Se podía saber que las declaraciones de Marie Kondo asegurando que su casa ahora “está desordenada” porque tiene tres criaturas iban a desencadenar un “te lo dije” colectivo. Bastaba con pegar la oreja y hacer unos scrolls para detectar lo que el engranaje de marketing tras ella habrá calculado al milímetro: la excelencia instagrameable está en horas bajas, ahora toca Be Real -la red social que va de frente con la intención de “ser real”-. Un ejemplo muy oportuno lo deja la viralización del vídeo tour por la casa de Julia Fox, con la cama plantada en mitad del salón, un pasillo intransitable, juguetes de su hijo por doquier y unas declaraciones impactantes: conviven con una plaga de ratones, y le parece bien. Imágenes que, tal como la actriz pretendía, hemos recibido en nuestras casas entonando con alivio “no lo hago tan mal”. Es el zeitgeist. En un 2023 que todavía estrenamos pero que ya nos tiene hasta arriba por una serie de circunstancias que seguramente no hace falta enumerar, lo que menos necesitamos es alguien indicándonos la pinta que deben tener nuestros cajones. Cómo no iba a encajarse con aire victorioso que Marie Kondo, quien ha personificado el ideal de orden y perfección erigiendo con ello un imperio, ahora diga que es verdad, que no se puede, que a ella tampoco le da la vida.
El tirón mediático de esas palabras, que daba en un encuentro web con periodistas, se ha aprovechado para recordar ciertas cuestiones importantes: la dificultad de la conciliación de la vida laboral-personal y la necesidad de seguir rebelándonos contra las presiones del modelo de maternidad hegemónico o contra el estereotipo de la súpermujer que llega a todo (productiva, limpia, ordenada, con las ideas y los jerséis siempre en su sitio). La cuestión es que tras estos días de lógica euforia, chascarrillos y telediarios que preguntan a mujeres por la calle qué les parece la “rendición” de la gurú como si esto fuera una noticia y no publicidad, no está de más una reflexión sobre lo que implica realmente el método Marie Kondo.
Como alguien que pasó buena parte de las tardes de su infancia con una tía abuela que almacenaba los sobrecillos de azúcar del café en bolsas y las bandejas de poliespan del súper en los muebles de la cocina -perfectamente ordenadas, eso sí-, el mantra Konmari “despréndete de aquello que no te da alegría” nunca tuvo muchas papeletas para calarme. Quizás por eso, hace ahora tres años, le estuve examinando las costuras a su negocio con este artículo. Las conclusiones de entonces siguen vigentes: desde que en 2014 publicara su primer libro, La magia del orden. Herramientas para ordenar tu casa… ¡y tu vida! (Ed. Aguilar), Kondo ha mantenido que si seguimos unas pautas exhaustivas de organización en casa, alcanzaremos la plenitud y alegría. Consumismo espiritual, denominó con precisión la crítica cultural de The New York Times Amanda Hess a esta corriente comercial que pretende trazar una línea directa entre la compra de una caja organizadora o de un perfumador de almohada con el bienestar emocional. Como si este no dependiese en buena medida de otras cuestiones que no nos pillan tan a mano, como una vivienda digna o unas buenas condiciones laborales. La trampa consumista que nos había tendido Marie se hizo entonces evidente: tras incitarnos a vaciar nuestras casas, quería que las llenásemos de nuevo con los objetos de estética minimalista y precios elevados a la venta en su web.
Siguiendo la lógica capitalista, porque sospecho que Marie Kondo no tiene ninguna intención de dejar de ser rica -su fortuna está valorada en 8 millones de dólares-, se hace evidente que el cambio de discurso de la gurú trae consigo la intención de vendernos algo. En principio, su último libro. Pero hay más. Durante la promoción de El método kurashi: cómo organizar tu espacio para crear tu estilo de vida ideal (Ed. Aguilar), esa última publicación que incluye imágenes de interiores “serenos”, recetas de su madre y plantillas planificadoras que supuestamente inspirarán a quien las siga a ejecutar el cambio, Kondo ha hecho el soft launching del que apunta a convertirse en el nuevo término a explotar: tiempo. Kurashi, como explica en el prefacio del libro, puede traducirse del japonés como “forma ideal de pasar nuestro tiempo”. «Mi casa está desordenada, pero la forma en que estoy pasando mi tiempo es la correcta para mí en este momento, en esta etapa de mi vida” o «he renunciado un poco a ello [el orden] en un buen sentido. Ahora me doy cuenta de que lo importante para mí es disfrutar del tiempo que paso con mis hijos en casa”, son algunas de las declaraciones que soltó en el citado encuentro y que recogía The Washington Post, donde se referencia a ese tiempo de calidad en familia hasta cinco veces (el tinte nostálgico del discurso y las imágenes que ahora emplea darían para un spin off de este texto).
No parece casual que la lectura de esas declaraciones que me hicieron pensar que ahora Marie Kondo quiere vendernos fórmulas para conseguir más y mejor tiempo me pillara tratando de optimizar el mío: en la cocina, con el móvil en una mano y una cuchara en la otra mientras hervía una sopa. Recién salidos del año de la gran renuncia laboral, fantaseando aún con vivir en modo goblin o inmersos en un impasse de descanso y relajación, como la protagonista del libro de Ottessa Moshfegh, recuperar el tiempo libre y a su vez exprimir este al máximo son parte de un sentir común, a veces contradictorio, con el que las generaciones zeta y millennial nos identificamos. Yo también compartí en Stories esa viñeta de Liana Finck con una lápida que reza “por fin un tiempo para mí”.
“Piense en una rutina de felicidad factible y cúmplala durante 10 días”, indica Kondo en el nuevo libro con el mismo mantra de la última década aplicado ahora a la organización del tiempo. Es el tipo de fórmula sobre las que se sostiene la industria de la felicidad. Como explicó a S Moda Edgar Cabanas, psicólogo y coautor junto a la socióloga Eva Illouz de Happycracia: Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas (Ed. Paidós): “En esta aparente sencillez reside parte de su éxito. Te ofrezco una serie de recetas fáciles de seguir y entender y no te va a hacer falta cambiar nada más en tu vida que tú mismo, una cuestión de actitud que aquí viene acompañada de una pequeña tarea”. Estos métodos, que parten de un ideario neoliberal, ponen la responsabilidad final sobre el individuo obviando el peso de las circunstancias socioeconómicas y conduciendo a futuras frustraciones si, tras replicar los pasos, no se obtiene lo deseado.
Vuelvo al Instagram de Marie Kondo, a su web, curioseo el libro. Nada, ni rastro de las imágenes de esa casa desordenada de la que llevamos hablando una semana. En el último post de su página leo “abraza la imperfección”, pero las fotos reflejan los mismo de siempre: con sus hijos, en una casa impoluta que es en realidad un decorado en el que la única concesión al desorden es una cesta de mimbre volcada estratégicamente. Lo que sí encuentro son los pijamas de algodón orgánico que ella misma se pone para “dormir mejor” (antes 190 dólares, ahora rebajados a 139), una cajón para almacenar los juguetes de los niños (59 dólares) o un organizador de canvas para la pared a 117. Marie habrá cambiado de discurso, pero el negocio sigue siendo el mismo.
La trampa Marie Kondo: del minimalismo al negocio del consumo espiritual