Como si fueran los títulos del rey Viserys de la Casa Targaryen. Júpiter, el padre de los dioses y de los hombres, bien podría considerarse también el protector del Sistema Solar y uno de los responsables de la aparición de la vida en la Tierra (y quizás también en alguno más los otros siete planetas o sus satélites). Hablamos hoy del planeta más grande que orbita el Sol (al menos, que conozcamos).
Entre los atributos del dios Júpiter estaban el águila, el rayo, y el cetro. El águila ha constituido el símbolo de la majestad, el poder y la victoria a lo largo de la historia. Y realmente la influencia que ha tenido el planeta Júpiter sobre el Sistema Solar no es desdeñable.
Al dios también se le conoce como el padre de la luz —significa literalmente “ser de luz”—, puesto que se entendía que los dioses estaban hechos de la misma materia que la luz. Este origen también está en la base de la palabra Iovis: “Jove”, otro nombre para Júpiter (se le llama el planeta joviano), de donde proviene la palabra castellana “jovial”. Y realmente nos ha dado bastante alegría a la Tierra.
Enseguida, Júpiter asignó a Neptuno el reino de los mares, y a Plutón el Inframundo. Y luego se casó con Juno, su hermana y diosa de la fertilidad. Agua y vida en la mitología estuvieron unidas, y Júpiter habría tenido influencia en una a través de la otra también en la ciencia.
Los modelos de formación de estrellas nos dicen que grandes nubes de gas empiezan a colapsar, a crear grumos más densos que van atrayendo más y más material (acretando, una palabra que solo decimos los astrofísicos). Es muy improbable que solo se cree un grumo en una nube de gas interestelar, así que efectivamente las estrellas no se crean en solitario. Esto implica que las estrellas suelen formar sistemas binarios o múltiples, se estima que el 85% de las estrellas no viven solas (nuestro Sol es rarito). No solo eso, sino que las estrellas se forman en grupos, que llamamos cúmulos, con decenas, cientos o miles de estrellas en un volumen cúbico de unos 6 años luz de lado, en el que alrededor del Sol hay apenas dos.
Grumo joviano
Esa multiplicidad en la formación de estrellas a partir de la misma nube maternal parece que se extiende también a escalas más pequeñas, típicas de sistemas planetarios. Y ahí es donde entra en juego Júpiter. Dentro del Sistema Solar, casi todo el gas de la nube primigenia se fue al Sol, pero aproximadamente un uno por mil formó otro grumo que eventualmente daría lugar al planeta joviano.
La formación de un sistema planetario al principio es casi como los coches de choque. Unos grumos de gas orbitan alrededor de otros, todos en torno al centro de masa, pero además van ganando masa, quizás a veces perdiéndola o fusionándose con otros objetos. Alguna vez hemos hablado del problema de los tres cuerpos, pues esto es el problema de miles de cuerpos relativamente masivos, millones pequeños, además de gas y polvo (que se comportan de manera diferente). Nada fácil, pero hoy contamos con los medios y conocimientos de física para simular cómo se comporta un sistema así. Y hay cosas muy curiosas.
Una de las más curiosas, centrándonos ya en Júpiter, es lo que se conoce como el Grand Tack. La palabra tack en inglés se utiliza, parece ser, para lo que en español se conoce como bordada ciñendo el viento. No tengo ni idea de vela, pero esos giros bastante bruscos que hacen las embarcaciones es algo que me parece bastante estético. Pues bien, algunos de los modelos de formación del Sistema Solar más realistas (aunque no exentos de problemas) nos dicen que Júpiter fue el primer planeta en formarse. Tampoco tardaron mucho más los otros gigantes, pero el caso es que en los primeros pocos cientos de miles de años de su existencia a Júpiter le gustaba regatear (de regata náutica). Su órbita se acercó mucho al Sol, casi tanto como la distancia entre nuestra estrella y la Tierra hoy en día (en esos momentos solo éramos uno o varios protoplanetas), para luego volver a alejarse en una bordada (tack) que debió ser tremenda.
El Grand Tack tiene implicaciones y posibles resultados espectaculares, y digamos que vitales. La gran masa de Júpiter afecta gravitatoriamente a todo el Sistema Solar, no tanto como nuestra estrella, pero bastante. Y en esos primeros momentos del Sistema Solar había multitud de asteroides y cometas, muchos más que hoy. Así que Júpiter en sus excursiones debió arrastrar incluso a Saturno hacia órbitas más cercanas al Sol, y también a multitud de cometas, compuestos principalmente de hielo de agua. Viajaron hacia un Sistema Solar interior que era bastante seco, más que nada porque estaba demasiado caliente para albergar agua que no estuviera en estado gaseoso. Esos cometas podrían haber sido el origen de la mayor parte del agua de nuestros océanos, donde posteriormente empezaría la vida.
¿Qué pruebas tenemos de esta historia increíble que nos dice que sin Júpiter y su afición a la vela quizás no habría agua y vida en la Tierra? Es demasiado para hablarlo hoy, pero hay bastantes temas relacionados con ese Grand Tack (si es que existió, esto no está cerrado): la existencia de un cinturón de asteroides, de 4 planetas terrestres, entre ellos un Marte que no sigue la progresión de incremento de tamaño a medida que nos alejamos el Sol, de una gran cantidad de cráteres en la Luna que nos indican que Júpiter pudo moverse bastante en sus orígenes y lanzar material hacia el interior del Sistema Solar, no solo en la época del Gran Tack, sino más tarde, o la frecuencia de impactos catastróficos en la Tierra, que Júpiter de alguna manera protege con su magnífica masa. Todo puede explicarse con esta afición del dios de los planetas por no estarse quieto y ejercer de rey Viserys del Sistema Solar.
Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de un átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología; Patricia Sánchez Blázquez, profesora titular en la Universidad Complutense de Madrid (UCM); y Eva Villaver, investigadora del Centro de Astrobiología.
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