Hablar de Luz Nellis Camacho (Sucre, 56 años) es hablar de desarrollo, resiliencia y sobre todo de fuerza de voluntad. Su vida y su lucha está atravesada por el impacto una de las mayores crisis humanitarias del mundo: el conflicto entre el Estado colombiano, los grupos paramilitares y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Esta guerra interna ha dado como resultado más de ocho millones de víctimas de desplazamiento forzado desde 1985 hasta 2021. La profesora encontró su vocación de maestra a los 31 años, cuando ya tenía dos hijos y trabajaba de cajera en un almacén. Desde entonces ha gestionado la construcción de una escuela y la fundación de una comunidad en donde conviven 70 familias de agricultores desplazados de sus tierras y hogares.
La escuela Santa Fe de Icotea, en la comunidad Paso El Medio, del distrito de Bolívar –el segundo departamento con más desplazados del país (631.276), entre 1985 y 2019– ahora cuenta con 147 estudiantes que reciben ayuda psicoemocional y académica, cuatro aulas y un comedor. El objetivo es evitar la deserción escolar. Pero en 2007, cuando Luz Nellis llegó a la comunidad, se encontró con una realidad totalmente distinta. “Tenía una lista de 160 estudiantes. A las clases venían solo cuatro”, comenta por llamada teléfonica desde casa de una vecina, que por hoy será la suya. “Adonde voy con mi mochila, es donde me quedo a dormir. Esta gente es mi familia”, aclara.
El temor debido al conflicto armado le hizo las cosas aún más difíciles. Cuenta que los niños eran muy agresivos, demasiado callados, con mucho miedo y desconfianza. “Cuando llegaban personas de fuera de la localidad, los pequeños corrían a los árboles más altos a esconderse”.
Y aunque confiesa que alguna vez dudó de ser profesora en la localidad Paso El Medio, la pobreza y la necesidad de estas familias le mostraron su camino. “Yo soy de una zona rural, crecí en el campo. Mi madre murió sin saber leer ni escribir y mi padre escribió sus primeras palabras cuando yo ya era una adulta. No puedo negarles a estos niños su única posibilidad de estudiar”, asegura. Iciar Bosch, responsable de educación de la ONG Ayuda en Acción, aclara que los niños son los más vulnerables en situaciones de conflicto y que uno de los derechos más afectados es el acceso a la educación. “Las escuelas son lugares de aprendizaje, socialización y espacios seguros. Cuando uno deja de asistir a clases, se expone a explotación laboral, sexual y pasa a ser un objetivo de los grupos armados”.
Luz Nellis Camacho sabe bien del impacto de las huellas invisibles que la inseguridad y la guerra marca en los niños. Y recuerda a uno de sus alumnos, Roberto Arias, que con apenas siete años se negaba a usar botas por asociarlas con la muerte y la violencia. “Llevé ropa, zapatos y comida para donar a las familias. Pero cuando Roberto vio las botas que le regalé se puso a llorar sin consuelo. Me dijo que las personas que las usan, matan”. El pequeño, que junto a sus padres se refugió en Paso El Medio huyendo de la guerra, había visto, escondido debajo de la cama, cómo los grupos armados entraban a las casas, usurpaban y asesinaban. “Solo podía ver los zapatos de sus victimarios. Estos niños están condenados a guardar silencio. No pueden decir lo que han presenciado”, narra.
La ONU ha verificado más de 266.000 violaciones graves de los derechos de la infancia en más de 30 zonas de conflicto en África, Asia, Oriente Medio y América Latina, desde el 2005 hasta el 2021. El organismo internacional ha detectado más de 75 violaciones a los derechos de los niños, de las que las más comunes son los asesinatos y las mutilaciones, así como el reclutamiento y la utilización de niños soldados.
Una escuela que sea el centro de la comunidad
Pero el compromiso de la meaestra Camacho con la educación rural la obligó a gestionar la creación de una nueva escuela y la fundación de una nueva comunidad asentada alrededor de ella. El asedio del ejército y el bum de la producción de palma africana en Paso El Medio fueron los detonantes de una decisión que cambiaría su vida y la de 70 familias. La idea era mover a un lugar más seguro ese pequeño núcleo social, por eso tanto el centro educativo, Santa Fe de Icotea, como la nueva comunidad conservan los mismos nombres que los que dejaron atrás.
Camacho reconoce que el centro educativo que fundó se asienta en un área en donde las agrupaciones delictivas botaban los cuerpos sin vida de sus enfrentamientos. “Cuando vi el terreno me saqué los zapatos, cerré los ojos y supe que aquí construiríamos la nueva escuela”, relata emocionada. Y asegura que esta solución nunca iba a estar completa si las familias no tenían sus propias tierras cerca del colegio.
En Colombia solo un 51% de los jóvenes desplazados asisten a la escuela secundaria, en comparación con un 63% de los no desplazados
La distancia, el peligro y la necesidad eran la combinación perfecta para la deserción escolar. El 90% de los habitantes de Paso El Medio llegaban de otras regiones y ciudades como desplazados. Camacho menciona que en esta comunidad los campesinos encontraron una nueva esperanza para rehacer sus vidas, un poco más alejados de la violencia. “Cuando llegó el bum de la producción de palma africana, los agricultores que vivían del alquiler de las tierras para la producción de yuca, arroz y ñame (un tipo de tubérculo común en la zona) se quedaron sin su herramienta de trabajo”, recuerda.
