Plegarias atendidas, la escandalosa novela en clave que Truman Capote nunca llegó a acabar, no solo salpicó a la alta sociedad neoyorquina de los setenta, sino también a la realeza europea. En mayo de 1976, un año después de publicar en la revista Esquire dos capítulos en los que exponía las intimidades de sus amigas ricas y famosas, el autor de A sangre fría y Desayuno con diamantes desveló Monstruos perfectos, un tercer adelanto de la obra. “Capote ataca de nuevo. Más sobre el libro más comentado del año”, tituló la revista en portada. En ese extracto, el escritor estadounidense se atrevía a contar con nombres y apellidos reales un secreto a voces del Gotha: la relación de juventud entre el príncipe Pablo de Grecia, padre de la reina Sofía y abuelo de Felipe VI, con Denham Denny Fouts, un gigoló americano al que Christopher Isherwood encumbró como el “prostituto más caro del mundo”, Cecil Beaton tachó de “ramera”, Jean Cocteau calificó de “mala influencia” y Gore Vidal definió como “un homme fatal”.
“En todas las dinastías europeas ha habido homosexuales y bisexuales. En el caso de los Borbones, esto está asumido desde tiempos de Luis XIV. El hermano pequeño del Rey Sol, Felipe de Orleans, era abiertamente gay. El tabú es una cosa de pequeñoburgués”, asegura el escritor y experto en realeza Ricardo Mateos Sáinz de Medrano en conversación con EL PAÍS. Sáinz de Medrano, autor de numerosas biografías reales como La familia de la reina Sofía (2004) o Las cuñadas de Isabel II: las infantas más raras que ha dado España (2022), hace un breve repaso de la historia reciente para demostrar que las monarquías están plagadas de romances queer: desde el idilio que mantuvo el rey Gustavo V de Suecia, bisabuelo del actual monarca sueco, con un hombre casado y más joven que él en la década de 1930, hasta el affaire del príncipe Jorge de Grecia con su propio tío, el príncipe Valdemar de Dinamarca, a comienzos del XX. Sin embargo, todas estas relaciones tuvieron lugar en una época en la que la homosexualidad era un delito, lo que alimentó el secretismo y la clandestinidad. Todavía hoy, las familias reales europeas se resisten a reivindicar ese pasado o a plantearse qué pasaría en el futuro si un heredero o heredera al trono se enamorara de una persona de su mismo sexo.
“La historia de Pablo de Grecia y Denny Fouts siempre fue pública y notoria entre la jet set y los miembros de las familias reales, pero Truman Capote fue el primero en contarla al gran público”, reconoce Sáinz de Medrano, que en su libro La familia de la reina Sofía también recoge este capítulo sentimental de la vida del abuelo del actual Felipe VI. Capote narró el vínculo entre el príncipe griego y el vividor profesional con su característica ironía y ese tono novelesco que le dio fama mundial. “Fue en Capri donde Denny le echó el ojo a un bisabuelo de 70 años que también era director de los Petróleos Holandeses y se fugó con él. Pero este caballero perdió a Denny en manos de la realeza, del príncipe Pablo, más tarde el rey Pablo de Grecia”, cuenta el escritor y periodista en Plegarias atendidas. “La edad del príncipe era mucho más próxima a la de Denny, y el cariño que sentían el uno por el otro estaba bastante equilibrado, tanto era así, que una vez, en Viena, fueron a hacerse el mismo tatuaje, una pequeña insignia azul encima del corazón, aunque no recuerdo lo que era o cuál era su significado. Tampoco recuerdo cómo terminó el asunto, excepto que el fin fue una disputa que se originó cuando Denny esnifó cocaína en el bar del hotel Beau Rivage de Lausana”.
El escritor estadounidense Arthur Vanderbilt ratificó esta historia en Best-kept boy in the world, la biografía de Fouts, publicada en 2014. Según Vanderbilt, el padre de la reina Sofía y el bon vivant americano se conocieron a finales de la década de 1920 en una fiesta en Tredegar House, la casa de campo galesa del aristócrata Evan Morgan. La relación contó con la complicidad de los Bright Young Things, un grupo intelectual y artístico compuesto por nobles como Evelyn Waugh, Stephen Tennant y Siegfried Sassoon. Gore Vidal definió aquel círculo como “el mundo glamuroso de los Mountbatten, donde todos eran bisexuales y se casaban”. Durante unos años, el príncipe y el gigoló mantuvieron un intenso intercambio epistolar —el futuro rey se dirigía al objeto de su afecto como “mi querido Denham” y firmaba todos sus telegramas “con amor, Paul”—. La relación se enfrió tras la boda del príncipe heleno, de 36 años, con Federica de Hannover, de 20 y nieta del último emperador alemán. Fouts encontró consuelo en el millonario coleccionista de arte Peter Watson. Según contó Capote al editor George Plimpton, “si Denny se hubiera acostado con Hitler habría salvado al mundo de la Segunda Guerra Mundial”.
