Martín querido:
Resoplo como hacen los jugadores antes de cobrar un penalti, esperando que el aire afine su puntería. Y es que hemos llegado a la instancia en la que el destino se define desde el manchón de la muerte.
La pena máxima se cobra a once metros de distancia (en alemán, idioma que no deja lugar a dudas, el castigo recibe el nombre de Elfmeter). En los campos pobres, a los que no se llega con cinta métrica y donde la marca de cal ha sido borrada por el polvo, el árbitro (en caso de que exista) mide esa distancia con doce pasos.
La costumbre dio lugar a un gran texto del escritor chileno Francisco Mouat: El embrujo de los doce pasos. Ahí apunta: “Los partidos que se ganan con un gol de penal no tienen el mismo sabor que aquellos en donde la victoria se obtiene con goles de juego. En este sentido el penal es indecoroso”.
¿Y qué decir de la eliminación a muerte, la ruleta rusa en la que solo existen los penales?
Mouat recoge oportunas frases sobre el tema. Aunque Pelé llegó a su gol número mil con la pena máxima, pudo decir: “Un penal es una manera cobarde de marcar”. Vicente Verdú liquidó el asunto al definir el tiro sin clemencia como un “abuso de masacre”. La definición en penales es una invitación al holocausto.
En tu carta de este lunes afirmaste que Brasil hizo ante Corea del Sur los lances de fantasía que se reservan para los entrenamientos. Pero hay una jugada para la que no hay aprendizaje. Roberto Baggio disparaba con tal precisión al arco que logró un maravilloso prodigio inútil. Cuentan que durante una práctica remojó el balón en pintura y disparó al travesaño con tal pericia que lo tiñó de otro color. Como uno de sus muchos clubes fue la Fiorentina, los exagerados que nunca faltan, dijeron que desde Leonardo nadie había hecho trazos tan nítidos en esa ciudad. Pues bien, Roberto Baggio, artífice del autocontrol —que para más señas era budista— falló el penal decisivo en Estados Unidos 94.
Qatar ha traído algunos cobros de alta escuela, como el de Neymar contra Corea del Sur. Por esa vía, Cristiano logró anotar en cinco mundiales y Messi confirmó su caprichosa condición de genio. Ante Arabia Saudí anotó con elegancia y ante Polonia desperdició la oportunidad como un magnate que no se molesta en recoger un billete de la calle.
Al encarar al francés Lloris, Lewandowski demostró que la famosa paradinha es cuestión de ritmo. Hizo la tradicional pausa antes de chutar, pero en vez despistar al portero con un quiebre de samba, saltó como un cosaco que apaga una fogata: la pelota acabó en las manos del portero. En un partido previo, el mexicano Memo Ochoa, que conoce la Danza de los Viejitos típica de Michoacán, había adivinado sin problemas la intención de Lewandowski.
Es posible que el mejor entrenador del Mundial sea el japonés Hajime Moriyasu. Aunque contaba con jugadores que militan en la Bundesliga y con el excepcional Ito, delantero del Reims, dependía del conjunto, no de las figuras. En esas condiciones derrotó a Alemania y a España y empató con Croacia, actual subcampeona. Modelo de disciplina, Japón se multiplica en la cancha y deja el vestidor impoluto y adornado con garzas de papel. Pero la puntería no se entrena. En los penales, las tropas de Moriyasu le apuntaron a la luna.
Todo esto para comentar el España-Marruecos, combate de entrega absoluta que terminó en la dimensión desconocida donde el talento es esclavo de la suerte.
El Equipo de los Mil Toques no mostró la abrumadora jerarquía que se le atribuye, pero dominó a un adversario que supo defender y contragolpear hasta el último aliento. Cuando el árbitro sopló su silbato, los marroquíes eran incapaces de hacer lo mismo.
Nadie sabe lo que traerá el embrujo de los doce pasos. España no anotó un solo penal, algo de trágica normalidad (en ese momento, la técnica consiste en resistir calambres).
Bono, el portero marroquí, jugó con la solvencia de quien no conoce el error y se agrandó deteniendo dos disparos.
Como al destino le gustan los enredos, el lance definitivo dependió de Achraf Hakimi, que nació en España y debutó con el Real Madrid. ¿Podía eliminar a su patria de acogida? La épica proponía una crisis de conciencia, pero el número 2 tomó la pelota con la calma de quien silba en la tormenta y engañó a Unai Simón con la suavidad de los maestros.
El fútbol no conoce la eutanasia. Ahí nadie reclama una muerte digna. Pero la definición en penales redime al más perdido: en ese momento, todos tienen derecho a fallar.
La correspondencia íntegra de Caparrós y Villoro durante el Mundial de Qatar
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