El presidente brasileño, Jair Messias Bolsonaro, de 67 años, que está enclaustrado en su residencia desde que perdió las elecciones, ha decidido cuestionar por la vía institucional el resultado. Cayó derrotado por la mínima (1,8 puntos; unos dos millones de votos menos que su contrincante) hace tres semanas ante su rival, Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años. El mandatario ultraderechista ha presentado este martes por la tarde un recurso ante el Tribunal Superior Electoral en el que le solicita que anule parte de los votos emitidos el pasado 30 de octubre. Los votos en cuestión son los tecleados en los modelos más antiguos de la urna electrónica que Brasil usa hace 25 años y el argumento esgrimido son las supuestas inconsistencias detectadas.
La demanda supone la materialización de un temor que ha sobrevolado estas elecciones, las más tensas y polarizadas en la historia reciente de Brasil. La solicitud de que parte de los votos sean invalidados se basa, según el escrito citado por Reuters, “en indicios de mal funcionamiento irreparable” detectados por una auditoria encargada por el equipo del presidente. Con el argumento de que existen “indicios de errores graves que generan incertidumbre y hacen imposible validar los resultados generados” en las urnas de ciertos modelos, reclaman que sean anulados. El escrito está firmado por el presidente de la República y por el líder del Partido Liberal, con el que concurrió a los comicios y que obtuvo el mayor grupo parlamentario del Congreso.
El presidente del Tribunal Superior Electoral, Alexandre de Moraes, ha dado a Bolsonaro 24 horas para que presente las auditorías tanto de la primera vuelta electoral como de la segunda en las que se basa su recurso, informa Reuters. Si no presenta la documentación, rechazará la demanda.
En 2014 y tras la ajustada victoria de Dilma Rouseff, su contrincante, Aecio Neves, impugnó el resultado sin éxito. El Tribunal Superior Electoral rechazó sus argumentos.
Desde que perdió las elecciones, Bolsonaro está prácticamente desaparecido. Y su ausencia, su silencio y su negativa a reconocer explícitamente la victoria del izquierdista Lula han envalentonado a sus seguidores más radicales. Durante estas tres semanas, los bolsonaristas más ultras han mantenido concentraciones ante cuarteles de todo el país en las que han reclamado a los militares que den un golpe de Estado e impidan la toma de posesión de Lula, prevista para el 1 de enero. Las protestas, que comenzaron con decenas de miles de personas, han ido menguando, pero persisten en varias ciudades. La impugnación presentada por Bolsonaro puede dar alas a esos pequeños grupos bolsonaristas que siguen movilizados en las calles.
Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete
Bolsonaro culmina así una larga campaña en la que ha cuestionado el sistema de votación vigente y ha sembrado dudas sobre él, pero sin ofrecer nunca pruebas contundentes. Y en este cuarto de siglo no se ha detectado ningún caso de fraude. De todos modos, sus sospechas han calado en parte de sus seguidores, que están convencidos de que les han robado las elecciones. La erosión de la confianza en las urnas electrónicas de las que tan orgullosa estaba Brasil hasta hace nada es evidente.
Los resultados de las elecciones brasileñas son oficiales desde que así los declaró el Tribunal Superior Electoral la misma noche del día 30 tras un recuento de infarto. Lula logró el 50,9% (60 millones de votos) y Bolsonaro, el 49,1% (58 millones). Inmediatamente, fueron reconocidos por los máximos representantes tanto de la Cámara de Diputados, un aliado de Bolsonaro, como del Senado y del Tribunal Supremo. Gobiernos extranjeros, con Estados Unidos a la cabeza, se sumaron rápidamente al reconocimiento y felicitaron a Lula por obtener el que será su tercer mandato tras presidir Brasil entre 2003 y 2010.
El traspaso de poderes avanza al margen de las protestas golpistas. El equipo de transición de Lula está instalado en Brasilia analizado documentación gubernamental y negociando a muchas bandas para conseguir el apoyo parlamentario necesario para sacar adelante maneras de financiar sus promesas electorales. El izquierdista, que el lunes se sometió a una intervención quirúrgica en la laringe, sigue sin desvelar ni uno solo de sus ministros. La semana pasada el presidente electo hizo su primer viaje al extranjero. Primero a la cumbre del clima en Egipto, y después a Portugal.
Mientras Lula acapara todo el protagonismo, el todavía presidente sigue noqueado. La noche electoral se fue a dormir pronto y solo rompió su silencio 45 horas después. Aquel ha sido su único acto público en esas tres semanas. Fue una intervención de menos de dos minutos en su residencia de Brasilia, en la que no admitió explícitamente la derrota, ni felicitó a Lula. No obstante, firmó el decreto que dio inicio al traspaso de poderes. En este tiempo su agenda oficial es mínima, ha pisado su despacho una sola vez, solo recibe ministros, algún otro alto cargo gubernamental y siempre en su residencia, ha abandonado las retransmisiones en directo de los jueves y sus redes son actualizadas con logros gubernamentales, sin declaraciones. Un cambio radical para un político que alumbró un poderoso movimiento a partir de las redes sociales.
Tras conocerse la impugnación parcial de los resultados, la noticia ocupa un lugar secundario en las portadas digitales de la prensa brasileña, encabezadas por la muerte del cantante Erasmo Carlos, de la Jovem Guarda, a los 81 años. Durante toda la mañana, la apertura ha estado monopolizada por Argentina y su derrota frente a Arabia Saudí en el Mundial. La selección de Neymar se estrena el jueves.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región.