A inicios de este siglo, cuando todavía no tenía el atrevimiento de soñar despierto con el Premio Alfaguara de Novela, Gustavo Rodríguez (Lima, 54 años), entonces publicista y de cuando en vez asesor político, obedeció una consigna del escritor Oswaldo Reynoso: publica. Mal no le ha ido. Cien cuyes, la obra inédita que fue elegida ganadora entre 706 manuscritos, es su novena novela, la sexta bajo el sello Alfaguara. Desde un dúplex de un noveno piso donde puede verse una punta del océano Pacífico, entre pinturas del mexicano Siqueiros, grabados de José Tola y bocetos de Víctor Humareda, Rodríguez da su punto de vista sobre el Perú, al que define como un país adolescente en busca de validación, y abre las puertas de su literatura, la piscina con agua a la que se lanzó después de los treinta.
Pregunta. En medio de los fallecidos de las marchas, de los paros, se conoció tu premio. La única noticia feliz del Perú a nivel internacional en mucho tiempo. ¿Cómo te sentiste alrededor de ese polvorín?
Respuesta. Hasta ahora me cuesta responder esa pregunta, porque tiene varias capas. A nivel íntimo me sentía estupefacto, porque fui despertado a las 4.20 de la madrugada por el jurado y no terminaba de creer lo que estaba ocurriendo. Después entré en una especie de ensoñación absorbida por el protocolo del premio y la presentación a la prensa internacional, y luego vino la andanada de afecto y cariño de los amigos. Pero hay una capa que no me esperaba y tiene que ver con que somos un país que está pasando por momentos muy complicados. Nos sentimos alicaídos y es natural que tratemos de aquilatar algunos logros de compatriotas para poder aferrarnos a algún tipo de orgullo.
P. Nada nuevo para el país…
R. Así es. Hace veinte años, cuando el Perú fue sacudido por los Vladivideos [videos que destaparon la corrupción durante el Gobierno de Alberto Fujimori] también nos sentíamos sumidos en la desesperanza. De pronto empezamos a enorgullecernos de varias otras cosas, ya que ni la política ni el fútbol nos regalaban alegrías. Agarramos a la gastronomía y a sus cocineros como una bandera, al tenor Juan Diego Flórez y a su canto, a Sofía Mulánovich y a su tabla, y se generó esta burbuja que acabó en la Marca Perú. Espero que no esté ocurriendo lo mismo, que no nos aferremos a alegrías flotantes, sino que nuestros orgullos y heroísmos tenga más que ver con jóvenes organizados que luchen contra las lacras que nos han dejado en esta situación. Prefiero creer en un heroísmo más anónimo y masivo que en ciertas figuras que nos den lustre.
P. ¿Fue difícil expresar tu alegría en medio de estas noticias desoladoras?
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R. Lo primero que dije en la proclamación del premio fue que este era un día extraño, feliz en lo personal, pero dentro de un contexto para nada feliz. Finalmente, ese es el alimento de la literatura. La confrontación de emociones, estas contradicciones que nos habitan como seres humanos.
P. Cien cuyes es una novela que llegará a las manos de tus lectores todavía en marzo y sobre la que se ha creado, naturalmente, una gran expectativa.
R. Eso me da miedo también. El principal requisito para decepcionarte es tener una expectativa muy alta (risas).
P. La protagonista de esta historia compra cuyes como una esperanza para cambiar su vida. Me quedé pensando en lo simbólico del cuy.
R. Estamos en un momento de atolondramiento. Somos una República que al no haber solucionado sus problemas de fondo -el racismo, la desigualdad, el poco respeto hacia las instituciones- tendemos a tener historias pendulares. A veces pensamos que estamos en bonanza, nos tranquilizamos y cada cierto tiempo nos volvemos a enfrentar a estas viejas monstruosidades. Estamos en ese preciso instante del circuito, donde estamos descontrolados buscando una salida. El Perú es como un cuy sin saber adónde ir.
