sobrevivir”, relata en una entrevista con este diario poco antes del lanzamiento de su primer título, que se presenta este miércoles.
Sin saber cuál sería su destino, Prince huyó del conflicto armado interno entre las regiones de habla anglófona y francófona en Camerún, que explotó en 2016 tras la imposición del francés como lengua oficial por parte del Gobierno central, y que, según los datos emitidos por Human Rights Watch en su último informe global, ha dejado como saldo más de 712.000 desplazados internos. Unas cifras a las que se suman más de 340.000 personas desplazadas debido al acoso del grupo terrorista Boko Haram que, aunque se asienta principalmente en Nigeria, también tiene presencia y perpetúa ataques en países vecinos como Chad, Níger y Camerún.
Si hubiera podido quedarme en cualquiera de los países de tránsito, lo habría hecho. Pero ahí no se puede vivir, ahí no puede vivir ni dios
Un día, cuando él y su madre visitaban a una vecina, llegó un grupo de hombres armados. “Empezaron a golpearla y a insultarla, yo no entendía lo que estaba pasando, le hablaban en inglés y nosotros somos de una zona de habla francófona. La quise defender, pero me rompieron una botella de vidrio en la mano”, dice mientras muestra una gruesa cicatriz que le atraviesa la muñeca izquierda. “Solo recuerdo a mi madre diciéndome que huyera, que me salvara. Quedé inconsciente. Cuando me desperté estaba lejos de mi casa y empecé a caminar hacia Bamenda, una ciudad que conecta Camerún con Nigeria”.
En el transcurso de un año, Prince se trasladó de Camerún a Nigeria, luego a Níger, Argelia, Marruecos y arribó a Tarifa tras navegar algo más de ocho horas en patera. “Al llegar a Nigeria me encontré rápidamente con un grupo de unas 30 personas que también escapaban de la violencia. Unos cuantos nos guiaban, pero todo eso tenía un coste. Estábamos obligados a pagar cerca de 500 euros por cada lugar al que nos llevaban”, concreta. Pero aclara que volver a su país no era una opción. “En el país se cree que si sales es para ayudar a tu familia, volver sin haber logrado nada se considera una deshonra, por eso muchos prefieren morir en el intento antes que regresar sin haber obtenido ningún logro. Yo lo sé muy bien, tengo que contribuir a mejorar la vida de mi familia”, sentencia.
Este joven camerunés cuenta que en cada una de las ciudades a las que llegaba en su recorrido tenía que pedir limosna y robar comida para sobrevivir. Incluso, asegura, fue “vendido como esclavo” cuando quienes le guiaron en su camino hacia Argelia lo vendieron a otro grupo mafioso que lo obligó a realizar trabajos de construcción para pagar la siguiente ruta. “Empezábamos a las cinco de la mañana y la jornada terminaba a las 10 de la noche. Teníamos una sola comida, muy pequeña, y nosotros nunca vimos una sola moneda por ese trabajo. Nos decían que estábamos en deuda. No podíamos huir, porque todos se conocían”. Este calvario se extendió durante cuatro meses hasta que la red consideró saldada su deuda y lo trasladó a Marruecos. “No sabía que iba hacia España, si hubiera podido quedarme en cualquiera de los países de tránsito, lo habría hecho. Pero ahí no se puede vivir, ahí no puede vivir ni dios”, precisa.
A las mujeres, aunque tengan el dinero para pagar, luego no las dejan seguir con la ruta, porque las prostituyen, las violan. Todas ellas terminan embarazas durante el viaje
“Antes, para mí era muy difícil hablar de esto, me sentía muy avergonzado”, esboza con una sonrisa timorata. Por eso, tras cerca de tres años en terapia psicoemocional, ha decidido volver a hurgar en los recuerdos que le causan dolor.
“No quiero que mi historia se repita. He visto morir a muchas de las personas que viajaban conmigo. Algunos dicen que lo más peligroso es atravesar el mar en patera, pero en realidad nuestras vidas están en riesgo en cada nuevo lugar”, reflexiona. Y continúa en alusión a su experiencia en Argelia: “Las rutas migratorias están en manos de traficantes de personas. Cuando llegas a un nuevo país te encierran en celdas, solo te dejan libre durante el día para que vayas a trabajar. Te cachean todo el cuerpo para que no puedas ahorrar nada de dinero. En estos lugares, hasta hay abusos sexuales, no solo a las mujeres, a hombres también. Y no puedes hacer nada porque te apuntan con un arma en la cabeza. Estás indefenso”, recuerda y mantiene un largo silencio.
Prince rememora con nostalgia a las personas que conoció en el camino. “Me hice muy amigo de una chica, ella sigue en Argelia. No pudo salir. A las mujeres, aunque tengan el dinero para pagar, luego no las dejan seguir con la ruta, porque las prostituyen, las violan. Todas ellas terminan embarazadas durante el viaje”, lamenta. “Vi morir a un chico con el que conversaba. Eso pasó en el trayecto de Níger a Argelia. Nos subieron a 30 personas en un coche que era para cinco. Nos colocaron uno sobre otro en el maletero y después nos abandonaron en el desierto”.
La Organización Internacional para las Migraciones ha documentado la muerte de más de 50.000 personas en todo el mundo durante viajes migratorios entre 2014 y 2022. Aunque la cifra real, según estiman, es muy superior. África es, según el organismo, la segunda región más mortífera para las personas en movimiento. Mientras que Europa se sitúa como el destino más letal, debido a que “más de la mitad de estas muertes se han producido dentro o en ruta hacia algún país europeo”.
“Yo cuento esta historia para sanar, para evitar que más jóvenes arriesguen su vida”, sentencia. Su sueño es que la fundación Rosine, que ha emprendido junto con un amigo congoleño hace un año, crezca. A pesar de que por ahora tratan de sostenerla con todo lo que les sobra de sus salarios, Prince tiene el objetivo muy claro: ayudar a incorporar a través de apoyo emocional a las personas que son deportadas a Camerún. “Yo quiero crear un espacio en donde podernos apoyar. Lo hago por mi madre, por eso la fundación lleva su nombre, quiero que se sienta orgullosa de mí”, finaliza.
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