Un número domina las elecciones legislativas que Israel celebra este martes, las quintas desde 2019: el 61. Es la cifra mágica que otorga la mayoría en la Knesset, el Parlamento israelí de 120 diputados. Si figura en los eslóganes publicitarios en internet, octavillas o autobuses de muchos partidos ―desde el conservador Likud de Benjamín Netanyahu (“el escaño 61 depende solo de ti”) hasta la izquierda pacifista de Meretz (“los 61 de Netanyahu o los 61 del cambio”)― es por el empate que prevén los sondeos. Las cuatro últimas encuestas, publicadas el pasado viernes, coinciden en que ningún bloque obtendrá la mayoría: ni el que apoya a Netanyahu ni la variopinta coalición que le arrebató el poder en los comicios del año pasado. En esta batalla por “el escaño que falta”, en palabras de un diputado del Likud, Nir Barkat, la participación era a las 12 de la mañana del 28,4%, la más alta desde 1999.
“Bibi, sí; Bibi, no”, como se conoce popularmente a Netanyahu (el dirigente que más tiempo ha gobernado el país), es de nuevo el gran tema de los comicios, en los que tienen derecho a voto 6,78 millones de israelíes. Los bloques están vertebrados en torno a su figura y no a divisiones ideológicas. Las enemistades personales, y alguna que otra jugarreta, han llevado al otro lado de la trinchera a muchos de quienes fueron sus ministros y aliados.
“Lo que está en juego es la diferencia entre quienes defienden una democracia liberal y los partidarios de un populismo nacionalista. Hay una derecha liberal que no parece muy grande, pero cuya posición ha sido decisiva en los últimos tres años y medio”, aseguraba el domingo Ofer Kenig, investigador senior de la Institución Académica de Ashkelon, en un acto del Club de Prensa de Jerusalén.
Yesh Atid, del primer ministro, Yair Lapid, lidera el bloque gubernamental, que integran ocho partidos de diversa ideología, incluido ―por primera vez en las siete décadas de historia del país― uno que representa a la minoría palestina con ciudadanía israelí, la Lista Árabe Unida. Yesh Atid ha ido creciendo en las encuestas hasta llegar en una a 27 diputados, 10 más que en 2021. Sumaría 56 escaños con sus aliados. Con uno más, Lapid revalidaría el cargo si Hadash-Taal, una lista árabe a la que los sondeos otorgan cuatro diputados, apoyase su investidura, aun sin entrar en el Gobierno.
Lapid apenas asumió el puesto el pasado junio, cuando Naftali Bennett ―con quien tenía un acuerdo de rotación― disolvió la Cámara y comenzó la cuenta atrás para estas elecciones. Pero ha sabido aprovechar el poco tiempo para proyectar una imagen de hombre de Estado centrista que actúa con eficacia y sin alharacas. “Si hemos hecho todo esto en cuatro meses, imagina lo qué haremos en cuatro años”, es su mantra.
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Lapid reivindica operaciones militares, como la de agosto contra la Yihad Islámica en Gaza ―en la que murieron 51 palestinos, 15 de ellos menores, y ningún israelí― o la reciente contra La Guarida de los Leones, el nuevo grupo armado de la ciudad cisjordana de Nablus. Pero también logros diplomáticos, como el acuerdo con Líbano de delimitación de la frontera marítima para la explotación del gas o el freno del pacto nuclear con Irán. Sus mensajes van claramente dirigidos al mainstream judío secular, como cuando asegura en su último vídeo: “todos somos patriotas y sionistas”, o cuando describe el voto a Itamar Ben Gvir como “peligroso para el ejército israelí”, pese a que ese candidato ultranacionalista propone dar inmunidad a los soldados y tiene a los palestinos como principal diana.
