General Sandoval: todo el poder con la menor transparencia

Luis Cresencio Sandoval González nació en Ensenada hace 62 años, es general de división y secretario de Defensa mexicano. Salvo que se hace bordar las iniciales del matrimonio en las toallas y compra entradas para el concierto de Gloria Trevi, poco más se sabe de este hombre, envuelto en el camuflaje de los militares. Ni siquiera si le gusta la música de Gloria Trevi. A los secretarios del Gobierno que lucen medallas en la pechera no se les pregunta por estas cosas, ni aun en las mañaneras más desenfadadas, cuando al presidente le da por poner a los Tigres del Norte. Llegó al Ejecutivo con una veteranía en su grado de apenas un año, poca antigüedad para lo que se acostumbra en este país, pero con tanta lealtad al comandante en jefe de la República como los anteriores. ¿Cuáles son entonces sus diferencias? El poder, un enorme poder presupuestal y de fuerzas de seguridad acumulados en virtud de las tareas que le ha ido encomendando el presidente del Gobierno. Y con ellas, una omnipresencia en la vida política que en nada ha limado la discreción personal.

Los militares a cargo del general Sandoval lo mismo construyen un aeropuerto en la capital que se pelean con la selva para tender un turístico trazado ferroviario a toda prisa, como el aeropuerto; un día se les encarga hacer bancos del Bienestar y otro se descubre que proyectan la gestión de una aerolínea comercial; ora distribuyen vacunas, ora montan hospitales. No solo se encargan de la defensa del país ante un eventual enfrentamiento con extranjeros, también de combatir los delitos callejeros de alta intensidad. 215.000 uniformados a los que ahora se suman 118.000 elementos de la Guardia Nacional. ¿No es demasiado poder? Depende de quien lo mire. ¿Demasiado riesgo? “Los únicos que preguntan por la posibilidad de un golpe de Estado en México son los periodistas extranjeros. Eso no va a pasar nunca”, dice Raúl Benítez Manaut, investigador de la UNAM, experto en Seguridad.

Cuando el presidente del Gobierno es cuestionado por “militarizar” el país, enarbola una defensa encendida de su general, “honesto y leal”, así como de la eficacia y honradez de sus subordinados. “Un hombre del pueblo”, le gusta decir también a Andrés Manuel López Obrador. Es difícil equivocarse, la revolución mexicana rompió las Fuerzas Armadas de la época y, desde entonces, los militares nacen soldados hasta alcanzar la cúspide, nada de élites heredadas. También López Obrador rompió algunos moldes en las tradiciones gubernamentales. Consultó al general saliente, entonces Salvador Cienfuegos, a quién recomendaba para sucederlo, como se acostumbra, pero no le hizo caso, así que el nombramiento de Sandoval salió de su propia chistera. “Hasta que tomó el mando de secretario de Defensa no sabía ni que existía”, dice Benítez Manaut, quien lo pinta como un hombre muy disciplinado de bajo perfil público. Ha sido necesario que el grupo de hackers Guacamaya reventara los correos internos de la Sedena para descubrir apenas eso de las toallas. Lo demás son “dicen”: “Dicen” que al presidente se lo recomendó el tabasqueño Audomaro Martínez Zapata, amigo, “dicen”, de López Obrador, a quien custodió cuando era candidato en 2006. Martínez Zapata es ahora el jefe de la Inteligencia mexicana y “dicen” que compadre de Sandoval. Y ahora también bajo su mando, porque el CNI se incorporó al organigrama de la Sedena.

En las últimas semanas, el enredo político ha tenido como protagonista al Ejército. Por simplificar, los que antes criticaban la militarización del país, Morena, ahora depositan todos sus halagos y buena parte del pastel gubernamental en los militares. Y la oposición se ha visto en el papel, muy ingrato en México, de criticar el poder que están alcanzando los uniformados. Mientras, Sandoval guarda silencio, aunque no tanto. Hace casi un año, en su discurso de conmemoración de la Revolución mexicana, Sandoval llamó a los nacionales a “unirse al proyecto de nación que está en marcha”, es decir, “la transformación que actualmente vive el país”, es decir, la 4T del presidente López Obrador. La oposición saltó de sus asientos y pidió la comparecencia en el Senado -que no ocurrió- del general por salirse de su papel militar, por vulnerar la institucionalidad debida. Por incursionar en la política. Ah, caramba, ¿pero no es que Sandoval es secretario del Gobierno? Es otra historia, la de México.