Ese fue el momento en que “La seño”, como la llaman en la comunidad, empezó a gestionar el nacimiento del nuevo Paso El Medio, en el que los agricultores serían los dueños y trabajadores de la tierra. Y logró el apoyo de una ONG para desarrollar su idea. “Cuando ganamos el proyecto, nos entregaron un poco más de tres hectáreas para que las familias fueran productoras. ¡Ese día celebramos tanto, imagínese que de una sola gallina comimos todos!”.
Construir una escuela no es sencillo, pero eso no ha resultado ningún impedimento para la maestra. Ella y otra profesora compraron el terreno a 800.000 pesos (172 euros). “Yo ganaba 800.000, así que puse la mitad de mi sueldo, mi compañera puso 200.000 y un vecino dio 100.000 pesos. Pudimos comprarlo, aunque nos faltó un poco de dinero”, relata. Pero la tarea más complicada era levantar las estructuras. Camacho cuenta que la ministra de educación se comprometió a construir las aulas en una visita al distrito de Bolívar. “Durante un año le amargué la vida. No podía dejar que se olvidara de su promesa”, recuerda entre risas. Y finalmente cumplió: el Ministerio instaló dos aulas, un comedor escolar y baños.
El ausentismo escolar, una amenaza latente
Camacho, que decidió especializarse en etnoeducación justo antes de llegar a Paso El Medio, ahora fusiona sus conocimientos en el día a día del centro educativo. Asegura que lo que más le ha atraído de esta estrategia de enseñanza es que respeta la identidad étnica y la memoria histórica de las comunidades, sus tradiciones y estilo de vida. Por eso, ha creado el proyecto llamado Convivencia y Paz, que imparte talleres de danza, teatro y pintura para que los niños, víctimas de la violencia armada, encuentren nuevas herramientas de gestión de sus emociones. “Debemos hacer un acompañamiento con psicólogos que les enseñen sobre autocuidado y manejo de los sentimientos. Muchos de nuestros niños y sus familias necesitan procesar los duelos por la pérdida de un ser querido e incluso por el despojo de sus hogares”, explica.
Durante sus 15 años de trabajo en educación ha comprendido la relación entre la población desplazada y las cifras de deserción escolar e índices de repetición de curso. “Son familias muy pobres. Muchas veces, para lograr sobrellevar los gastos, los padres exigen que sus hijos trabajen en las fincas. Yo negocio con ellos, les digo que vengan a clase tres días y los otros dos que se vayan a trabajar. Luego les ayudamos a que se actualicen de los contenidos que perdieron”, concreta. En Colombia, solo un 51% de los jóvenes desplazados asisten a la escuela secundaria, en comparación con un 63% de los no desplazados, según datos de la Unesco.
Las escuelas son lugares de aprendizaje, socialización y espacios seguros. Cuando un niño deja de asistir a clases, se expone a explotación laboral, sexual y pasa a ser un objetivo de los grupos armados
Responsable de educación de la ONG Ayuda en Acción
Para la responsable de Ayuda en Acción, Iciar Bosch, las razones para que la deserción escolar sea tan elevada en niños que han vivido en situaciones de conflicto se deben a que los sistemas educativos no están preparados para afrontar los traumas derivados de la guerra. “En estas zonas hay una clara deficiencia de personal docente, que también ha sido impactado por la violencia”. Para esto, la experta recomienda que el sistema educativo integre un trabajo comunitario que ayude a que la familia entera afronte la vulneración de sus derechos, mejorar los sistemas de salud con atención psicosocial y generar un ambiente y oportunidades de aprendizaje. “Si un niño falta a clases más de tres veces, eso le hace sentir que va detrás de los demás y que le cuesta seguir el ritmo de la clase”, expone. La solución, dice Bosch, en el caso de los desplazados, es una escolarización rápida, la sensibilización de los padres y la entrega de becas condicionadas a la asistencia.
Camacho organiza partidos de microfútbol, obras de teatro y proyectos de desarrollo lector, aunque reconoce que le gustaría tener una biblioteca para los niños, ahora solo tiene tres estantes con libros donados. “Les decimos que podrán participar en estas actividades quienes más vengan a clase y los que nos avisen de los días que no vendrán. Así nos aseguramos de que cada vez faltarán menos”. Ahora preparan una obra de teatro en la que se dramatiza la historia de la comunidad y se explican las razones por las que los vecinos salieron de las tierras donde antes vivían. “Es un trabajo de recuperación de nuestra memoria histórica”.
Sobre los frutos de su trabajo, La seño confiesa que ahora saluda a los ex alumnos que ya están en la universidad. Cuenta con orgullo que estudian artes, enfermería o agronomía. “Los veré trabajando por su comunidad”, asegura convencida.
La voz de Luz Nellis Camacho, La seño, es vibrante, enérgica, alegre. Esa misma alegría es la base con la que ha logrado que un grupo de familias y sus hijos superen las huellas de dolor de la guerra. “Si no fuera profesora, seguro estaría ayudando de otras maneras a los niños de las comunidades rurales. La cabra busca el monte, por eso, cuando me jubile, quiero construir un salón comunal en nuestra localidad, para seguir rodeada de mis niños y mis familias”.
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