A pocas horas del comienzo de uno de los mundiales más controvertidos de la historia, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, se subió al escenario de uno de los auditorios del centro de prensa de Doha y, con una representación calculada y sentimental, arremetió contra los críticos del manejo de los derechos humanos en Qatar. Según dijo, Occidente no se encuentra en condiciones de poner peros, porque si no está peor que Qatar (Infantino cree que así es en algunos aspectos), sí lo estuvo en algún momento. “Por lo que los europeos hicimos por el mundo en los últimos 3.000 años, deberíamos estar pidiendo perdón otros 3.000 años antes de empezar a dar lecciones morales a la gente”, dijo sobre el trato a los trabajadores inmigrantes. “Esta lección moral, unilateral, es solo hipocresía”.
Pero el presidente de la FIFA no se quedó en desacreditar a los críticos. También quiso dejarles claro que su empeño en cuestionar, por ejemplo, la persecución de los homosexuales, era algo inútil, además de equivocado: “Si alguien cree que solo criticando sacaremos algo, será lo contrario. Porque es una provocación”, dijo.
Infantino estableció que los países occidentales no deben cuestionar a países como Qatar donde la homosexualidad se considera delito. Cree que no se encuentran en condiciones de hacerlo porque ellos mismos atravesaron épocas similares hace décadas. Esta idea conformó el hilo argumental de un discurso introductorio de casi tres cuartos de hora antes de que permitiera la primera pregunta.
Lo más medido de la representación de Infantino fueron el comienzo y el cierre. Empezó apuntando a los principales asuntos criticados colocándose a sí mismo como caso de estudio capaz de desactivar esas argumentaciones: “Hoy tengo sentimientos muy intensos. Hoy me siento catarí, hoy me siento árabe, hoy me siento africano, hoy me siento gay, hoy me siento discapacitado, hoy me siento un trabajador inmigrante”, recitó con profundas pausas teatrales entre cada sentimiento.
Fue el primer acto de una obra que cerró casi dos horas después el director de comunicación de la FIFA, Bryan Swanson, con el gesto definitivo para arropar a su jefe bajo el fuego por no hacer suficiente por los derechos de los homosexuales: “Estoy sentado aquí en una posición privilegiada en un escenario global como un hombre gay en Qatar. Hemos recibido garantías de que todo el mundo es bienvenido y creo que todo el mundo será bienvenido en este Mundial”, dijo. “Solo porque Gianni no sea gay no significa que no le importe”, añadió. Dicho todo esto, ambos se levantaron y abandonaron el auditorio.
La parte mollar de la intervención de Infantino se desarrolló en ese tono sentimental con el que recurrió incluso a su propia infancia. Aseguró que aquellos días, en los que sufrió acoso escolar por extranjero, pelirrojo y pecoso, le han ayudado a entender el sufrimiento de esos grupos de personas como las que dijo sentirse. “Me siento todo esto, porque lo he estado viendo, y por lo que me han dicho, porque no leo. Y lo que he visto me lleva de vuelta a mi historia personal. Soy hijo de trabajadores inmigrantes. Mis padres trabajaron muy duro en condiciones muy difíciles; no en Qatar, en Suiza”, contó. “Y no tengo 150 años. Recuerdo, de niño, cómo trataban a los trabajadores inmigrantes cuando querían entrar al país. Los pasaportes, los controles médicos, las recomendaciones. Y cuando vine a Doha la primera vez después de ser elegido presidente de la FIFA, fui a ver dónde vivían estos trabajadores, y le dije a la gente de Qatar: ‘Esto no está bien, tenemos que hacer algo’. Y así como Suiza se ha convertido en un sitio de tolerancia e inclusión, con derechos, Qatar ha hecho progresos también”.
Entonces, se lanzó a criticar a las empresas occidentales que hacen negocios en la zona sin cuestionar las condiciones de los trabajadores inmigrantes: “¿A quién le importan de verdad los trabajadores? A la FIFA, al fútbol, al Mundial. Y, para ser justo, a Qatar”. Infantino, que alardeó de no atender a lo que publica la prensa (“me lo cuentan”), se quejó en varias ocasiones de que los medios no hablaran de los progresos en la legislación laboral del país anfitrión: cuestiones como la abolición del régimen de semiesclavitud conocido como kafala, o la mejora de las medidas de protección contra el calor. “¿Por qué no hacemos esto en Europa y hacemos algo mejor para mucha gente?”, clamó.
Infantino señaló el valor de lo que el país anfitrión ha ofrecido a los trabajadores extranjeros a lo largo de los años, durante los que, según diversas organizaciones de defensa de los derechos humanos, murieron miles de obreros en la construcción de los estadios. “Qatar les está ofreciendo a cientos de miles de inmigrantes la oportunidad de ganar 10 veces más aquí, y que vuelvan a sus países y ayuden a sus familias a sobrevivir”. Y cree que Occidente debería tomar lecciones del camino catarí: “En Europa no permitimos que casi ninguno de estos trabajadores se ocupe legalmente en nuestros países”, dijo. “Si Europa se preocupara de verdad del destino de estas personas, harían lo que Qatar, crear canales legales para que algunos de estos trabajadores pudieran llegar a Europa. Con sueldos bajos, pero dándoles algún futuro”.
Aprovechó para anunciar otros avances en materia laboral: habrá una oficina de atención de la Organización Internacional del Trabajo, un fondo para trabajadores impagados y otro de la FIFA, al que animó a aportar dinero a quienes critican, pero no hacen nada.
Aseguró que la ley protege ahora a los trabajadores, y que la ley les da garantías, pero cuando tuvo que hablar de la norma catarí que castiga la homosexualidad, entonces la ley no le parecía que tuviera tanto peso, y volvió al ataque con viejas historias de Occidente: “Me dirán que hay leyes… Esas leyes existen en muchos países. Existían en Suiza cuando organizó el Mundial en 1954. Pero igual que con los trabajadores, esto son procesos”, dijo. Y volvió a recurrir al arsenal de sus pequeñas experiencias personales para naturalizar lo que quiso mostrar como una mera diferencia de pareceres: “Si le preguntara esto a mi padre, probablemente tendría una respuesta diferente”. El propio Infantino dice que atravesó “un proceso” con sus opiniones sobre la homosexualidad.
Tampoco pareció considerar relevante el cambio de criterio de última hora de Qatar con la cerveza, que no se podrá vender en las inmediaciones de los estadios. “Si este es el problema más grande que tenemos en el Mundial, me puedo ir a la playa”, dijo. “Habrá zonas en las que 100.000 personas podrán beber alcohol a la vez. Creo que si durante tres horas al día no puedes beber una cerveza, sobrevivirás. Especialmente, porque las mismas reglas están en vigor en Francia y España”, donde no se vende alcohol en el interior de los estadios.
En esos países, las normas están claras antes de que las marcas muevan sus mercancías e instalen sus puntos de venta. Budweiser, con quien Infantino había ampliado la alianza solo hace dos semanas, se enteró después de sellar el pacto y después de tener todo en Qatar, de que la situación había cambiado. Ayer ofreció todo su cargamento sobrante de cerveza al ganador del Mundial.
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