Fervor con López Obrador: “Estábamos cansados de los otros Gobiernos y hoy toca creer. Ya era tiempo de un cambio”

Nada nuevo bajo el sol del Zócalo —aunque esta vez, el cielo amenazara tormenta—. El ágora de la Ciudad de México es los últimos meses un tablero de ajedrez sobre el que Gobierno y oposición mantienen un pulso por el poder. Un toma y daca en las calles que tiene mucho de precampaña electoral y este sábado se presenta con toda la parafernalia de rigor: recitales de mariachis, redobles de tambores, banderas que ondean a toda asta. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha vuelto a convocar a sus seguidores a lo largo y ancho del país para abarrotar la plaza, apenas tres semanas después de que una enorme manifestación, en defensa del INE y contra la reforma electoral que quiere ejecutar el dirigente, hiciera lo propio. El mandatario mantiene poder de convocatoria: miles de personas concentradas hoy en el centro simbólico del poder mexicano, armadas con estandartes con el granate oscuro de Morena y pancartas con la cara de López Obrador, lo acreditan.

Sobre el papel, el motivo para marchar hoy era el 85 aniversario de la expropiación petrolera que ejecutó el presidente Lázaro Cárdenas, figura clave de la izquierda mexicana de la que López Obrador se siente heredero. En la práctica, poco importan las excusas para desfilar. A pie de calle, cuando se pregunta a los manifestantes por qué han acudido a la cita, casi nadie menciona a Cárdenas ni el petróleo. La respuesta habitual es: “Para apoyar al presidente”.

Es un carnaval extraño el organizado. En el aire se palpa un fervor casi religioso. Sobre las cinco de la tarde, el presidente irrumpe repartiendo besos y abrazos como un torero que da la vuelta al ruedo recogiendo la ovación. El público —los manifestantes— enloquecen. El dirigente avanza hasta la mitad del escenario y mira al frente con los brazos en alto, los ojos fijos en el horizonte y gesto estoico. Los altavoces colocados por toda la plaza amplifican el aplauso popular. Un contingente cargado de pancartas y camisetas en apoyo a Morena corea a todo pulmón “¡Es un honor estar con Obrador!”. Una mujer les increpa: “Cállense, está hablando el presidente”.

Para entender los niveles de aprobación que consigue López Obrador sirven las historias de las personas que lo apoyan. Ramiro Óscar Lasierva nació hace 73 años en la Ciudad de México, donde sus padres, indígenas procedentes de Tlaxiaco, Oaxaca, habían emigrado ocho años antes buscando mejores oportunidades que las que ofrecía su tierra natal. Él sobrevive ahora vendiendo cuarzo por los tianguis de la ciudad y con una pensión de 5.000 pesos (algo menos de 250 euros) que ingresa cada dos meses. “Es una gran ayuda”, asegura el hombre, con una pancarta en la que se lee: “Yo le deseo a AMLO un premio Nobel de la Paz”.

—Es un presidente humano, que se preocupa por los indígenas, que ha dado becas a los minusválidos, a los niños, a los estudiantes… Nunca he votado por nadie más que por Morena, porque me convence. Este presidente se compara con [Nelson] Mandela, [Martin] Luther King y Mahatma Gandhi.

Susana García, de 50 años, regenta un puesto de cocos en Chilpancingo, Guerrero. Ha salido a las siete de la mañana de su ciudad en autobús para apoyar al presidente y volverá a las ocho de la tarde: “Valió la pena. Obrador ha estado trabajando muy bien para los mexicanos”. Dariel, de 30 años, se gana la vida en un camión de la basura y vive en la Magdalena Contreras, una alcaldía humilde al sur de la capital. Con él han venido sus compañeros de trabajo: “La neta, yo sí creo mucho en el presidente. Estábamos cansados de los otros Gobiernos y hoy toca creer. Ya era tiempo de un cambio”.

Media hora antes de que inicie el mitin, a dos kilómetros a la redonda del Zócalo, cortado con un perímetro de seguridad para la ocasión, continúan llegando camiones desde todas partes del país que descargan contingentes de manifestantes. Acercarse a la plaza resulta a trechos una tarea imposible. Muchos desisten y prefieren quedarse en las calles aledañas, donde siguen el discurso de López Obrador por enormes pantallas y megafonía. Pero antes del gran monólogo, lo que escupen los enormes altavoces es música que suena marcial, a desfile militar. Para contrastar, hay gente que explota cohetes que retruenan amplificados por las añejas calles del centro de la ciudad.

Una chica joven, que batalla para alcanzar el Zócalo, viste una camiseta que muestra seis fotos del presidente en colores chillones, una versión de los famosos retratos del artista Andy Warhol. Un icono pop. “Quiero que la derecha entienda, que ya no va a regresar, que el pueblo no les va a dejar”, exclama Lorena, de 50 años. Porta una pancarta que reza: “Fuera el poder judicial, está podrido”. “Piensan que somos todos ignorantes. Aquí hay licenciados, con maestrías, hay de todo, hasta la gente más sencilla está bien informada”, remata.

La gran bandera mexicana que se yergue en el Zócalo ha vuelto al centro de la plaza. En la última marcha en defensa del INE y la manifestación por el Día de la Mujer, el 8 de marzo, el mástil apareció desnudo. Lo de López Obrador y la oposición no solo es una disputa por el poder, también lo es por los símbolos nacionales: quién representa realmente al México popular, quién tiene la legitimidad de gobernar. El presidente se identifica a menudo con figuras como el propio Cárdenas o Benito Juárez, de los que se ha autonombrado el heredero político, una suerte de elegido que carga en sus espaldas con el peso de devolver la grandeza a una patria herida por los neoliberales, los traidores y los corruptos. Su último movimiento le ha salido bien. Ahora le toca el turno, de nuevo, a la oposición. Solo falta ver cuándo será el regreso a las calles.

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