Más que con intenciones, la política se teje al capitalizar oportunidades. El Partido Revolucionario Institucional acaba de demostrarlo. Esta semana el PRI, la agrupación con más derrotas en tiempos recientes, supo atraer los reflectores mediáticos y cambiar la conversación sobre sí mismo, al punto de que es dable plantear que el futuro electoral mexicano podría ser una batalla entre dos tipos de priismo, el de Andrés Manuel López Obrador y el de sus excompañeros, hoy encabezados por Alejandro “Alito” Moreno.
En dos lustrosas jornadas llevadas a cabo lunes y martes con el título “Diálogos por México”, el PRI reivindicó que buscará el protagonismo en las disputas electorales venideras y en el debate público.
Se trató de pasarelas consecutivas donde el tricolor puso en marcha pompa y ceremonia propias de quienes se toman en serio. Son unos profesionales de los símbolos, y de lo ocurrido en esos dos días en el auditorio Plutarco Elías Calles lo primero que habría que destacar es que fueron eventos no solo vistosos, sino contundentes si de mandar el mensaje de vitalidad se trataba.
Cuán diferentes las cosas con respecto a lo que hizo, semanas atrás, Acción Nacional. Si para ser hay que parecer, entonces las pasarelas priístas parecen de gente con ánimo y capacidad de resolución, mientras que la de los panistas no pasó de una cita cuasi parroquial que apenas si fue registrada en los medios. Por sus olas mediáticas los reconoceréis.
Las elecciones se ganan con tierra y aire, suelen decir los teóricos. El PRI de la matraca se ilusiona si de repente no son los problemas de su presidente ni los reclamos de sus aliados lo que copan los medios, sino los discursos de una interesante y diversa caballada, de una dirigencia engallada.
En eso, ganaron de calle los priístas a los azules, cuyos líderes parecen obstinados en desaprovechar la oportunidad de volverse la única oposición relevante, espacio que tuvieron a modo gracias no solo a que tienen más gubernaturas y legisladores, sino a un PRI con dirigencia emproblemada por escandalosos audios de Alito y por votaciones legislativas de motivación cuestionable, por no llamarlas como propias de un pacto de impunidad.
Con eso en cuenta, el cierre del sexenio correrá por una vía donde la vida legislativa y los citas electorales podrían incluir, simultáneamente, a los mismos dos actores: al priísmo y a los integrantes del movimiento lopezobradorista, primos que podrían protagonizar tanto intensas negociaciones en el Congreso como mediáticas disputas en las urnas. No es un mal escenario para el tricolor, que avizora un futuro a pesar de que en el pasado reciente cosechó una nueva ración de certificados de defunción.
El PRI goza así, y también padece -porque en la política no todo es coser y cantar-, el hecho de haberse constituido en el partido gozne en el cierre del sexenio; mas será el mañana el que dirá si tal protagonismo abona a que el priismo resista y se desempeñe mejor en los comicios, o termine por desfondarse.
Por lo pronto no le hacen ascos a la oportunidad y las pasarelas provocan el reverdecimiento de la esperanza en un partido hasta hace pocas horas visto como roto sin remedio o incluso desahuciado.
Alejandro Moreno se ha apuntado el éxito de las jornadas pues a éstas acudieron cuadros y personajes identificados con corrientes que no sin razón le han regateado apoyo e incluso cuestionado su permanencia. Su mayor mérito es que supo contenerse y dejar el protagonismo a quienes desfilaron ante la militancia para dar santo y seña de lo que propondrían si llega a recaer en ellos alguna candidatura en las citas electorales del 2024, incluida la nominación presidencial.
Entonces, en ese vistoso foro y con distintas capacidades y legitimidad, Alejandro Murat, Enrique de la Madrid, Esteban Villegas, Ildefonso Guajardo, Miguel Riquelme, José Ángel Gurría, Beatriz Paredes y Claudia Ruiz Massieu expusieron sus ideas del estado de la nación y el consecuente rumbo a tomar.
El primer saldo político de las sesiones, en efecto, es que la dirigencia nacional priista ha recobrado un voto de confianza de los suyos. El campechano Alito fue un anfitrión que se prodigó en hacer que cada participante se luciera. Ganaron ambas partes, a no dudarlo, pero cosecha más quien pudo demostrar que tenía capacidad de convocatoria y que podría corresponder a ésta haciendo destacar a sus invitadas e invitados. Y de ello se habló en los medios, donde se dijo que si fue una operación cicatriz, ésta funcionó.
Y de las pasarelas se puede destacar que el priismo, de nueva cuenta, demostró que es un ramillete plural, donde lo variopinto también refleja capacidades técnicas y discursivas – la de Gurría, que entrenó su discurso con profesionalismo; la de Guajardo, que sin mayor apuntador hilvanó sus ideas–, posicionamientos contundentes y pegadores con el auditorio –como los de los gobernadores Riquelme y Villegas–, textos a los que les sobra rigidez retórica o les falta legitimidad –De la Madrid y Murat, respectivamente— y afilados diagnósticos y puntuales proclamas políticas como los de Ruiz Massieu y Paredes.
