Las noches de verano en Santa Pola siempre tenían un partido de pretemporada de fondo. Entrábamos y salíamos de la terraza con un vaso de Coca-cola y un bocadillo de salchicha en un plato, intentando no tropezarnos con el cable de la antena y el carrito de la tele, que movíamos para poder verla desde fuera mientras el ruido de alguna Variant trucada ametrallaba la calle. Aquel verano, sin embargo, aterrizó un marciano llegado de un planeta llamado Eindhoven para modificar la genética emocional de esas alturas del año. La noche del 25 de agosto de 1996, en el minuto 75 de la ida de la Supercopa en Montjuic contra el Atlético de Madrid, Ronaldo Nazario De Lima le quebró la cintura a Delfí Geli, que descubrió en su cuerpo los efectos de las leyes de la electromagnética. Y no nos dimos cuenta, pero mientras soñábamos con aquel movimiento sin sentido y tratábamos de repetirlo al día siguiente en la playa, avanzaba ya una extraña revolución en el cerebro de los niños.
Hubo un tiempo en que quisimos correr la banda, filtrar el último pase. Los más raros puede que jugasen en casa a tirar la línea del fuera de juego con escuadra y cartabón mientras la mayoría, soñábamos con emular a frágiles poetas como Ronaldo, que hizo algo tan raro que ni siquiera tenía nombre entonces. Y el marciano siguió desafiando a la física durante años. Incluso después de que su cuerpo dijese basta. Justo esta semana se cumplían 23 años de otra noche, la que él lloró como un niño agarrado a su rodilla derecha, que volvía a crujir el primer día que regresaba a las canchas de Italia. Y lloró tanto como lo hicimos nosotros el día que sus agentes, dos bandidos escondidos luego en el maletero de un coche, se lo llevaron al Inter cuando solo habíamos podido disfrutarlo una temporada.
Y quizá fuese culpa del PC fútbol o de los influjos del capitalismo tardío. Pero hoy los aficionados prefieren ser presidentes, managers o directores deportivos. También los propios jugadores como Piqué. O el mismo Delfí Geli, el hombre que avistó la Luna aquella noche en Montjuic, que es hoy presidente del Girona. Y el estadio donde se construyó aquel sueño de verano… será nuestra pesadilla de invierno la próxima temporada. Si uno lo piensa, todo cuadra si sabes algo de matemática.
Los números gobiernan el fútbol. Y los niños juegan ahora a los fichajes, deslumbrados por webs como transferkmarkt, que aportan en tiempo real el valor de mercado de los jugadores. La ilusión de comprar diluye la de ganar. Nunca logré entender el PC fútbol, entre otras cosas porque no sabía ni conectar el ordenador de mi padre. Pero debió de producir un cortocircuito extraño en una generación. Y eso que el reclamo publicitario era algo tan poco prosaico como el genial Michael Robinson.
Los videojuegos, hace ya tiempo, que inspiran el ocio real. Es imposible ya saber de dónde sale su mecánica sin haber cultivado callos en el pulgar con la cruceta de un mando. Sucede también en el deporte. Ahí está la Kings League, que parece sacada de un Commodore 64. O las peleas de MMA, con más pinta de Street Fighter o Mortal Kombat que de artes marciales. Y como siempre, el que mejor entendió de qué iba el futuro, fue Florentino Pérez, que fichó a José Ángel Sánchez como gobernador del club, hasta entonces director general de Sega, una de las mayores compañías de videojuegos del mundo. Ahora quiere que los partidos sean más cortos porque no hay quién los soporte. Pero si les quitásemos los últimos diez minutos, esa zona Cesarini tan blanca, igual el Madrid tendría la mitad de Champions.
Al final a todos estos les quedan cuatro días. Y a los periodistas nos rematará la inteligencia artificial, pero a los aprendices de brujo de la estadística y la matemática se perderán como lágrimas en la lluvia. Lo único bueno es que, por más que evolucione este invento y que vistan al Papa como si fuera Kanye West, ningún hijo bastardo del GPT logrará explicarnos racionalmente lo que le hizo Ronaldo a Geli aquella noche de verano.
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