La alfombra roja del Palacio de Deportes de Uagadugú está repleta de uniformes militares, en un festival que, a primera vista, parece imposible. ¿Qué sentido tiene celebrar un festival de cine en un contexto bélico? “Los terroristas quieren impedir que hagamos el Fespaco, o la Semana Nacional de la Cultura, o el Salón Internacional del Artesanado, pero si entramos en su juego, estamos muertos”, responde el joven cineasta y productor Issa Tiendrebeogo.
“Ante la cultura de la guerra, ¿cuál es la alternativa que propone el cine africano?”, es la pregunta que lanza la vigesimoctava edición del Festival Panafricano de Cine y Televisión de Uagadugú (Fespaco), en la capital de Burkina Faso. En un contexto marcado por un inicio de año letal —al menos 200 personas, civiles y militares han sido asesinadas por grupos yihadistas—, el certamen de cine más importante del continente africano no se detiene y acoge, entre el 25 de febrero y el 4 de marzo, a unos 10.000 invitados.
Aunque no esté escrito ni oficialmente anunciado, hacer fotos de la calle en Uagadugú está prohibido. Mientras las vidas de miles de personas siguen su curso, los militares trabajan para mantener a salvo la capital de los ataques yihadistas, y cualquier pista sobre sus posiciones, como una fotografía, puede ser sospechosa. Durante el día es fácil ver una decena de helicópteros militares. También, pintado de blanco y con unas letras azules, sobrevuela la ciudad el helicóptero del Programa Mundial de Alimentos (PAM) de Naciones Unidas, que ha habilitado un corredor humanitario aéreo para suministrar víveres a las zonas que viven bajo bloqueo de los extremistas y donde la emergencia alimentaria está haciendo saltar todas las alarmas.
Por la alfombra roja del Palacio de Deportes de Uagadugú también desfilaron uniformes militares en un festival que parece imposible
“El Fespaco es nuestro oro y nuestro diamante, tenemos que conservarlo porque nos quedan pocas cosas”, explica la productora y actriz Augusta Bomsoya, que cruza los dedos para que la seguridad y la paz vuelvan a su país. Así es cómo la industria del cine burkinés se ha adaptado a la nueva realidad. “La gente tiene miedo de venir a Burkina Faso, pero aquí estamos y avanzaremos juntos”, declaraba Apolline Traoré. Es la directora del largometraje Sira, una coproducción de cineastas de Burkina Faso, Francia, Alemania y Senegal que opta al máximo premio otorgado por el festival, el Semental de Oro de Yennenga, y que ya se llevó el premio del público en la sección Panorama de la Berlinale de este año. “Teníamos que rodar en la ciudad de Dori (región del Sahel), pero al final nos tuvimos que ir a Mauritania”, explica un miembro del equipo de rodaje. Traoré también lo recuerda, ante un grupo de periodistas: “El ejército me acompañó para hacer las localizaciones, pero una semana más tarde tuvo lugar el ataque de Solhan y el gobierno ya nos dijo que no podíamos volver, que no podía ofrecernos su seguridad durante los tres meses de rodaje”.
La cultura contra viento y marea
Mamounata Nikiema es la presidenta de la Federación Nacional de Cine y el Audiovisual (FNCA) de Burkina Faso y, aunque no ha participado de la organización técnica del festival, forma parte de la Comisión Nacional Organizadora (CNO), que se encarga de aconsejar sobre los aspectos más simbólicos de este. “Para mí, el Fespaco es la herencia panafricana de nuestros predecesores, es una responsabilidad seguir con su sueño y vivir este festival creado por cineastas africanos”, aclara, después de una matinal de maracaná —pachanga de fútbol— entre actores, maquilladoras, productoras y directoras de la industria del cine burkinés.
La primera edición se celebró en 1969, cuando Burkina Faso aún se llamaba Alto-Volta. Desde ese momento, el Fespaco ha ido modelando el paisaje de la ciudad, como con la construcción del monumento de los cineastas o las esculturas de los ganadores de un Semental de Oro, como son Sembène Ousmane (Senegal), Souleymane Cissé (Malí), Idrissa Ouédraogo y Gaston Kaboré (Burkina Faso), y Kramo Fadika (Costa de Marfil).
La edición de este año cuenta con 170 proyecciones. 15 películas optan al primer premio en la categoría de largometraje ficción, recompensado con 30.534 euros. El programa artístico también recoge la selección Perspectivas, que premia a nuevos creadores; la selección Burkina, para las mejores producciones nacionales de ficción, documental y series de televisión; y la Yennenga-postproducción, reservada a las películas en fase de producción. En total, el palmarés oficial del festival reparte 256.125 euros entre los ganadores.
Anular el Fespaco significa caer en la oscuridad y mostrar al mundo que vivimos en el caos
Issa Tiendrebeogo, cineasta burkinés
Las obras no solo se verán en salas de cine, sino que también se proyectarán en los barrios populares de Uagadugú. Este año, además, el festival llega hasta la ciudad de Kaya, que acoge a 109.909 personas desplazadas internas, según los últimos datos disponibles. “Vamos a permitir que los desplazados sonrían”, dice Tiendrebeogo. “Como vivimos en un contexto de inseguridad, lo anulamos todo, ¿no?”, ironiza. “¿Y qué hacemos, esperamos?”. El joven cineasta lo tiene claro: “Anular el Fespaco significa caer en la oscuridad y mostrar al mundo que vivimos en el caos”. A la vez, destaca que “sonreír juntos o jugar al fútbol son razones para no coger un fusil y matar a tus vecinos”.
En la sala principal del Ciné Burkina, un edificio de ladrillos rojos ubicado en el centro de Uagadugú, unas cien personas esperan ver la película de la directora egipcia Nadine Khane, Abu Saddam. El film en versión original y subtitulada en inglés no emociona al público, que se va o consulta el WhatsApp, e incluso reproduce audios sin ninguna compasión. Hay quien graba parte de las escenas y quién aprovecha el aire fresco de la sala para relajarse. La entrada cuesta 1,5 euros, lo que de media puede ganar una persona en un día de trabajo en Burkina Faso.
Antes de entrar a la sala hay que pasar un control policial, dejar los encendedores y cruzar un detector de metales. Dentro del recinto, hay un grupo de militares que hace guardia. No hay palomitas, pero sí refrescos y una máquina de café. Organizar el Fespaco es un desafío, pero también una fiesta. “A los burkineses nos gusta reír, allí donde veas una sala de cine llena es que hay humor”, augura la productora Bomsoya.
Malí como país invitado
Este año, y solo a tres semanas del inicio del festival, la Comisión Nacional Organizadora anunció un cambio de última hora: Togo dejaba de ser el país invitado de honor para dejarle el puesto a la vecina Malí, gobernada por una junta militar liderada por el coronel Assimi Goïta. Este cambio sigue la línea política, centrada en estrechar lazos con Malí, del Jefe de Estado de Burkina Faso y presidente de la transición, el capitán Ibrahim Traoré, que llegó al poder el 30 de septiembre de 2022 después de liderar un golpe de estado contra el también golpista Paul-Henry Sandaogo Damiba.
“Somos pueblos enlazados por una misma historia, geografía y cultura, no podemos separar lo que la naturaleza ha unido”, anunció el primer ministro maliense, Choguel Kokaia Maiga, durante el discurso inaugural del Fespaco, delante de las autoridades burkinesas. Unas palabras que no son casualidad y que hacen referencia a la propuesta que anunció el primer ministro burkinés, Apollinaire Kyélem de Tambela, de crear una federación entre ambos países para luchar juntos contra el terrorismo.
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