Francisco de Asís de Borbón, marido de Isabel II, es el caso más destacado dentro de la familia real española. El historiador Pierre de Luz fue el primero en escribir sobre la supuesta bisexualidad del tatarabuelo del rey Juan Carlos en su biografía Isabel II, reina de España, publicada en 1936, cinco años después de la caída de la monarquía alfonsina. En ella, describe al consorte como “pequeño, delgado, de gesto amanerado, de voz atiplada y andares de muñeca mecánica”. El pueblo se refería a él con apodos despectivos y homófobos como “Doña Paquita”, “Paquita Natillas” o “Paquito Mariquito”. Según el libro de De Luz, cuando le dijeron a la monarca que tenía que casarse con su primo hermano, esta gritó, pataleó, lloró y amenazó: “Antes de casarme con Paquita, prefiero abdicar”. Se dieron el “sí, quiero” el 10 de octubre de 1846 y oficialmente tuvieron 12 hijos, aunque el matrimonio siempre fue objeto de mofas y sátiras. Poco antes de la Revolución de 1868, comenzaron a circular una serie de caricaturas que dejaban en evidencia las preferencias sexuales del rey (y las infidelidades de la reina). Tituladas Los Borbones en pelota y firmadas con el seudónimo SEM, algunos las atribuyeron a los hermanos Bécquer, aunque otros creen que son obra del humorista republicano Francisco Ortego.
Ricardo Mateos Sáinz de Medrano, que ahora está escribiendo una biografía de Francisco de Asís, confirma que el rey tuvo relaciones con otros hombres antes y después de la boda. “En Pamplona, todavía soltero, tuvo un secretario al que apartaron de su lado. Según las cartas, la familia decía que en esa relación ocurrían cosas que no procedían”, señala el escritor. “Pero su relación más importante fue con el aristócrata Antonio Ramos de Meneses, duque de Baños”, añade. Francisco de Asís y Meneses, que también estaba casado, convivieron durante mucho tiempo, incluso en el exilio, tras la revolución de 1868.
A comienzos del siglo XX, hubo otros dos ejemplos notorios en España: el de Francisco de Borbón y Borbón, duque de Marchena y primo de Alfonso XII, que murió en 1923 en una clínica psiquiátrica de París que realizaba tratamientos para, supuestamente, curar la homosexualidad; y el de Luis Fernando de Orleans y Borbón, primo de Alfonso XIII, al que se le retiró su título de infante por su condición sexual y su comportamiento “poco ejemplar”. “Luis Fernando fue el primer miembro de la familia real española abiertamente gay. Y el único”, apunta Eduardo Álvarez Bragado, autor de una biografía novelada del infante titulada El hijo de Eulalia. El Borbón rebelde se convirtió en un referente de la cultura queer de la época. Marcel Proust se habría inspirado en él para crear al personaje del barón Palamède de Guermantes en En busca del tiempo perdido, un aristócrata atormentado por su condición sexual.
“En esa época las cortes europeas ya aceptaban con bastante naturalidad la homosexualidad de sus miembros, pero no consentían que se hiciera ostentación de ello, que se hiciera público. El infante Luis Fernando cruzó esa línea”, asegura Álvarez Bragado. La prensa española e internacional de los años veinte del siglo pasado comenzó a cubrir las correrías del hijo de la infanta Eulalia. La muerte de uno de sus amantes en una juerga nocturna y su implicación en un caso de tráfico de drogas fueron las gotas que colmaron el vaso. En 1924, Alfonso XIII despojó a su primo de sus privilegios de infante y lo expulsó de la familia real. “Me retiras lo único que no puedes ordenar, pues nuestros títulos son inherentes a nuestras personas. He nacido y moriré infante de España, como tú has nacido y morirás rey de España, mucho tiempo después de que tus súbditos te den la patada en el culo que te mereces”, le habría dicho Luis Fernando al rey. “Lo condenaron al ostracismo hasta el final de sus días”, se lamenta Álvarez Bragado. Falleció en 1945 tras una operación de castración para extirparle el cáncer de testículos que padecía. Está enterrado en París, “donde nadie se acuerda de él”, dice su biógrafo.
En 2018, Lord Ivar Mountbatten, primo de la reina Isabel II de Inglaterra, se convirtió en el primer miembro de la dinastía Windsor en casarse con otro hombre. En 2021, el duque Francisco de Baviera, de 89 años, fue el primer jefe de una casa real europea, la de Wittelsbach, en posar de manera oficial con su pareja, Thomas Greinwald. La imagen, tomada por el artista holandés Erwin Olaf, dio la vuelta al mundo. Pero para Álvarez Bragado, la homosexualidad y la bisexualidad continúan siendo un tabú en la realeza. “Sigue sin hablarse del asunto, hasta el punto de que quienes tienen que acometer reformas legales no las quieren hacer. En España, donde el matrimonio igualitario es legal desde 2005, la Constitución y las leyes actuales que rigen el funcionamiento de la monarquía no contemplan la posibilidad de que un heredero o heredera al trono sea homosexual”, señala el escritor.
Este debate sí se ha abierto en Países Bajos, donde el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal desde 2001. Un miembro del Parlamento preguntó en 2021 si la princesa Amalia de Orange, hija de los reyes Guillermo Alejandro y Máxima y heredera al trono, podría casarse con otra mujer y seguir siendo la jefa del Estado. El primer ministro neerlandés Mark Rutte contestó que no existe un obstáculo legal para que un rey o reina se case con una persona de su mismo sexo, aunque no aclaró cómo se resolvería la cuestión de la descendencia en una institución que se basa precisamente en la sucesión hereditaria, de padres a hijos. Rutte solo especificó que “debe quedar claro quiénes son los hijos en un matrimonio entre dos personas del mismo sexo”. Quizá ese sea el primer paso para que ningún príncipe o princesa queer tenga que volver a esconderse en un armario de palacio.