Luiz Inácio Lula da Silva quiere darse el primer paseo como presidente de Brasil, el domingo, Año Nuevo, en un Rolls Royce descapotable, como hizo su predecesor. Pero su equipo de seguridad no descarta que deba recurrir a un coche cerrado y blindado para evitar cualquier riesgo. La decisión final dependerá de cómo evolucione la situación. Un atentado fallido con bomba que pretendía causar el caos en Brasilia para impedir el traspaso de poder y la detención, como principal sospechoso de organizarlo, de un bolsonarista vinculado a las protestas golpistas hicieron saltar todas las alarmas. El presidente electo espera que los que siguen acampados ante cuarteles pidiendo una intervención militar se vayan voluntariamente a sus casas antes de Año Nuevo, pero no descarta el uso de la fuerza.
El plan es que el líder de la izquierda brasileña inicie su tercer mandato con una multitudinaria fiesta en el corazón de la política brasileña y bien arropado por la comunidad internacional. Se espera a unas 300.000 personas además de una veintena de jefes de Estado y otros representantes extranjeros. Las medidas de seguridad para la ceremonia se han reforzado. Las autoridades pretenden movilizar al 100% de los agentes de policía de Brasilia. Y el Tribunal Supremo ha aceptado la petición del equipo de Lula de que vete las armas de las calles de la capital con motivo del evento.
Pero las concentraciones de bolsonaristas que quieren un golpe de Estado persisten. Menguadas y radicalizadas en diversas ciudades. Varios calendarios artesanales —”59 días de resistencia”— recordaban este miércoles en el campamento levantado ante el Cuartel general del Ejército en São Paulo que han pasado casi dos meses desde las elecciones. Lula consiguió una apretada victoria frente a Jair Bolsonaro.
Si los primeros días se apretaron en esta calle miles y miles de personas, ahora suman un centenar a lo sumo, pero han levantado casetas y, en vista de lo que dice Julieta, de 40 años, no tienen ninguna intención de abandonar la protesta. “Si hay que morir por Brasil, estoy dispuesta a dar mi vida”, proclama antes de pronosticar que “la probabilidad de enfrentamiento es grande”. Viste una camiseta verde oliva con cuatro números: 1964 (el año del último golpe militar) y usa ese seudónimo porque no quiere revelar su identidad. Asegura que tiene planes de viajar a Brasilia para unirse al campamento de la capital, principal símbolo de los bolsonaristas que aún creen que les robaron las elecciones.
La sistemática campaña del presidente contra la credibilidad de las urnas, las encuestas y las autoridades electorales ha calado hondo entre sus seguidores. Bolsonaro recurrió el resultado pero su apelación fue rechazada de plano y acusado de actuar de mala fe.
Para el equipo de Lula, es prioritario desactivar la protesta de Brasilia porque se ubica a 10 kilómetros del corazón político de Brasil, donde Lula recibirá la faja presidencial aunque aún se desconoce quién se la impondrá. Nadie espera que lo haga Bolsonaro, que ni siquiera ha reconocido el triunfo del líder izquierdista.
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“No serán pequeños grupos extremistas quienes coloquen a la democracia brasileña contra la pared”, advirtió este martes el futuro ministro de Justicia, el antiguo juez y gobernador Flávio Dino. “Cuando más pactada sea la desmovilización de los campamentos, mejor. Esta es la posición del presidente Lula en este momento. Por supuesto, si eso no ocurre, se tomarán medidas. Pero en un segundo momento”, explicó en una comparecencia. A su lado, el próximo ministro de Defensa, José Múcio, pidió a Dios que la protesta se deshaga por las buenas.
El propio Múcio explicó muy gráficamente hasta qué punto la trama descubierta en Nochebuena supone un salto cualitativo. “Cuando un ciudadano pone una bomba debajo de un camión de queroseno que está entrando en un aeropuerto y que podría volar un avión con 200 personas, entramos en el terreno del terrorismo”. Ésa es precisamente la acusación que pesa contra el principal sospechoso, George Washington de Oliveira Sousa, de 54 años. Durante los interrogatorios policiales, este gerente de una gasolinera en el Estado de Pará explicó el motivo de su viaje a la capital a mediados de diciembre: “Viajé a Brasilia para unirme a las protestas frente del cuartel militar, y esperar a que las Fuerzas Armadas me autorizaran a tomar las armas y destruir el comunismo”, dijo, según Reuters. El cuartel al que se refiere es la sede principal del Ejército. La policía localizó también varias armas en el piso que tenía alquilado.
Julieta, la bolsonarista de São Paulo, está convencida de que la versión oficial de la policía es falsa y sostiene que el detenido es en realidad un simpatizante del partido de Lula da Silva, el de los Trabajadores. Poco le importa que esa falsedad, que circula por redes, haya sido desmentida por las agencias de chequeo.
Prácticamente de un día para otro, el terrorismo se ha convertido en Brasil en una preocupación local. Este era un país donde una mochila sin dueño en plena calle no hacía saltar ninguna alarma. Ya no. Este martes una desató un notable despliegue policial que quedó en un susto. Pero lo que era un temor abstracto se ha convertido en una preocupación tangible al descubrirse la trama de la bomba. Como dijo el jefe de la policía de Brasilia, “Bombas, eso es una cosa que nunca existió en Brasil. Y no lo vamos a permitir”.
Los bolsonaristas más radicales quisieran que el presidente saliente reaccionara al estilo Donald Trump. Siguen esperando a que Bolsonaro abandone el silencio en el que se sumió al perder las elecciones, que haga un pronunciamiento, les diga qué hacer y lidere una movilización que impida a Lula iniciar un tercer mandato. De todos modos, el ultraderechista sigue mudo, sus enseres ya han salido del palacio presidencial en camiones de mudanza y, según la prensa brasileña, se dispone a viajar a Orlando (Florida, EEUU) para despedir 2022 y estar bien lejos cuando su némesis, Lula, reciba la faja presidencial. Un viaje al feudo de Trump del que nada se sabe oficialmente.
Pero Julieta mantiene la esperanza. Está convencida de que ese rumor ha sido desmentido. “No creo que abandonará al pueblo”, dice.
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