Rocío Sánchez podía haberse dedicado a pasear, a leer o a viajar cuando se retiró de su trabajo en el Banco de la República de Colombia. Pero descubrió por azar una profesión que nunca se le habría pasado por la cabeza desde su formación en ciencias. Un viejo cuadro colgado en su casa familiar en Cartagena, con el cristal opaco por el paso del tiempo, la llevó a interesarse por la genealogía. Se convirtió en una experta autodidacta buceando en sus ancestros, una forma apasionante de llenar su tiempo. La posibilidad que dieron España y Portugal en 2015 de otorgar la nacionalidad a los descendientes de los judíos expulsados de la Península convirtió su pasatiempo en un negocio. Ella tenía la llave que necesitaban aquellos colombianos que ansiaban un pasaporte europeo.
Pero esta historia comienza mucho antes de los 10.000 árboles genealógicos que investigó y los 2.600 casos en los que tuvo éxito desde que se firmaron las leyes en la Península Ibérica. Empieza con una llamada de teléfono que le hizo una tía suya desde Cartagena: “Eres la única a la que siempre le interesó este cuadro viejo. Si lo quieres, es tuyo, yo lo voy a botar”.
La restauración de aquel legado familiar que nunca había llamado la atención de nadie en casa de sus abuelos descubrió una de las dos únicas copias conocidas del acta de independencia de Cartagena, de 1811. Y entre los firmantes había un apellido que a Rocío se le hacía familiar. José María del Real Hidalgo fue el primero de sus antepasados que investigó. La historia la llevó a Galicia, a recorrer parroquias y aldeas en busca de actas de bautismo, matrimonio o defunción. Empezó a construir su propio árbol genealógico.
“En genealogía cada cosa que averiguas te satisface, pero te abre nuevas preguntas”, cuenta Rocío desde el despacho de su casa en Bogotá. La curiosidad infinita la llevó a inscribirse en la Academia Colombiana de Genealogía, donde 40 expertos como ella explotan el universo de los documentos antiguos. Y así podría haber seguido toda la vida, en esta “ocupación de viejitos a los que les gustaba hurgar en papeles”. Hasta que en 2015 todo cambió.
Las leyes española y portuguesa revolucionaron el mundo hispanoamericano. La nueva forma de adquirir la nacionalidad a través de antepasados sefardíes se convirtió en el modo más económico de lograr un pasaporte europeo. Solo había que probar algo que es más habitual de lo que podría parecer de entrada. Muchos judíos expulsados de la Península llegaron a América a partir de 1492. Qué mejor lugar para empezar de cero que en el llamado nuevo mundo.
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RECÍBALA
En la isla caribeña de de Curazao se estableció entonces una de la mayores y más prósperas comunidades judías, que desde ahí ayudó a financiar la guerra de la independencia de Colombia (1810-1824). Simón Bolívar, en agradecimiento, les ofreció la posibilidad de asentarse en la costa Atlántica, en ciudades como Barranquilla o Cartagena. Otros tantos llegaron al país desde Portugal, donde habían encontrado refugio tras la expulsión de España, anterior a la expulsión desde Portugal. Tanto es así que en América se llegó a decir judío como sinónimo de portugués.
La idea de que en Colombia cualquiera podía ser descendiente sefardí se extendió. La gente contactaba con la Academia para pedir ayuda. Sánchez y otros nueve compañeros decidieron emplear su tiempo en esta tarea. Ella misma encontró a un ancestro suyo judío 23 generaciones atrás, un médico que llegó desde Portugal. Gracias a él, Sánchez y su hija obtuvieron la nacionalidad española.
Rocío asumió unos 10.000 casos no solo de Colombia, también de Panamá, Ecuador, Venezuela, Perú y México. “Lo mínimo que les pedimos es que nos entreguen un árbol hasta los bisabuelos”, explica. Y de ahí se puede empezar a tirar hacia atrás. Las fuentes son enormes. Hasta 1680 se pueden conseguir actas en parroquias, pero no siempre existen. En Cartagena, por ejemplo, por el clima o las guerras, no hay libros de antes de 1780. De 1500 a 1800 hay que ingeniárselas de otra forma. Censos, testamentos, una fecha en una lápida de un cementerio, una foto en una caja, escrituras notariales para la compra o venta de esclavos, el Archivo General de Indias, donde hasta mediados del siglo XVIII hay licencias de los pasajeros que tomaban los barcos a América, o los documentos de los colegios mayores universitarios, de Bogotá a Salamanca.
“A la mayoría hay que decirle que no tienen, o que si tienen no se puede probar”, dice Sánchez. Además del estudio, hay que sumar otros gastos. Primero de 60 a 100 euros para que la federación judía estudie y acredite los documentos entregados por el genealogista. Con ese aval, otros 50 euros para realizar un examen de conocimiento de españolidad avalado por el Gobierno de España. Con eso aprobado, se presenta la solicitud ante el Ministerio de Justicia español, que delega en un notario la comprobación de las pruebas.
Salvo los mayores de 70 años o los menores, todos los que quieran acceder a la nacionalidad deben presentarse en persona ante el notario elegido, por lo que hay que viajar a España. Más allá del billete de avión, los gastos notariales rondan los 300 euros. Ya cuando el notario da el visto bueno, uno se desentiende hasta que el Ministerio de Justicia otorga el reconocimiento y se puede hacer la jura de bandera en cualquier embajada. “Aún así son las nacionalidades más baratas, no hay otra que te cueste menos de 10.000 euros (51 millones de pesos)”, asegura Sánchez.
España ya midió que la espita que abría con esa ley podía ser infinita, por lo que puso una fecha límite hasta 2019, aunque se prolongó hasta 2021 por la pandemia. Hoy en día, esta vía ya está cerrada. Aunque ahora con la nueva Ley de nietos el tema de la nacionalidad española desde América sigue de plena actualidad.
En Portugal, un procedimiento más barato ya que no exige notario ni viajar al país, no hay una fecha límite, pero desde el pasado septiembre se han ampliado los requisitos, lo que ha dificultado mucho el proceso. “El Gobierno pensó que si seguía como estaba todo el mundo acabaría siendo portugués”, dice Rocío, que piensa que las trabas a la ley podrían ser derogadas.
Entre los 10 miembros de la Academia que se dedicaron a buscar ancestros judíos sumaron unos 5.000 casos de éxito. Después de México, Colombia fue el país con mayor número de solicitudes presentadas. Los retrasos en el proceso aún mantienen a Sánchez trabajando en los árboles de muchas familias, porque en los expedientes abiertos siguen su curso.
Sánchez tiene hoy 66 años y sigue buceando cada día en su ordenador. “Si algún día quieres saber algo de tu familia, llámame”.
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