P. ¿Vendrá otro momento de paz pasajera?
R. Sí, así va a ser a menos que nos pongamos a discutir con la mayor cordialidad posible qué tipo de país queremos. Ser una República implica ciertas cosas que no estamos tomando en cuenta por las voces altisonantes que escucho. ¿Queremos democracia? Serlo implica muchos aspectos que muchas voces no están apoyando.
P. ¿En esta polarización hay más gente a favor de la mano dura y el azote?
R. Evidentemente somos un país de estirpe autoritaria. La gran mayoría de nuestra historia la hemos vivido sin democracia. Pero no sé hasta qué punto también esta sensación de que somos un país autoritario se deba a que los medios de comunicación tienden a ponerle voz y micrófono a las voces más altisonantes. Deberían habernos mostrado a lo largo de todo este tiempo voces más sensatas, pero han empoderado a mucha gente violenta que han creado este clima que hace del Perú una casa de locos extraña, que los demás vecinos ven con preocupación.
P. En La Furia de Aquiles abordaste la ausencia de un padre. En alguna entrevista mencionaste que los latinos siempre estamos en la búsqueda de un padre. ¿Este Perú dividido también lo está buscando?
R. A veces tiendo a pensar que simbólicamente estamos persiguiendo un salvador, un mesías que ponga orden y que nos diga qué hacer. Consciente o inconscientemente estamos buscando una dictadura. Está probado que cuando gran parte de los seres humanos ve el caos prefiere perder su libertad a cambio de tener orden en su vida. Y eso es una situación muy peligrosa. No nos percatamos de las terribles consecuencias que eso traería.
P. Dina Boluarte es la primera presidenta mujer del Perú, pero aun así no ha podido entusiasmar al feminismo.
R. En realidad los movimientos buscan respeto por los derechos humanos para empezar y no se puede decir que su régimen haya respetado los derechos humanos. Cuando fallas en algo tan evidente como eso, es difícil que puedas ser ejemplo de feministas o de cualquier tipo de activista social. Creo que el régimen de Dina Boluarte en cualquier país, que se diga civilizado o democrático está siendo mal evaluado.
P. ¿Cómo eran esas conversaciones políticas con Oswaldo Reynoso?
R. Él era un marxista de viejo cuño, pero por lo menos era coherente. No insultaba. Y podíamos llegar a ciertos acuerdos. Y cuando nos dábamos cuenta de que no iba a ser posible preferíamos evitar ciertos temas. Llevábamos la fiesta en paz. Y, finalmente, es así como debería ser el diálogo entre peruanos. Esto se enseña desde pequeños, en la casa y en el colegio.
P. Antes de que pasara lo que pasó, ¿le ilusionó que un maestro se convirtiera en el presidente de Perú?
R. Bastaba con escuchar un par de intervenciones de Pedro Castillo para advertir que era alguien muy limitado. Pero podía entender que para muchos peruanos esta historia de Cenicienta tuviera mucho sentido. Como en su momento tuvo sentido la de Alejandro Toledo [expresidente de Perú].
P. Ya que habla de Toledo, lo asesoró en la campaña contra Fujimori a inicios del 2000. ¿Qué supuso?
R. Fue un reto por convicción. Yo iba a asesorar a quien pudiera tener oportunidad ante Fujimori. Toledo terminó triunfando, pero años después terminó decepcionándonos, y es una de las razones por las cuales nunca más participé en una campaña política. No quise llevarme otra decepción como esa.
P. Imaginemos que es asesor por un día de Dina Boluarte, ¿qué le aconsejaría?
R. Que renuncie. Es la única salida digna para lo que pueda suceder más adelante.
P. Cien cuyes toca los temas de la dignidad, la vejez y la muerte. ¿Ha hallado signos de vejez?
R. Más que de vejez, de un deterioro progresivo. No habría escrito este libro hace 20 años, pero cuando tus resacas empiezan a ser peores, cuando tus rodillas te suenan más que antes, cuando tu espalda empieza a darte batallas, dices: estoy en camino a lo que sufren mis mayores. Hay un requisito previo para escribir esta novela y es empezar a vivir en carne propia la madurez física, que es previa a la pendiente que se avecina.