La supervivencia de la coalición de Gobierno tiene cuatro flancos abiertos. Depende de que el histórico Partido Laborista, hoy en horas bajas, Meretz y la Lista Árabe Unida superen el mínimo necesario (3,25% de los votos) para obtener representación parlamentaria. Más Hadash-Taal, para apoyar eventualmente su investidura. Todos lo hacen por poco, según los sondeos. Si uno solo cayese, Lapid estaría en una situación complicada.
Netanyahu, en cambio, lo tiene a priori más fácil. No tiene socios en el alero y, de hecho, puede encontrarse incluso con la sorpresa de que Hogar Judío, de Ayelet Shaked, supere el umbral. Fía su suerte a la promesa de estabilidad frente a una coalición frágil y diversa que duró solo un año. En sus mensajes contrapone “una derecha fuerte para cuatro años” frente a “la izquierda y quienes apoyan al terrorismo”.
Las encuestas dan una victoria clara al Likud, con entre 30 y 31 diputados, a los que se sumarían los 15 o 16 de los dos partidos ultraortodoxos (el sefardí Shas y el ashquenazí Judaísmo Unido de la Torá) y los 14 o 15 de la lista Sionismo Religioso, que se convertiría en la tercera fuerza de la Knesset. Ben Gvir, número dos de Sionismo Religioso, ha sido el gran tema de debate de la campaña.
Los detractores de Netanyahu dan por hecho que ansía regresar al poder para aprobar una ley que le proteja mientras ostente el puesto de las tres causas por corrupción por las que está siendo juzgado. Ben Gvir defiende directamente anular con carácter retroactivo uno de los delitos que se le imputan.
¿Sextos comicios?
De los 120 escaños de la Knesset, 72 corresponden a partidos de derechas. Pero si el bloque de Netanyahu no suma 61, el horizonte de unas sextas elecciones no resulta descabellado. Los vetos cruzados, la desconfianza hacia el líder del Likud y las promesas en campaña de no cambiar de bando tras el escrutinio dificultarían la formación de un gobierno que incluya fuerzas de uno y otro bloque.
La política israelí es, sin embargo, experta en sorpresas y alianzas contra natura. El ministro de Defensa, Benny Gantz, ya está por ejemplo al habla con las formaciones ultraortodoxas. Y Netanyahu “tendrá margen de maniobra, aunque no logre la mayoría”, opina Gideon Rahat, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Hebrea de Jerusalén y experto en el sistema político israelí.
Los márgenes son tan estrechos que probablemente no se puedan sacar conclusiones hasta el reparto entre partidos de los denominados “excedentes de votos” y el cómputo de las papeletas depositadas en bases militares, residencias de ancianos, hospitales o Embajadas, entre otros.
Israel es el país del mundo que más comicios ha celebrado desde 1996, uno cada 2,4 años, según un análisis del Instituto Israelí para la Democracia. El voto, estrictamente proporcional y de circunscripción única, está muy determinado por elementos como el colectivo de pertenencia, el origen geográfico familiar o el lugar de residencia, por lo que hay pocos vaivenes cada vez que se acude a las urnas.
Dos atentados pueden inclinar la balanza
Una de las incógnitas es el efecto que tendrán en el voto dos atentados palestinos contra israelíes en el territorio ocupado de Cisjordania que han causado un muerto y nueve heridos. Se han producido en las últimas 48 horas, en las que está prohibido difundir encuestas hasta que se conozcan las efectuadas a pie de urna, cuando cierren los centros de votación a las 22.00 hora local (21.00, hora peninsular española).
La pugna es tan ajustada que bastaría que el impacto emocional de los ataques trasvasase 20.000 votos del partido del ministro de Defensa hacia el bloque del Likud para que resultasen trascendentales, apuntaba este lunes Nadav Eyal, uno de los principales comentaristas políticos, en el diario Yediot Aharonot. Con 25 muertos, 2022 es el año con más ataques contra israelíes desde 2015, en plena Intifada de los Cuchillos. También con más muertos palestinos en Cisjordania, más de 100. La policía ha pedido a los israelíes con permiso de armas que las lleven de momento.
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