Si yo fuera jefa de marketing de Movistar Plus+, en la promoción de Fácil, la serie de Anna R. Costa que acaban de estrenar, habría utilizado este eslogan: “Fácil’, la adaptación de ‘Lectura fácil’ que no ha gustado a la autora de ‘Lectura fácil”. Porque a macarras podemos jugar todos, no solo Cristina Morales. Incluso habría subido la apuesta y usado entrecomillado el ponderadísimo calificativo que le dio Morales en la columna que escribió poniendo a caldo la serie. ”Nazi”, la llamó. Ahí la llevas, báilala. En fin, como diría Nati, una de sus protagonistas, “fantasías de burguesa retrasada”.
Las declaraciones de Morales han tenido herederas en un fenómeno que sufre cualquier obra que retrata a grupos infrarrepresentados, en este caso, las personas con diversidad funcional: el del doble rasero. Recuerdo, por ejemplo, cuando se criticó The L Word por que sus protas eran demasiado guapas y exitosas, como si la fantasía (de burguesa retrasada) tuviese que ser terreno vedado en una serie de lesbianas. O cuando se le atizó a Orange Is the New Black por tener demasiada marginalidad asociada a mujeres no blancas. Como si no fuera ese el caso de cualquier cárcel estadounidense.
El pecado de Fácil, a ojos de quienes la critican, es perder la militancia de la novela. A mi juicio, Fácil hace algo muy difícil: crea un tono naturalista, cómico y cercano bajo el que late un subtexto que lleva a cualquier espectador a cuestionarse qué entiende por normal y deseable, por libertad e independencia. Pero el subtexto y el humor se llevan mal con muchos militantes. Debajo de las risas no hay una burla hacia las protagonistas, ni connivencia con el sistema, está la incomodidad de una realidad a la que no solemos mirar. Una donde las “fantasías de burguesa retrasada” son mucho más que un chiste malo en una columna.
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