El fenómeno de Max Verstappen en el Mundial de Fórmula 1 sigue el patrón que antes estableció Sebastian Vettel, la primera de las piedras angulares sobre las que se arremolinó Red Bull, hace ya más de una década. La tiranía con la que el alemán se consagró con la secuencia de cuatro títulos que encadenó entre 2010 y 2013 proyectaba un dominio de la escena similar al que este curso ha demostrado Verstappen, que se encasquetó su segunda corona en Suzuka, hace ya días, cuatro grandes premios antes del final. La efervescente ascensión de Vettel perdió vigorosidad en 2014, con la ruidosa irrupción de Daniel Ricciardo, a quien la marca del búfalo rojo colocó como compañero de su punta de lanza. El australiano le sacó dos posiciones en la tabla y 71 puntos, casi tres pruebas, y le animó a fichar por Ferrari el siguiente ejercicio (2015). Ocho temporadas después de aquella en que Ricciardo hizo bajar a la tierra al corredor de Heppenheim, ambos disputarán este domingo (14.00 horas, Dazn) su último gran premio, en Abu Dabi, precisamente donde Vettel rompió a llorar aquella noche de 2010, en la que comenzó a darle brillo a un palmarés que le coloca entre los mejores de siempre.
A lo largo de las 16 temporadas completas que figuran en su hoja de servicios, el tetracampeón habrá participado en 299 grandes premios, de los que se impuso en 53 –siempre que no gane este domingo. Además, se anotó 57 pole position y subió 69 veces al cajón. Empatado a entorchados con Alain Prost, solo Michael Schumacher y Lewis Hamilton (siete cada uno) y Juan Manuel Fangio (cinco) tienen más pedigrí que él. Aquella cremallera de dientes refulgentes que mostraba con su ambiciosa sonrisa perdió fuerza tras su salida de Ferrari y su llegada a Aston Martin (2021), donde firmó el único podio (Azerbaiyán) de la estructura de Silverstone. “Estos dos años no fueron fáciles porque no estaba acostumbrado a rodar en la cola del pelotón. Fueron momentos duros”, reconoce Vettel, que cuatro días después de anunciar su retirada, en Budapest, supo que su monoplaza pasará a manos de Fernando Alonso, con quien se jugó dos coronas (2010 y 2012) de las cuatro que posee. El asturiano, al igual que el resto de la parrilla, asistió a la cena de despedida de un deportista único, lleno de contradicciones que no busca esconder, como su preocupación por la sostenibilidad. “No encontrarás a un solo piloto que hable mal de Seb. Y creo que este año deja bien claro qué personalidad tiene. Es más que un piloto, es un gran ser humano”, le piropea Carlos Sainz.
Vettel cree haber tomado la decisión de irse en el momento indicado, mientras que las circunstancias que rodean la salida de Ricciardo no tienen nada que ver. El australiano no tenía ninguna intención de quedarse sin volante, pero su discreto, por no decir decepcionante paso por McLaren, y la falta de alternativas han dejado sin hueco a uno de los personajes con más enganche del Gran Circo. El equipo de Woking (Gran Bretaña) prefirió darle el finiquito –le ha pagado el año de contrato que le quedaba– e incorporar en su lugar a Oscar Piastri, que arriesgarse a perder a este joven talento de Melbourne.
Ricciardo, aquel que en su día parecía el producto perfecto, tanto por su sonrisa permanente como por su manejo de las redes sociales, comenzó a perder cuerpo cuando decidió abandonar Red Bull para firmar por Renault (2020). Todavía quedó más expuesto los dos últimos años, en McLaren, donde Lando Norris le ha superado en todas las facetas. A sus 33 años, el muchacho de Perth cree que todavía tiene cosas que decir en el paddock, para que las ocho victorias que llevan su nombre no se queden en eso. Consciente de que no está en condiciones de despreciar nada, todo parece dispuesto para que cierre su regreso a la escudería energética como piloto reserva. En esta posición deberá compaginar su presencia en los circuitos con labores de marketing, donde su cara de chiste es el mejor de los reclamos para Red Bull. Para él, en cualquier caso, será reír por no llorar.
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