Aclamada por la multitud musulmana que llena los estadios de Doha y exaltada por su victoria ante España, la selección de Marruecos rompió la barrera que separaba a los equipos de África de las semifinales de la Copa del Mundo. Lo hizo ante Portugal, que contaba con una de las plantillas más poderosas del torneo, pero que vivió desgarrada por la decadencia arrebatadora de Cristiano. El goleador ingresó en el minuto 50 a tiempo de acelerar el hundimiento de su equipo, aturdido por el 1-0 de En-Nesyri al filo del descanso y acosado por un rival que primero se hizo fuerte en su área y después se fue soltando con el balón en los pies, de la mano de Amrabat, Hakimi, Amallah, Boufal, Ziyech y Ounahi, cada vez más atrevidos y seguros de sí mismos para romper la presión.
Proclamaban los oráculos de Doha que el pase largo es el futuro. Lo repetían, precisamente, desde que España perdió con Marruecos después de traspasar el umbral de los 1.000 pases. El seleccionador portugués, Fernando Santos, que debió consultar estas instancias, mandó a su equipo hacia ese futuro prometedor. Los desplazamientos se estiraron: 40, 50, 60, 70 metros… Por el camino, desconectó del juego a Bruno Fernandes, Bernardo Silva y João Félix, tres de los jugadores que mejor piensan en el mundo allí donde no hay tiempo para pensar. El pequeño Bernardo se perdió entre los fornidos zagueros marroquíes a la caza de pelotas orbitales; João Félix corrió tras balones divididos en condiciones favorables para la oposición; y Bruno esperó que le llegaran los envíos, más pendiente de desequilibrar por su cuenta que de generar ventajas para sus compañeros.
La tarde arrancó problemática para Amrabat y su compañía de pivotes, obligados a bascular adelante y atrás porque los tres virtuosos que los atacaban se les movían entre líneas con mucho ritmo y mucho afán de contactar con la pelota rápido en un zigzag de pases con sus centrocampistas. El equipo se desmadejaba y Bono recibía los primeros disparos cuando transcurrido el cuarto de hora, Portugal despreció el pase corto entre líneas y postergó las combinaciones rápidas con los interiores y los extremos en los ejes de las jugadas, justo aquello que más detestan los pivotes que las defienden, porque son las que más fatiga producen. Cuando Pepe y Días comenzaron a buscar a sus delanteros con diagonales, la defensa marroquí recuperó el orden, se asentó, y se oxigenó.
Progresivamente, el partido que Portugal creía controlar no fue de nadie. Lejos del patrón que habían seguido hasta ahora, los marroquíes comenzaron a desplegarse. Asumieron riesgos. Buena parte de la culpa fue de Azzedine Ounahi, el interior del Angers, último clasificado de la Liga francesa. Ignorante de la última revelación oracular, el flaco que llevaba el ocho comenzó a pedirla y a asociarse en corto con Amrabat y Amallah siguiendo una hoja de ruta que lo llevó a un mundo extraño, especialmente para sus rivales. El bloque portugués de Neves, Pepe y Otavio se desplazó de izquierda y derecha en su busca y captura. Estaban por echarle el guante cuando Ounahi habilitó a Attiat-Allah. El centro del lateral pilló a los defensas desencajados. Fue conquistado por En-Nesyri, que saltó más que Días y Costa para cabecear a gol. El 1-0, al límite del descanso, puso la olla de Al-Thumama en ebullición.
Angustiado en la banda, Fernando Santos tomó una decisión existencial. En el minuto 50, presa de urgencia, quitó a Neves, un interior, a Guerreiro, el sutil lateral zurdo, y a Ramos, el héroe de Lusail, para cargar de atletas su equipo. Entraron Cristiano para cabecear centros, Leo para colgar balones, y Cancelo para correr más rápido que Guerreiro al corte de las temidas contras magrebíes. El entrenador demostró que a la hora de la verdad, en el aprieto de la crisis, no creía en aquello por lo que abogan Bernardo Silva y Bruno Fernandes. De repente, el equipo dejó de ser el proyecto de los mediapuntas. Volvió a ser de Cristiano, y con él, de las carreras, los choques, los centros, y el fragor.
De vuelta al fortín
Bombardeados a centros y tiros desde fuera del área a cargo de Bruno, João Félix y Cristiano, los marroquíes reconstruyeron el fortín que les valió la gloria ante España. Ahí encerrados, todos juntos en 30 metros, al calor de una multitud que los alentaba en cada corte y no dejaba de aturdir al enemigo con una pitada estremecedora, Saïss, El Yamik y Amrabat se fortalecieron. El escenario táctico y psicológico se les volvió más favorable a cada minuto que pasaba. Cualquier balón dividido, cualquier pase grosero, cualquier centro portugués, era motivo de engrandecimiento para los resistentes, al tiempo que condenaba a los atacantes a una lucha sin esperanzas. La desazón fue palpable en los movimientos sin balón: ahí donde debieron hacer desmarques de apoyo, los jugadores de Portugal esperaron los balones al pie, amontonados, inermes en el área de Bono, expuestos a que un rebote precipitara los contragolpes. El más claro lo finalizó Aboukhlal, que tuvo el 2-0 en un mano a mano que detuvo Diogo Costa.
Las paradas de Bono a Cristiano y João Félix en la agonía de los últimos minutos recordó que el fútbol no solo está hecho de ideas abstractas. Se construye de sentimientos. Si Fernando Santos reafirmó su autoridad marginando a Cristiano, devolviéndole el protagonismo apresuradamente lanzó un mensaje de desconfianza en los demás futbolistas. A las primeras de cambio, la rehabilitación del capitán que le había insultado en público precipitó dinámicas autodestructivas porque renunció la desconfianza del técnico en los jugadores que le habían ganado 6-1 a Suiza en los octavos. Perdida la honra, también se perdió el barco. La gloria fue de Marruecos, que además de defenderse con garra administró bien la pelota y acabó produciendo más y mejores ocasiones de gol en el curso de su sensacional aventura. Con uno menos por expulsión de Cheddira, el equipo liderado por Amrabat desencadenó el frenesí entre el público de Doha camino de la gloria en un Mundial que se interna en un territorio desconocido.
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