Las butacas del Teatro de la Ciudad Esperanza Iris están vacías. El silencio del lugar apenas se interrumpe por los pellizcos de las cuerdas del contrabajo, hasta que una voz empieza a envolver el ambiente con versos emotivos, suaves y limpios. Qué te importa que te ame, si tú no me quieres ya. El amor que ha pasado, no se debe recordar. Sobre una silla de mimbre, Omara Portuondo (La Habana, Cuba, 92 años) ensaya. Trata de perfeccionar la voz para el concierto con el que este sábado llenará el teatro de Ciudad de México. “Se siente bien, está animada”, contaba a este diario su hijo y manager, Ariel Jiménez, unos días antes. Con la actuación, Portuondo retoma de nuevo Vida, la gira con la que busca regalar al público un recorrido por algunos de los temas más relevantes de su trayectoria de más de 70 años. Con la gira, que pretende llevarla por todo el mundo, la cantante abre las puertas a una despedida de los grandes escenarios.
“Todo tiene un principio y un final. Ella siempre negaba que se iba a retirar, pero ya lo está reconociendo”, comenta su hijo. A Omara Portuondo no le gustan las entrevistas, le aburren. Para ella, la época de la atención a medios ya pasó, ahora solo se dedica a cantar. Pese de ser una de las voces más reconocibles de la música cubana, no le gusta tirarse flores. “Es una persona sencilla y natural. Nunca se pone a pensar en lo importante que ha sido como legado cultural, no le presta mucha atención”, defiende. Luis Omar Montoya, historiador especializado en música del CIESAS, considera a Portuondo como una de las figuras más relevantes de la segunda generación de músicos cubanos, la de la década de 1950. “Es una mujer muy longeva, que sigue grabando, que sigue creando y que tiene la gran virtud de mantenerse vigente”, señala a este diario el historiador.
Montoya habla de dos generaciones pioneras en la música cubana en lo que respecta a su relación con la prensa: la de 1940 y la de 1950. En esas dos décadas destacaron músicos como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Arsenio Rodríguez o el dúo de Celina y Rutilio. El historiador marca la importancia del contexto histórico. La década de 1950 —el periodo previo a la Revolución Cubana, marcado por la dictadura de Fulgencio Batista— llevó a la apertura de Cuba con Estados Unidos. Las relaciones comerciales hicieron proliferar el intercambio de ritmos entre los dos países. Cuba importó el jazz y abrió sus puertas a la exportación de su música al mundo. El diálogo entre los dos países fue tejiendo uno nuevo estilo musical que marcó la carrera de Portuondo: el feeling, compuesto por el jazz, el bolero y los ritmos campesinos cubanos.
Sobre la silla de mimbre, Portuondo mira a uno y otro lado del escenario, entorna un poco los ojos y descansa. Con el sonido del contrabajo, vuelve a levantar el micrófono y continúa el ensayo. Entre los versos suaves de las canciones, mantiene algún que otro grito alto y entonado. Termina, da una tos, y toma un poco de agua de la botella que le trae su asistenta.
‘La novia del feeling’
La cantante comenzó una de las carreras más amplias de la música desde joven, con apenas 17 años. “Hay gente que nace con ese don. Pienso que ha sido la más longeva que ha tenido el espacio y el tiempo para hacer lo que le gusta”, afirma su hijo. Comenzó a adoptar el apodo de La novia del feeling casi desde su debut, cuando cantaba por los estándares de jazz de La Habana junto a su hermana, Haydée Portuondo. Montoya explica que el jazz cuenta con dos fases: la exposición y la improvisación. “Cuando Omara Portuondo incorpora el jazz a su música, lleva la música cubana de ese momento a otro nivel de interpretación y de calidad”, considera.
Formó el Cuarteto las D’Aida junto a su hermana, Elena Burke y Moraima Secada. Después, lanzó su primer disco en solitario en 1959, Magia Negra. “Su carga vivencial también la manifiesta en sus canciones y en su interpretación. La historia cubana está muy ligada a la historia de Omara. En su carrera también influyó el pensamiento mágico religioso, el de los ritmos de los yorubas —el conjunto de tradiciones y creencias importadas de África—”, afirma el historiador. En sus letras del primer álbum se escucha: Hay una extraña magia negra en ti, que es como un maleficio para mí. Y en ese embrujo que hay en tu mirar, se abraza mi alma en un calor sensual.
