El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, aprovechó el sábado su intervención en la XXVIII Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo para manifestar su “solidaridad con los Gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Bolivia” frente a las presiones internacionales. La referencia es en sí una declaración de intenciones porque pretende transmitir una idea de bloque. Ya no existe el antiguo eje bolivariano impulsado en su momento por Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, que perdió fuelle ya a mediados de la pasada década. La cita de República Dominicana evidenció el abismo que hoy existe en América Latina entre los Gobiernos progresistas y el antiguo modelo heredero de la revolución cubana y la sandinista.
La deriva sin freno del régimen de Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, acelerada en febrero con el destierro de más de 200 presos políticos y el retiro de la nacionalidad otros 94 opositores, costó a Nicaragua la condena prácticamente unánime de la comunidad internacional. El presidente chileno, Gabriel Boric, expresó sin matices ese repudio durante el encuentro de los 22 países de la comunidad iberoamericana. “No es aceptable de parte nuestra callar ante la dictadura familiar de Ortega y Murillo”, clamó el joven político de izquierdas. “Pareciera no saber que la patria se lleva en el alma y en la sangre y no se quita por decreto. Eso bien lo saben Gioconda Belli, Sergio Ramírez o Dora María Téllez, entre tantos otros”, continuó el mandatario en referencia a los dos escritores y a la mítica Comandante Dos de la revolución sandinista, que estuvo encerrada 605 días en el temido penal El Chipote, considerada la peor mazmorra de Managua.
No es la primera vez que Boric se expresa con dureza sobre las violaciones de derechos humanos del régimen de Ortega. Sin embargo, nunca lo había hecho delante de Denis Moncada, el ministro de Relaciones Exteriores nicaragüense, que también acudió a la Cumbre Iberoamericana. La respuesta del canciller fue previsible. “Exigimos al presidente Boric, de Chile, respeto al Gobierno y pueblo de Nicaragua. No debe utilizar a Nicaragua en su traición al pueblo y su entrega al imperio norteamericano. Exigimos respeto a nuestro Gobierno, respeto al pueblo nicaragüense”.
Además de ese encontronazo, en Santo Domingo se escucharon por parte de gobernantes de izquierdas planteamientos tan distintos que cuestionan, en primer lugar, la inclusión de todos en un espectro siquiera parecido y, en segundo lugar, abre una serie de preguntas sobre la definición de lo que hoy es izquierda en Latinoamérica. El peronismo, representando en el foro por el argentino Alberto Fernández, siempre fue distinto. Pero incluso el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, ausente de la cumbre, volvió al poder en enero al frente de una coalición amplia que marca diferencias con respecto a sus primeros Gobiernos.
El colombiano Gustavo Petro lanzó un alegato en defensa del expresidente peruano Pedro Castillo, asegurando que lo que sucedió el pasado diciembre no fue un autogolpe de Estado, sino que el golpe se lo dieron a él. El mandatario colombiano reanudó las relaciones con el Gobierno de Nicolás Maduro, aunque tiene una cosmovisión y sobre todo una idea de modelo económico muy lejana a la del sucesor de Hugo Chávez. Y por otro lado, tampoco proceden, por evidencia empírica, las comparaciones entre el régimen de Ortega con el chavismo, que pese a las sanciones de Estados Unidos ha vuelto a negociar con ese país para reabrir el sector petrolero, ni mucho menos con Bolivia. El Gobierno de Luis Arce afronta otros problemas, pero la situación no es comparable con la de Venezuela o con la de Nicaragua. Por su parte, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, otro mandatario encuadrado en el movimiento progresista y también ausente de la cumbre, se mueve en las especificidades del ecosistema del su país. Un tipo de izquierda casi por cada país y en cada Gobierno.