Lo más importante del nuevo Chapultepec no está a la vista, o casi. Aguas residuales tratadas, humedales que oxigenan los lagos, más de dos centenares de obras en barrancas, contención de taludes. Todo ello para dejar en la superficie un renovado espacio en el parque más grande de la ciudad, 760 hectáreas para el disfrute de una población que lo visita por millones cada año, pero que tradicionalmente se queda en la primera sección, la que todos conocen, con sus museos y sus atracciones, sus áreas culturales, el zoo o el botánico. Cruzar a la siguiente parcela no era sencillo hasta ahora; una pasarela para andantes y ciclistas sobre el Periférico permite ya adentrarse en el espacio de la tortuga gigante: eso semeja el Centro de Cultura Ambiental diseñado por Erre Q Erre, el estudio de arquitectura de Rafael Ponce. Un enorme caparazón de piedra volcánica con patas de acero se alza entre palmeras y tepozanes sin alterar el paisaje. La cubierta deja caer el agua de la lluvia hasta una canaleta que llenará las cisternas subterráneas. En realidad es solo media tortuga, porque al otro lado, el caparazón se repliega en una media circunferencia para abrir una plaza donde se celebrarán actividades culturales, con gradas también de piedra. Y más arriba, el lago. Y después, el bosque.
El estudio de Ponce ha intervenido más de 90.000 metros cuadrados en esa segunda sección, con una inversión de 271,85 millones de pesos que han generado 651 empleos directos, según datos oficiales. El espacio, una de las apuestas estrella de la renovación de Chapultepec, tiene un marcado carácter ecológico y didáctico, donde un estacionamiento de cemento se ha convertido en huerto de lechugas, acelgas y frutales, ganado para la naturaleza y a punto para la recolección. El sistema de riego por acequias recoge el agua del cielo y los excedentes del lago, aprovechando la fuerza de la gravedad que proporcionan las terrazas. Lo más importante casi no se nota. En un paseo por el bosque, Ponce insiste en la idea de conectar todas las áreas, del lago al Museo de Historia Natural, del museo al centro ambiental, de fuente en fuente, como las libélulas. Muy saturada de visitantes, la primera sección de Chapultepec necesitaba una conexión fácil e inmediata con las áreas colindantes, más desconocidas, pero de igual belleza. El bosque recupera en esta segunda sección su verdadero nombre.
La renovación de Chapultepec avanza tras el parón de la pandemia. A medida que se van reestructurando los nuevos espacios se va abriendo el paso al público. Este viernes, los primeros curiosos ya podían adentrarse bajo el caparazón de la enorme tortuga que alberga el Centro de Cultura y Medioambiente, que el día anterior visitaron de forma privada la alcaldesa de la ciudad, Claudia Sheinbaum, y el presidente Andrés Manuel López Obrador. “Les gustó mucho, sí”, dice la secretaria del Medio Ambiente de la Ciudad, Marina Robles. Y cuenta que más de 120 equipos multidisciplinarios han concursado para renovar esta nueva área, cuyo museo “recupera el sentido original de la gran Tenochtitlan”. En efecto, esa inspiración prehispánica es la que ha servido al arquitecto Ponce para su recinto natural de piedra volcánica traída de las canteras del volcán Popocatépetl, en Puebla. El reciclaje es fundamental en esta obra: las maderas que un año antes abrazaban el concreto en su construcción son ahora, tintadas de negro, rústicas paredes que dividen los espacios de centro.
El museo se divide en secciones. Unas hablan de la historia y muestran barro y cerámicas de yacimientos someros. “Algunos de los hallazgos están estudiándose aún, pero pueden alterar la cronología conocida hasta la fecha de los antiguos pobladores”, avanza Robles. Algo más allá se exponen animales y plantas, que ejemplifican la enorme variedad natural del bosque; hay un espacio para reflexionar sobre los perjuicios del cambio climático, “pero sin generar angustia, sino esperanza”. “Todos somos carbono”, dice la secretaria; otra sección se detiene en el agua, el alma líquida de Chapultepec que dio vida a la gran ciudad mexica. Bien lo saben ahora las lechugas, cuyo sembrado y recolección llevará una cooperativa con estándares orgánicos para su venta en el centro, donde también habrá cafetería y librería. Aún faltan detalles.
Robles, oceanógrafa, se duele del pensamiento medieval que hacía culpables a los humedales y sus miasmas de numerosas enfermedades. “El 70% de los que hay en el mundo están destruidos por esa razón. Aquí estamos recuperando especies nativas de plantas acuáticas, tratado de dar soluciones que la naturaleza diseñó”, afirma. Y que, después, el ser humano fue cambiando por tuberías. No todo se hizo mal, sin embargo. Parte del lago artificial, donde se afanan los patos en su limpieza mañanera, lo rodean las vías de un trenecito que hubo en tiempos, con sus románticas traviesas de madera que cobrarán vida. Están previstas estaciones para que circulen nuevos vagones turísticos. Y un cablebús vendrá en ayuda de los viandantes para llegar hasta el parque desde las estaciones de metro cercanas. La conectividad es la palabra clave en este bosque renovado, para que la gente conquiste los modernos espacios que antes solo recibían a los paseantes más intrépidos y solitarios.
El estudio Erre Q Erre ha trabajado en otros parques famosos, como el del Papagayo, en Acapulco, zonas degradadas de Tijuana que ahora son canchas deportivas y áreas culturales, plazas en Guerrero, Guanajuato o Hidalgo. Compañera de Ponce, Margarita Gorbea, de paseo también por el recinto, explica que, en esta ocasión, se han elegido “especies nuevas pero no invasivas” para remozar los paisajes de pastizal y humedal, así como los costados de las vías peatonales, en total una rehabilitación de 60.000 metros cuadrados de área verde, y 19.900 de nueva creación.
En la mañana del viernes, bajo un sol tibio y generoso, los primeros corredores se paran a curiosear el caparazón de piedra sobre paredes acristaladas a ambos lados, para que la mirada no abandone en ningún momento la naturaleza. “Está previsto que estas puertas están siempre abiertas”, dice Ponce, de tal forma que uno cruce sin cortapisas bajo la singular tortuga pétrea. Fuera, invade la paz del bosque urbano, lejos de los altavoces que cantan con estruendo la comida rápida o las chucherías de decenas de puestos de venta de la primera sección. Esta parcela conserva un aire menos ajardinado, más natural y silvestre. Ya los ciclistas lo están respirando.
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