De Cuba al mundo
Montoya explica que el diálogo entre EE UU y Cuba en la década de 1950 supuso la primera internacionalización de la música guajira. La segunda, llegaría unos años después, con el nacimiento del proyecto Buena Vista Social Club en 1996. El músico y productor estadounidense Ry Cooder echó a andar el proyecto, atrayendo a figuras relevantes de la música como la propia Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer o Compay Segundo. “El proyecto de los 90 está en otro nivel. Valida, revalida y hace justicia a esta generación de artistas cubanos de los 40 y los 50, y el disco que graban en 1997, cuando se desarrolla el Mundial de Francia, tiene un éxito mundial, global”, afirma el historiador.
La internacionalización de la música cubana plantea un nuevo posicionamiento. “A partir de ese proyecto, la música cubana adquiere otro estatus. Es sinónimo de tener cultura musical, de buen gusto”, señala. Montoya considera que Buena Vista Social Club eleva el listón de su obra y lo convierte en capital cultural, la categoría acuñada por el sociólogo francés Pierre Bordieu para explicar como los conocimientos, la educación y el resto de ventajas con las que puede contar una persona le dan un estatus mayor dentro de la sociedad.
La histórica voz de Buena Vista Social Club susurra alguno que otro chascarrillo durante el ensayo en el escenario del teatro de la capital. “Me quiero dormir”, dice medio en broma medio en serio.
—¡Que me la den entera!— clama Portuondo de repente sentada en la silla de mimbre.
—¿La Noche Cubana?— le pregunta el pianista.
—Claro. ¡Of couse!, tengo que decir ¡Of course!— vuelve a bromear.
Tras el Cuarteto las D’Aida y su primer disco en solitario, la carrera de Omara Portuondo continuó cruzando los puentes que conectan los distintos géneros musicales, yendo del feeling al blues, o del son al flamenco, pasando por la música popular brasileña. “Puede que se haya saltado el gospel, siempre quizo cantar con uno de esos grupos”, matiza su hijo. El repertorio de canciones que la cubana carga a sus espaldas se nutre con algunas colaboraciones que ha ido recabando sus 75 años de trayectoria. “Es una estrella, tiene jerarquía. Compartió escenario con Édith Piaf en EE UU, con Bola de Nieve, con Beni Morel, con Eliades Ochoa, con Natalia Lafourcade, con El Cigala… Su carrera siempre ha sido estable hacia arriba”, afirma Montoya.
A Portuondo siempre le han gustado las cosas intrépidas como un reto personal. Hace solo unos meses, la cantante colaboró en el último álbum del artista español C. Tangana con la canción Te Venero. “Tiene la capacidad de dialogar con diferentes generaciones. Sabe escuchar en términos de arte. Es capaz de mantenerse siempre vigente y adaptarse a las modas”, destaca el historiador. La carrera de Portuondo ha contado con más de una treintena de colaboraciones de músicos antagónicos. En 2008, lazó un álbum junto a la brasileña Maria Bethânia, bajo el nombre Omara Portuondo e Maria Bethânia. En él, Portuondo cantaba en portugués, un idioma en el que sigue cantando en sus ratos libres.
Un descanso entre canción y canción
Sobre el escenario, y rodeados por la percusión, un piano y el contrabajo, los versos de una voz marcada por los matices del bolero continúan sonorizando el silencio. Noche Cubana, morena bonita de alma sensual. Con tu sonrisa de luna y ojos de estrellas, voz de susurro de fronda y arrullo de mar. Los pendientes de aro dorados, el fular azul y una diadema aún más azul destacan a la cantante, que trata de descansar al final de cada canción. “Los colores siempre le gustan, porque eso es alegría. Nunca se pone algo sobrio, no le gustan las ropas sobrias”, dice Jiménez.
Con Vida, Omara Portuondo cumple una vez más la petición que su madre le hizo antes de morir, llevar la música al mundo. En unos meses, la cantante bajará de los escenarios y quedará para grabar discos y algunos proyectos más específicos. “Se va a quedar con muchas cosas, como artista y como persona. Quedará con ese recuerdo bonito de un legado que dejó para la historia de la música, tanto cubana como internacional”, concluye Ariel Jiménez.
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