P. ¿Es cierto que le suele hablar a su familia de cómo quiere que sea su muerte?
R. Sí, bromeamos sobre eso. Trato de naturalizar mi muerte con mi pareja, con mis hijas. A mi pareja no le gusta que hable de eso, pero con mis hijas bromeamos mucho. Ellas me siguen el juego, y eso me gusta. Es una bonita manera de exorcizar esto de lo que no solemos hablar muy seguido.
P. ¿Cómo quisieras que sea tu funeral?
R. Quisiera que sea una celebración de vida más que un llanto por la muerte. Que haya música, tragos, videos con recuerdos de todo lo que hemos vivido juntos. Me gusta más un ambiente así que algo pesado.
P. ¿Qué velorios de amigos o de gente cercana han cumplido ese cometido?
R. El mejor velorio o el velorio más emotivo y confortante al que he asistido tiene que ver con el génesis de Cien cuyes. Fue el de mi suegro. Lo vi morir rodeado de amor, de afecto, de cariño. Tranquilo con la vida, yéndose preparado, haciendo las paces con todo el mundo. Ese para mí fue el detonante para que tiempo después me pusiera a escribir esta novela como un poseso.
P. Eres el segundo peruano que gana el Premio Alfaguara después de Santiago Roncagliolo.
R. Sí, 17 años después. Lo considero como una afortunada confirmación de que hice bien al afrontar un trabajo constante de producción en esta larguísima artesanía que es la literatura. Agradezco que sea en este momento de mi vida. Si hubiese pasado de más joven, quién sabe si me hubiese envanecido o si me hubiese paralizado ante el reto de demostrar que estoy a la altura del premio.
P. ¿Qué le ha dicho Roncagliolo?
R. Santiago estuvo en la cena de la proclamación. Ahí nadie sabe cuál es la cara que va a salir. Solo lo sabe el ganador y las personas de la trastienda del premio. Él estuvo en la mesa con otros peruanos, como Gabriela Wiener y Jorge Eduardo Benavides. Me cuentan que saltaron de la mesa. Hubo amigos que me dijeron que lo gritaron como un gol. Cosa que me emociona mucho. Santiago fue de los primeros en colocar fotos de mi carota en la pantalla y mostrar su alegría en su publicación. Me dijo que le debo un whisky por lo que gritó en la gala. Ya nos lo tomaremos (risas).
P. Naciste en Lima, pero estudiaste el colegio en Trujillo. Cuando volvió a Lima, ¿se sintió un provinciano?
R. Totalmente. De alguna manera en La furia de Aquiles lo plasmo cuando el chico eleva la cabeza y mira estos edificios altísimos a los que no está acostumbrado, que son meros escalones si los comparas con ciudades más cosmopolitas que Lima.
P. ¿En algún momento sufrió racismo?
R. Sí, todo peruano que no es completamente blanco, ni genética ni por modales, está en algún punto de la escalera, expuesto a ser choleado por alguien.
P. Por eso en sus novelas aparece cada tanto.
R. Sí, porque tampoco te puedes sustraer al racismo que ocurre a tu alrededor, así no seas una víctima directa del racismo. No puedes sustraerte al gran drama de tu país, al menos si pretendes una ficción verosímil que transcurra en un país como este.
P. Cuando se inició en la literatura recibió críticas feroces, a los escritores les parecía muy extraño que un publicista escribiera. ¿Qué fue lo más hiriente que le dijeron?
R. Prefiero guardármelo para mí. Prefiero cortar con aquello que, creo, ya no se piensa de mí.
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