San Agustín dejó escrito que la ciencia es curiosidad malsana y vanidad superflua, siendo esto último, expresión redundante, pues la vanidad siempre es orgullo superfluo. Sin dejar atrás tales consideraciones, conviene adentrarse en la estructura irregular de los fractales para darse cuenta de que sus formas geométricas se incluyen poco o nada en los planes de estudio, quedando en evidencia que entre San Agustín y Mandelbrot, el primero siempre tiene más influencia y predicamento que el segundo en los libros de texto, no ya por su presencia nominal, sino por el dominio de sus ideas en lo referente a la ciencia como curiosidad malsana. Antonio Escohotado escribió en su día sobre este grave error; hoy le traemos al recuerdo en el primer aniversario de su muerte.
Olvidar que hay formas geométricas cuya estructura se repite a diferentes escalas, es obviar que la forma, el azar y la dimensión son aspectos de nuestra propia realidad, la misma que lleva a despedazar una coliflor y observar que sus partes, incluso las más pequeñas, son similares -si no idénticas- a la coliflor cuando se mostraba entera.
Este patrón sin fin de aspecto irregular se denomina fractal, término que tiene su origen en la palabra latina fractus, es decir, quebrado, y que fue propuesto a mediados de los años setenta por el matemático Benoît Mandelbrot (1924-2010), quien llegó a mantener un pulso abstracto, valga la metáfora, con la geometría concreta euclidiana. Su aproximación a figuras más complejas que las integradas en la geometría euclidiana ha supuesto una herramienta para aplicar la base fractal al estudio de las crisis económicas, reproduciendo estas a todas las escalas.
Con todo, la regular irregularidad de las formas fractales tiene su expresión narrativa en uno de los cuentos de Jorge Luis Borges titulado Las ruinas circulares y que vio la luz a finales de 1940 en la revista Sur, cuando aún Mandelbrot era un joven estudiante que se dejaba seducir por la belleza narrativa de los fractales que Gaston Julia llevaba años explicando (1893-1978).
Para quien no lo sepa, Gaston Julia fue un matemático francés de padres catalanes que perdió su nariz en la I Guerra Mundial, llevando desde muy joven una máscara para ocultar el desastre facial. En otra pieza hablaremos de este hombre, de sus estudios y de su mala suerte. Ahora sigamos con Borges, pues, en su cuento, el protagonista es un hombre al que nadie vio desembarcar “en la unánime noche”, un hombre que al final resultó ser la proyección del sueño de otro hombre quien, a su vez, también resultó ser la apariencia proyectada de un sueño y así hasta el infinito, reproduciendo la vida en diferentes dimensiones de una realidad que ha sido soñada en el centro de unas ruinas circulares.
La curiosidad de Borges, así como la de Gaston Julia o Mandelbrot, fue la base de su conocimiento abstracto, un conocimiento que se alimentó del sentido estético de los fractales; la geometría irregular y obsesiva que ofrece la naturaleza como posibilidad artística y que San Agustín nunca consiguió explicar.
Nota: El cuento de Borges citado en este artículo está publicado en el volumen Cuentos completos de Jorge Luis Borges (Lumen).
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