El priismo se resiste, pues, no solo a morir, sino que ha logrado capturar para sí mismo el protagonismo de una coyuntura en la que sus parientes políticos precisan de un aliado en el Congreso para sacar a flote la última (de momento, porque quién puede apostar a que Palacio Nacional no tenga más ocurrencias legislativas bajo la manga) reforma, ni más ni menos que la electoral.
Los priistas parecen haber llegado a la conclusión de que, en la recta final del sexenio, ganan más abriendo negociaciones en el Congreso con Morena, y disputándole a ésta en la calle y en los medios, que como uno más de los partidos del mal llamado, por sus resultados, bloque de contención.
Apelan a que el priismo sigue vivo, y a que confrontarse un día sí y otro también con el presidente de la República debe ser una estrategia mediática que no descarte acuerdos políticos en San Lázaro y en el Senado.
En tal escenario, Estado de México y Coahuila supondrán el laboratorio de esta especie de nuevo bipartidismo que imaginan en Insurgentes Norte. El cálculo sería que la renovación de gubernaturas en esas entidades en 2023 engullirán al PAN, que se difuminará dentro de eventuales alianzas encabezadas por priístas y, encima, tal bipolaridad hará ver cuán marginal es Movimiento Ciudadano.
El PRI sería entonces la oferta moderada frente al oficialismo radical; fuerzas que sin embargo no ocultan que abrevan de afluentes similares. En el tema militar, por ejemplo, al Revolucionario Institucional le disgustan los estridentes desplantes de legisladores panistas o plurales frente a los secretarios de las fuerzas armadas.
El PRI tiene además con qué reclamar que precedieron a AMLO en la idea de programas sociales asistencialistas, y que al igual que el presidente tratarán de espantar los fantamas comunes de devaluaciones o deuda.
Los priistas podrían, por su parte, apelar a que ellos en sus tiempos definieron mejores políticas para el campo –las de hoy, por increíble que parezca son peores que las de sexenios recientes– y que saben manejar mejor las demandas de sindicatos y de otros gremios. De que son más dados a escuchar, así sea a regañadientes o por conveniencia.
Y, por supuesto, apelarán al discurso de que son constructores de instituciones en la salud y la educación, sectores maltratados en el actual sexenio.
La enorme duda es si al negociar una reforma electoral el priismo no terminará por cavar su tumba, si podrá evitar una redacción legal que condene a los partidos chicos, que es –estrictamente hablando— lo que hoy es el PRI. A saber si no sucumben a la insaciable voracidad del morenismo, que no sabe mucho de mesura –o de honrar pactos– en las negociaciones.
De forma que la ruta legislativa será remolcada por priístas deseosos de protagonismo que anule a otros opositores. Y la ruta mediática correrá a cargo de nuevas pasarelas, porque el saldo de las dos de esta semana les alienta a repetir la fórmula, para que se hable de sus cuadros, para que se discutan sus propuestas, para que el tricolor mantenga, entre las fuerzas opositoras, la centralidad.
Esa dinámica, sin embargo, también acarrea otro tipo de consecuencias. La opinión pública y no pocos adversarios políticos le tomarán la palabra al PRI y comenzarán a contrastar las ideas planteadas por las y los suspirantes tricolores en las pasarelas para dimensionar la congruencia de las propuestas con las biografías de estas y estos que levantaron la mano para ser tomados en cuenta en el reparto de tareas y candidaturas.
Las palabras pronunciadas lunes y martes son un nuevo parámetro que ha de dar cuenta de la honestidad y solvencia de quienes las formularon. Se metieron a la cocina por lo que empezarán a sentir el calor. Desde el oficialismo les arrimarán lumbre, es juego normal. Pero también un electorado descreído del PRI mascará mucho, mucho, antes de tragar resucitadas promesas de contrición e ideas marchitas de tanto haber esperado a que sus autores las llevaran a cabo cuando tuvieron más poder que hoy.
Las mujeres y los hombres del PRI en las pasarelas enfrentarán a duros sinodales en los medios. Porque de confirmarse que el futuro mexicano tendrá que dirimirse entre priistas orgullosos y renegados, o modernos y arcaicos, o neoliberales y echeverristas, o salinistas y cardenistas, el electorado merece escuchar argumentos de uno y otro lado, y los del oficialismo ya sabemos en qué misa son sermoneados.
Dos pasarelas y ya se habla del PRI en clave de futuro. O así de yermo está el panorama político hoy que la plantita tricolor puede prender, o es la súbita salud que –dicen— invade a un paciente cuando está a punto de fallecer. Si se diera éste último caso, si el PRI colapsara, hasta Morena habría deseado no perder a un contrincante con el que incluso disfruta negociar: no por nada los inopinados descontones del secretario de Gobernación han sido prioritariamente dirigidos a gobernantes panistas y emecistas. Los priistas, aunque de épocas distintas, se procuran siempre.
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