“¿Cómo es que se dice ahora? No quiero sonar políticamente incorrecto”. Esto es lo que me pregunta una persona sobre la manera más adecuada para nombrar a los pueblos indígenas. En muchas ocasiones, la preocupación por utilizar ciertos nombres para referirnos a una categoría social implica también un interés genuino por las condiciones que explican ese cambio en la nomenclatura; en otros casos, lo único que parece importar es no recibir la sanción social cuando se utiliza un nombre con una connotación que ya ahora se considera negativa. En estos últimos casos lo que nos mueve es una preocupación superficial, el miedo a la cancelación o al rechazo; para evitar todo esto simplemente cambiamos la manera en la que se nombran categorías y fenómenos sin preguntarnos por qué es necesario ese cambio, qué lo motivó, quiénes lo están reclamando y sin preocuparnos por un cambio en las condiciones de las personas a las que nos hemos referido de manera peyorativa aún sin estar conscientes de ello. La primera vez que me di cuenta del origen racista de la palabra “denigrar” decidí que dejaría de usarla; aunque las veces que la utilicé con anterioridad no tenía yo una intención racista, mi uso cotidiano de “denigrar” contribuía a su normalización. Aunque para mí no fuera transparente el elemento “nigra” dentro de la palabra o no fuera consciente de su origen, no se borra su etimología ni las condiciones que permitieron la socialización y difusión de esa palabra que implica la idea racista de que ser “negro” es indeseable.
Como lingüista sé que la lengua no se puede normar, pero la conciencia que tenemos sobre nuestro idioma impacta con frecuencia en su funcionamiento. Por esto mismo, ciertas ideologías o procesos sociales necesitan difundir un léxico propio que les da identidad o bien que busca ciertos fines. Un ejemplo de esto es el uso de la palabra “dialecto” para nombrar lenguas indígenas que se impulsó sobre todo a finales del siglo XIX en México con la intención de hacer una diferencia entre las lenguas o idiomas de “verdad” que son utilizadas e impulsadas por Estados-nación y los dialectos de los pueblos indígenas; en este caso, transmitir la idea de que las lenguas indígenas son menos valiosas o completas se apoyó en un cambio en la manera de nombrarlas. Además de la intención sociopolítica detrás de esta diferenciación en el nombre, este uso de la palabra dialecto es inadecuado puesto que, objetivamente, no hay nada en las lenguas indígenas que las haga menos lenguas o idiomas que aquellas que son oficiales en los distintos países del mundo, las lenguas indígenas son tan complejas y completas como cualquier otro sistema lingüístico, así que diferenciarlas llamándolas dialectos tenía solo una intención política.
Algo semejante sucede con el tan socorrido uso de “grupo indígena” que sigue tan presente en la jerga institucional y, para mi sorpresa, en la academia. Para el movimiento indígena el uso de “pueblo” y no de “grupo” supuso un triunfo en diversos espacios de reconocimiento legal y la elección de la palabra que se iba a utilizar se volvió un campo de lucha. Por ejemplo, durante el largo proceso que llevó a la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas en 2007, muchos representantes de los países pugnaban por que la declaración nombrara a los pueblos indígenas sólo como “grupos” porque de esa manera podían negarles derecho a la autonomía sobre su territorio; llamarles “grupos” no los diferenciaba de cualquier otro grupo social sin territorio ni control sobre éste; por su parte, las personas del movimiento indígena que participaron en la construcción de la Declaración insistían que no eran “grupos” sino pueblos con territorio, historia, lengua y conciencia de pertenencia colectiva propia. El hecho de haber sido reconocidos como pueblos supuso un triunfo fundamental del movimiento indígena que parece ser ignorado por una buena parte de la academia que sigue utilizando “grupo indígena”.
Más allá de esto, el uso de la palabra “grupo” para un pueblo indígena implica también una falta de precisión descriptiva. Un grupo puede ser un colectivo de elementos que alguien puede formar de manera abstracta con base en una determinada característica, por ejemplo, el grupo de personas que cuenta con seguridad social en México; puede ser también una colectividad en relación concreta que se agrupa, valga la redundancia, en torno de ciertos rasgos compartidos, por ejemplo, las personas que forman el grupo de nivel avanzado en un curso de enseñanza del inglés; un grupo puede ser también una colectividad que se forma por la voluntad de lograr un objetivo común, por ejemplo, crear un grupo musical. Ninguno de estos casos tiene relación con lo que es en realidad un pueblo indígena. Un pueblo indígena no es un conjunto abstracto de personas formadas por la abstracción de algún rasgo, un pueblo indígena no agrupa personas en torno de una sola actividad concreta y mucho menos los pueblos indígenas fueron creados para realizar una tarea común. Los grupos no tienen jurisdicción sobre un territorio, los pueblos sí; yo puedo elegir pertenecer a un grupo, yo no he elegido ser parte del pueblo mixe. Grupo son Los Tigres del Norte, Los Bukis, o el grupo de principiantes con los que practicas yoga. Los pueblos indígenas no son grupos, son naciones sin Estado. Podemos decir que “grupo indígena” ha servido a los Estados-nación para negarnos como pueblos el derecho a la autonomía sobre un territorio así como “dialecto” ha servido para negar que los sistemas lingüísticos de comunicación de los pueblos indígenas también son lenguas o idiomas.
Además de esto, hay una larga discusión acerca de si es más adecuado utilizar pueblo indígena o pueblo originario. Mientras que una parte del movimiento indígena, sobre todo en Bolivia, ha reivindicado incluso la palabra “indio” por medio de la frase: “si como indios nos dominaron, como indios nos liberaremos”, de este modo se toma una palabra con la que se ha herido a la población indígena para usarla como estandarte de resistencia; otra parte del movimiento indígena rechaza el uso de “indio” porque deriva de la equivocación de Cristóbal Colón y por la fuerte connotación racista que ha desarrollado. Para otra tercera parte del movimiento, incluso la palabra indígena implica una distinción colonialista, por lo que prefieren el uso de “pueblo originario” para hacer énfasis en que estos pueblos existían antes de la llegada de los colonizadores. Si bien el adjetivo “originario” puede correr el riesgo de no cubrir a los pueblos indígenas migrantes, su uso plantea una discusión interesante, sobre todo si nos damos cuenta de que el carácter de “originario” también está determinado a partir del comienzo de la colonización. Lo que es cierto es que si una comunidad a la que llamemos “originaria” desea litigar en contra de una minera utilizando el marco legal disponible para su defensa, necesita adscribirse como indígena, pues es “pueblo indígena” y no “pueblo originario” el que ahora es reconocido en el actual marco legal.
Aunque no basta con cambiar el nombre para que cambien las estructuras que crean opresiones sobre los pueblos indígenas, es verdad que algunos nombres como “grupo indígena” o “dialecto” han sido utilizados para hacer más fuerte la opresión por medio del uso de un nombre que les resta autonomía sobre un territorio como pueblo o que les hace ver como sistemas lingüísticos de segunda clase; además de que tanto “grupo” como “dialecto” son descriptivamente inadecuadas. Estas precisiones, claro está, se hacen dentro del idioma castellano, por fortuna, para describir múltiples otredades, las palabras y los mecanismos se construyen de maneras distintas en las numerosas lenguas que se hablan en este país.
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