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Marcos Hidalgo se ha encontrado de frente con un oso frontino solamente una vez en su vida. Era 2018 y en una ruta de trabajo de campo en Guaramacal, Venezuela, se topó con uno no muy grande, un individuo juvenil, desafiando la que, asegura, es una máxima de los que estudian esta especie: “El que está buscando oso no encuentra oso”, dice por teléfono desde los Andes venezolanos. Esa única vez se quedó paralizado al punto que ni pudo sacar el teléfono para hacer una foto, así que se dedicó a guardar el recuerdo en su memoria. Para ese momento, el ingeniero de producción agrícola prestado a la conservación, llevaba un par de años siguiendo los rastros del oso frontino. El Proyecto Oso Andino Guaramacal que lleva adelante, es hoy el único estudio sistemático en el país que levanta información sobre esta especie que no se deja ver mucho, catalogada como “vulnerable” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y “en peligro” en las listas rojas de fauna de Venezuela.
Hidalgo dice con orgullo que acumula más de 15.000 entradas en la base de datos que recoge los rastros de este oso andino o, por su nombre de pila, Tremarctos ornatus. Con su trabajo ha podido inventariar lo que comen: una dieta 75% vegetal y 25% animal, que incluye frutas, bromelias, palmas, huevos de vertebrados y miel, como todo oso. También tiene indicios sobre su comportamiento en este bosque nublado tropical. “La presencia de los osos está condicionada a la época de lluvia. Entre noviembre y abril salen a páramo abierto y pueden ocurrir avistamientos. Entre abril y agosto suele suceder el avistamiento de crías”. Pero hay otro logro más importante que es parte de este esfuerzo que encarna Hidalgo: que el Estado venezolano decretara en 2021 el Parque Nacional José Gregorio Hernández, en el extenso Ramal de Calderas, de unas 50 mil hectáreas, entre los estados Trujillo, Mérida y Barinas, que asegura un buen trozo de hábitat para la preservación de la especie.
Seguir a un mamífero de este tamaño —pueden medir desde 1 hasta 2,2 metros de alto y pesar entre 60 y 170 kilos— no es fácil. En Venezuela, la aproximación que había hasta ahora era a través de entrevistas a campesinos, estimaciones teóricas y muy pocos avistamientos documentados. En 2018, Hidalgo incorporó al estudio las primeras cámaras trampa que permiten identificar a los osos, cuya mancha blanca en la cara constituye una huella única. Con ellas ha logrado registrar en unas 23 hectáreas cubiertas a unos 34 individuos, de los cuales unos cinco son cachorros nacidos entre 2021 y 2022, justo en esa bisagra temporal en que esos bosques se convirtieron en parque nacional, nacimientos que son una buena noticia. “El Ramal de Calderas es un área clave para la conservación de los Andes tropicales de América del Sur. Tiene la función de corredor ecológico para la supervivencia del oso frontino como especie paraguas, que permite la conservación de miles de otras especies, territorios y ecosistemas”, comenta el investigador de 33 años, oriundo de los mismos bosques que habita el oso frontino.
Fanáticos de las cámaras
El biólogo Edgar Yerena es uno de los pioneros en los estudios de esta especie y quien desde los años 90 estaba promoviendo la creación del parque nacional, cuya fundación fue autorizada recientemente por el Gobierno venezolano. También ha sido el mentor de Hidalgo. “La forma más viable de conservación es colocar bajo protección todos los espacios donde el oso vive, porque impide que avance la deforestación y la frontera agrícola. Otra contraparte de esta conservación es que estas son las cuencas hidrográficas más productivas de los Andes, hay mucho caudal de agua aprovechable en Santo Domingo, Boconó y Masparro. Los que pensamos en los osos pensamos que protegerlo es una buena medida, pero nos conviene a todos, no solo a los osos”.
Estos mamíferos requieren gran espacio para vivir. El nuevo parque pone una pieza más de un enorme rompecabezas ecológico que le sirve de corredor. “La única forma de asegurar que no desaparezcan los osos es garantizar un sistema de áreas protegidas para los Andes, reconectar ese rompecabezas del que todavía faltan varias piezas, pero el Ramal de Calderas era una bien importante”, agrega el biólogo.
