La nueva arma que Rusia emplea desde el pasado agosto en su ofensiva contra Ucrania, los drones bomba iraníes Shahed-136, está contribuyendo a ahondar aún más la fractura que existe entre el Kremlin y la ONU desde que el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenara la invasión de Ucrania. El pasado 27 de octubre, el mismo día en el que Putin aseguraba que el mundo necesita “reglas generales que sean aplicadas por igual a todos los participantes de la comunidad internacional”, el Kremlin recibía un nuevo varapalo internacional. El jefe de asuntos jurídicos de Naciones Unidas rechazó de plano las protestas de Moscú por la investigación del organismo sobre una nueva y grave violación de las resoluciones que Rusia firmó como miembro permanente del Consejo de Seguridad: la importación de drones iraníes para su ofensiva sobre Ucrania.
El conflicto parte con la Resolución 2231, firmada por Irán, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad —incluidas Rusia y China— y Alemania, para posibilitar el pacto de 2015 que impide a Teherán desarrollar sus propias armas nucleares. Según este acuerdo, estaba prohibida la importación y exportación de armas convencionales con Irán hasta 2020, aunque Occidente sostiene que ahora se ha incumplido una cláusula que impide la transferencia de cohetes y otra tecnología avanzada de misiles balísticos hasta el 18 de octubre de 2023.
La violación de esta resolución podría aparejar una nueva oleada de sanciones contra ambos países, y a ello se suma la propia guerra, que ha comprometido la posición de Rusia en la ONU, donde ha sido suspendida ya su actividad en el Consejo de Derechos Humanos. “Al abandonar el acuerdo para el transporte de grano ucranio por el Mar Negro, Moscú quiere presionar a Naciones Unidas para que no emprenda una investigación de los drones iraníes y Rusia no sea expulsada del Consejo de Seguridad. El Kremlin está explotando que la seguridad alimentaria global sea prioritaria”, subrayó en su perfil personal de Twiter Dionis Cenusa, experto del Centro de Estudios de Europa del Este, al conocerse la ruptura del pacto.
Rusia intenta frenar esta pesquisa por todas las vías. El pasado 27 de octubre, el embajador de Rusia ante Naciones Unidas, Vasili Nebenzia, envió una misiva al secretario general del organismo, António Guterres, en la que aseguraba que la investigación ha nacido de las presiones de EE UU, y ello violaría el artículo 100º de la Carta de la ONU, según el cual la jefatura de la ONU “no solicitará ni recibirá instrucciones de ningún Gobierno ni de ninguna otra autoridad ajena a la organización”.
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Guterres informa dos veces al año sobre el cumplimiento del pacto iraní de 2015. Sus expertos ya investigaron en el pasado si Teherán suministró a los Huthi los misiles balísticos lanzados contra Arabia Saudí en su guerra, por lo que el argumento de Nebenzia fue tumbado por el jefe de los letrados del organismo internacional, Miguel de Serpa Soares, quien subrayó además que, “al no haber habido ninguna orientación por parte del Consejo de Seguridad, el secretario general seguirá elaborando sus informes del modo en que lo ha hecho hasta la fecha”.
Avanza la guerra y Rusia arriesga más
Entre las armas compradas por el Kremlin figurarían los drones bomba iraníes Shahed-136. Los servicios de inteligencia de EE UU y Ucrania aseguran tener numerosas evidencias de su uso en la guerra, y su característico perfil fue reconocido por numerosos expertos el lunes 10 de octubre, cuando Moscú respondió con un bombardeo masivo de varias ciudades ucranias a la explosión del puente de Crimea. Por otra parte, los analistas militares rusos declinan comentar su empleo por sus fuerzas armadas: la versión oficial, tanto de Moscú como de Teherán, es que no han recibido ninguno, y las nuevas leyes rusas prohíben “desacreditar al ejército” y “difundir información falsa”.
El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, advirtió el pasado viernes de que Rusia había intensificado sus ataques al lanzar más de 30 drones iraníes en los últimos dos días. Según sus estimaciones, Rusia ha empleado unos 400 de los 2.000 vendidos por Teherán, y una gran mayoría de ellos habrían sido derribados.
Al progresar la guerra, Rusia demanda más munición. “La ventaja del Shahed no radica en su tecnología, sino en su simpleza: sus partes son desechables y, al no estar sujeto a condiciones extremas de calor y aceleración como otros misiles, puede utilizar piezas civiles comunes, como motores chinos”, explica Mohsen Reyhani, responsable de Exciton, un canal iraní especializado en su armamento. Según este y otros expertos, Rusia habría modernizado el arma con su propio GPS, el Glonass. Para el conocido canal militar ruso TopWar, otra ventaja de este dron es que los radares tienen más dificultades para detectarlo gracias a su motor de hélice y a que prescinde de algunas partes metálicas. Eso sí, a costa de una menor carga explosiva.
La necesidad de conseguir más bombas ha llevado a Rusia a arriesgar su posición en varios tableros regionales. Israel se ha replanteado su neutralidad en la guerra de Ucrania y ahora contempla apoyar a Kiev ante el acercamiento de Moscú a Irán, lo que hizo que el vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, Dmitri Medvédev, amenazase con que sus relaciones “se romperán” en ese caso. Por su parte, en la península de Corea está sucediendo un fenómeno similar con el régimen paria de Kim Jong-un y la desconfianza entre sus vecinos por su creciente “amistad”.
El acercamiento entre Teherán y Moscú fue visible esta semana con la entrada en vigor de un protocolo firmado en 1996 para la extradición de acusados entre ambos países. Rusia lo ratificó en 2017, pero Irán había retrasado su aprobación hasta ahora. El acuerdo, que permitirá tomar estas decisiones extrajudicialmente, incluye el envío de detenidos que pudieran enfrentarse a la pena de muerte siempre y cuando “se garantice” que esta no será aplicada. De hecho, tras la salida de Rusia del Consejo de Europa dejó de funcionar el mecanismo que bloqueaba automáticamente las extradiciones bajo pena capital. Irán, por su parte, recomendó a sus ciudadanos que no viajen a Ucrania y se marchen de allí desde el 21 de octubre “ante la escalada del conflicto militar y el aumento de la inestabilidad en el país”.
Otra ficha de este imprevisible dominó se encuentra en el sureste de Asia. “¿Cómo reaccionaría la República de Corea (del sur) si reanudásemos nuestra cooperación con Corea del Norte en la esfera nuclear?”, preguntó al aire Putin este jueves durante su larga intervención en el debate del Club Valdái. “Ahora sabemos que Corea del Sur ha decidido suministrar armas a Ucrania, y esto dañará nuestras relaciones”, añadió el mandatario en una advertencia casi idéntica, palabra a palabra, a la que vertió Medvédev contra Israel. Además, mostró su respaldo al régimen de Pyongyang al justificar que sus amenazas nucleares se explican “por la actitud absolutamente grosera [de otros países] hacia sus intereses en su seguridad”. Entre ellos, Corea del Sur, EE UU y Japón, que también ha apoyado a Kiev.
Un mes antes de que negase la adquisición de drones iraníes, Moscú también rechazó haber comprado municiones a Pyongyang. Un informe de la inteligencia estadounidense difundido por el diario The New York Times a principios de septiembre apuntaba a que Rusia había importado “millones de proyectiles de artillería” norcoreanos, especialmente bombas de calibres compatibles con los suyos, como el de 152 milímetros. “Esto es otra falsedad que circula”, aseguró también entonces el enviado especial de Rusia ante la ONU, Vasili Nebenzia.
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