Generales eran los presidentes de la República hasta que ganó un civil, Miguel Alemán, en 1946. Pero los secretarios de Defensa lo siguen siendo, es un pacto tácito, incluso contraviene la Constitución, que exige el abandono del cargo seis meses antes de optar por un mandato público. Ni modo. El matrimonio entre el Ejército y el Gobierno, ergo el PRI, se mantuvo décadas, cada uno en sus puestos y en sus autonomías. Fue en la Transición, lo que se conoce en México por la pérdida del Gobierno del PRI por primera vez en décadas, cuando algunos esperaban una separación moderna del poder militar del civil. No fue así. Siguieron las reglas tácitas. “El Ejército mantuvo su actitud institucional, se sometió a las órdenes de todos los gobiernos que siguieron, pero se perdió la oportunidad de discutir la democratización del control civil de los militares. En México, el Ejército sigue sin entender que debe comparecer y rendir cuentas ante el poder legislativo”, explica Mónica Serrano, profesora investigadora del Colegio de México, especialista en Seguridad.

Sandoval, durante un desfile militar en la Ciudad de México.
Sandoval, durante un desfile militar en la Ciudad de México.NurPhoto (NurPhoto via Getty Images)

Así que, hasta hoy, los secretarios de Estado siguen siendo más militares que políticos. Leales, siempre. Del pueblo, puede. Honestos, algunos. Herméticos, todos. Y no son pocas las explicaciones que tiene que dar el Ejército en los últimos sexenios. Los que más saben, apenas recuerdan que un secretario de Defensa fuera, como sus pares, a comparecer ante los representantes de la soberanía nacional, como ocurre en otros países, donde los políticos son solo políticos, aunque estén en la cartera de Defensa. “Fue al Senado Clemente Vega García, en el sexenio de Fox, pero a la Comisión [de Defensa], no al pleno”, dice, por ejemplo, Benítez Manaut. Y no hay muchos más ejemplos.

El escándalo de los papeles de la Sedena ha puesto a la luz ciertos manejos del Ejército, entre ellos espionajes a periodistas, políticos y candidatos o el conocimiento de ciertos criminales que quizá pudieron ser detenidos antes de que volvieran a emplear sus armas, por citar dos ejemplos. Políticos de la oposición han pedido la comparecencia de Sandoval en sede parlamentaria. Y Sandoval fue esta semana al Senado, pero no compareció. Las respuestas de los representantes del pueblo las tuvo que contestar la secretaria de Seguridad, un cargo este sí, civil, Rosa Icela Rodríguez.

México no resolvió en su día esa cualidad de anfibia que domina la Secretaría de Defensa. Tampoco está definido el desempeño de los militares en el país. Si son militares, ¿por qué hacen aeropuertos? Si son políticos, ¿por qué no comparecen en el Senado? Ese es otro problema que señala la especialista Mónica Serrano, con un ejemplo aclarativo: “Recientemente, cuando en el Reino Unido se les encomendó a los militares tareas de combate a las consecuencias del cambio climático, un militar de alto rango salió a decir que están preparados y listos para las emergencias, pero que su tarea no debe ser ejercer permanentemente esas funciones. En el Reino Unido, el secretario es civil, pero creo que había margen para que Sandoval hubiera dicho algo parecido ante las tareas encomendadas, como la de hacer el Tren Maya. Hasta Cienfuegos salió a cuestionar en alguna ocasión que estaban siendo sobreutilizados. En la actualidad creo que tanto el presidente como el secretario de Defensa están siendo irresponsables. ¿Qué pasará si un día fallan las vías del tren, quién pagará los costos”, señala Serrano. Muchos señalan que serán los militares, aunque solo sea por el desgaste que podría sufrir la Institución Armada.

Sandoval sigue callado y bajo una apariencia de hombre noble. “Lo que le caracteriza, desde luego, respecto a los anteriores, es el poder económico acumulado sin rendición de cuentas. Su discurso siempre es de lealtad al Gobierno, pero también al proyecto político de la 4T”, dice Alejando Martínez Serrano, maestro en Administración Militar para la Seguridad y Defensa Nacionales en la UNAM. Y añade Benítez Manaut: “Sí, pero la lealtad al proyecto también es por la lealtad al presidente en turno. Y si fue esta semana al Senado es porque el presidente se lo pidió, si no, no habría ido. Eso por supuesto”.

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