Yerena, también profesor de la Universidad Simón Bolívar, destaca que uno de los valores del proyecto de investigación y conservación que lleva adelante Hidalgo consiste en que el joven vive en la zona que está estudiando, por lo que el seguimiento es mucho más viable para él que para otros investigadores en un país con universidades asfixiadas y sin presupuesto para trasladarse para hacer trabajo de campo. “Los osos son flexibles en sus adaptaciones ecológicas, estos datos nos permiten saber más de su comportamiento particular en Venezuela, que no es igual que en los países subtropicales, como Bolivia, donde también habita y de donde tenemos más información”.
No solo eso. Baquianos de la zona, algunos de ellos convertidos en guardabosques del nuevo parque, son parte del equipo de investigación de Hidalgo, a quienes ha entrenado en la identificación de rastros de los comederos de los osos y la manipulación de las cámaras trampa. Son en total diez hombres que cada tres meses salen de expedición a recorrer hasta 30 kilómetros de montaña en un día siguiendo las huellas de los osos. “Tenemos un diseño de muestreo que establece un relevamiento de los equipos cada 90 días y tiene casi 100% de efectividad: donde ponemos una cámara, pasa un oso y los osos son fanáticos de mover las cámaras, algunas las hemos conseguido lejísimo de donde las hemos instalado”, comenta Hidalgo. Los videos que ha colgado en sus redes sociales también muestran su afición por pararse frente a ellas, olisquearlas y retirarse con cierto desinterés por su apasionada ciencia. Las imágenes captadas no son solo un documento científico. También permitieron a las comunidades rurales del estado de Trujillo saber que el oso que creían extinto no había desaparecido por completo.
Desafío en la frontera
Hidalgo empezó con 10 cámaras que obtuvo a través de una beca de Idea Wild, luego llegó a 30 estaciones y ahora tiene más de 50. Es un trabajo que ha bregado solo, buscando empresas patrocinadoras que van desde fabricantes de embutidos hasta de botas montañeras. También apela a la solidaridad de quien desee aportar una giftcard de Amazon para comprar más cámaras en la lista de equipos que tiene en el perfil de Instagram del proyecto. “Necesitamos más cámaras y optar por un financiamiento internacional, porque todo este trabajo es básicamente ad honorem. Soy un profesor universitario en Venezuela que apenas gana 28 dólares mensuales”.
El oso frontino tiene distribución en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, siendo estos últimos dos países donde se estima que tiene las mayores poblaciones. Para Yerena, Venezuela, con menos individuos, enfrenta los retos más difíciles para su conservación. Uno de ellos está en la Sierra de Perijá, una de las áreas boscosas continuas más extensas, pero sobre la que pasa una frontera. En esa zona de pueblos originarios el oso frontino tiene nombre propio en otras lenguas: se le dice mashiramo en yukpa, masirsa en japrería, sabaidakú en barí, koju o jez en wayuunaiki. Pero el idioma no es un puente a sortear para su conservación. “En el lado colombiano hay muy pocos osos, pues toda esa ladera de la Sierra ha sido arrasada. En el lado venezolano está mejor protegido porque hay un parque nacional, llueve más y es el área boscosa continua más grande que tenemos, pero es como una isla que contiene osos. Es inaccesible. Ese es un baluarte que debemos proteger con un acuerdo con Colombia para poder manejar esa población de la forma más efectiva”.
Más allá de los acuerdos binacionales por los que habrá que esperar, Hidalgo ya ha comenzado una relación en torno al desarrollo sostenible con los pobladores de algunas comunidades del Ramal del Calderas. Además de incorporarlos a la investigación y educación sobre esta especie, está promoviendo la agroforestería con café como un modelo para mejorar la calidad de vida de la comunidad de Las Negritas, ubicada entre los parques nacionales, que sirva de sustento para los pobladores y también de casa para el oso frontino.