Sucedió el pasado jueves. Los New Orleans Pelicans visitaban a los Toronto Raptors y antes del partido dos jugadores rivales se saludaron cariñosamente y estuvieron siguiendo uno el entrenamiento del otro. Eran Willy y Juancho Hernangómez, la pareja de hermanos españoles que, años después de los Gasol, comparten aventura en la NBA. Pero aquel encuentro fue lo más cerca que estuvieron de la pista y del balón en toda la noche. Ninguno de los dos jugó ni un segundo, un reflejo de la enorme dificultad que se han encontrado esta temporada en la Liga estadounidense pese a regresar ambos como campeones del Eurobasket con España. Willy fue elegido el mejor jugador del torneo que coronó a la selección en Berlín y Juancho dinamitó con sus triples la final contra Francia. Esa carta de presentación no les ha servido en la NBA, y mientras Willy apenas acumula minutos en los Pelicans, los Toronto Raptors acaban de prescindir de Juancho para hacer hueco al fichaje de Will Barton.
El menor de los hermanos Hernangómez ve así roto el año de contrato que había firmado el pasado verano con los Raptors, su última parada americana tras pasar antes por Denver, Minnesota, Boston, San Antonio y Utah. Con la camiseta de la franquicia canadiense, el ala-pívot de 27 años y 2,06m ha participado este curso en 42 encuentros, con 14 minutos, 2,9 puntos y 2,9 rebotes de media por cita. El despido, pese a todo, le permite cobrar el año completo de contrato, que tenía garantizado por la cantidad mínima en la competición: 2,3 millones de dólares por una temporada. Deportivamente, su futuro queda en el aire. Juancho es ahora agente libre para fichar por otro equipo de la NBA que pudiera reclutarle de cara a las eliminatorias finales, o puede abrir la puerta de un regreso a Europa. El plazo de los equipos de la Euroliga para inscribir jugadores termina este miércoles a las 18.00.
“Quiero seguir en la NBA, no me veo volviendo a Europa todavía”, comentaba Juancho Hernangómez en una entrevista en EL PAÍS el pasado junio, antes de firmar por los Raptors. Cerraba entonces un curso en el que en cinco meses pasó por tres equipos (Boston, San Antonio y Utah), y en el que llegó a perder “el amor por el baloncesto” tras un duro inicio en los Celtics. “No estuve a gusto allí, fue muy duro. No había comunicación, no sabía qué se esperaba de mí, había muchos jugadores muy egoístas, no se hacía equipo”, admitió. La felicidad en la pista regresó tras un breve paso de dos semanas por San Antonio en el que se maravilló con la figura de Gregg Popovich y sobre todo con un tramo final en Utah en el que volvió a disfrutar y competir.
La redención definitiva llegó para él este pasado verano en el Eurobasket, con el colofón de una final ante Francia (88-76) que hizo saltar por los aires con seis triples seguidos sin fallo en el tercer cuarto, y el premio al mejor jugador del encuentro. Muchos méritos en Europa que no le han servido tanto en la NBA.
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