Trabajo como médico de urgencias en un hospital rural del pueblo de Ad Dahi, en el noroeste de Yemen. La localidad es pequeña, pero posee el único hospital que ofrece atención sanitaria gratuita en muchos kilómetros a la redonda, así que solemos estar bastante ocupados.
En Urgencias, solemos ver entre 70 y 100 pacientes cada 24 horas y nuestras 46 camas de hospitalización y cuidados intensivos pediátricos están casi siempre ocupadas. Alrededor del 50% de los enfermos son niños y llegan con una gran variedad de dolencias, como infecciones bacterianas, traumatismos, convulsiones, anemia, dengue y malaria. Sin embargo, uno de los problemas más difíciles y complicados que vemos aquí es el de la desnutrición aguda grave.
Muchos bebés de entre 8 y 12 meses parecen neonatos prematuros, con un peso inferior a unos pocos kilos
Las madres que atendemos en urgencias suelen estar demacradas y lo mismo pasa con sus bebés. A menudo, ellas no tienen leche materna para alimentarlos porque están desnutridas, así que les dan agua azucarada o leche de cabra. Pero estos alimentos no cuentan con los nutrientes adecuados para el crecimiento de las criaturas y pueden incluso ser fuente de enfermedades, por ejemplo, si el agua está contaminada. Estos bebés tienen entre 8 y 12 meses, pero parecen neonatos prematuros, con un peso inferior a unos pocos kilos. Tienen la piel estirada sobre la carita y se les marca cada costilla con cada respiración.
El tratamiento
Un día de mi primera semana en Ad Dahi, atendí a varios de estos bebés en urgencias. Sus vientres estaban cubiertos de pequeñas costras con dibujos. Mis colegas yemeníes me explicaron que cuando un niño tiene una complicación de salud persistente, los curanderos tradicionales le hacen pequeñas quemaduras en la piel. Aquí es señal de que el problema es crónico: si han llegado tan lejos significa que han probado todo lo demás.
Las familias intentan todo lo que está en su mano para ayudar a sus hijos, pero la triste verdad es que, si pudieran permitirse sistemáticamente una alimentación adecuada y nutritiva, se solucionaría casi todo.
En el hospital, están dispuestas a seguir nuestras recomendaciones, pero no podemos hacer mucho. Ingresamos a los bebés en planta, les administramos líquidos, antibióticos y leches terapéuticas especialmente formuladas. Sin embargo, muchos de estos bebés están tan enfermos que necesitan una atención especializada que nuestro hospital no está equipado para proporcionar y que no pueden permitirse en un centro médico privado de otro lugar.
Hay hospitales públicos y privados con personal bien formado, pero ahora están saturados y prácticamente no tienen financiación.
En el caso de los que sobreviven a las complicaciones y empiezan a recuperar peso gracias a los alimentos terapéuticos, las familias a menudo necesitan llevárselos a casa lo antes posible para poder atender al resto de sus hijos. Una vez en el hogar, muchos no pueden permitirse el transporte a los centros de alimentación comunitarios, por lo que sus hijos vuelven a estar progresivamente desnutridos, y el ciclo continúa.
El conflicto
Desde que estoy aquí, he aprendido que casi todas las causas más comunes de enfermedad y muerte infantil están relacionadas con la guerra. La economía se ha visto paralizada por el conflicto, lo que significa que no solo los alimentos y el combustible son inasequibles para muchos, sino también un aumento de las enfermedades causadas por el mal estado de las infraestructuras, que conducen a la contaminación del agua y los alimentos.
Aquí hay hospitales públicos y privados con personal bien formado, pero ahora están saturados y prácticamente no tienen financiación.
En nuestras urgencias vemos cómo reaparecen enfermedades que normalmente se prevendrían con programas de vacunación. Llegan mujeres y bebés con complicaciones en el parto que podrían haberse evitado con controles prenatales o atención a la maternidad. Muy a menudo los pacientes mueren de dolencias a las que de otro modo habrían sobrevivido de haber estado en un contexto diferente.
El problema más frecuente que vemos en adultos son traumatismos por accidentes de tráfico que provocan fracturas, luxaciones, hemorragias y lesiones cerebrales. Antes del conflicto, las carreteras estaban relativamente cuidadas y la gente respetaba las normas de tráfico impuestas por la policía, me cuentan los lugareños.
Alimentos disponibles
Mientras recorría con un colega el camino de tierra a casa, un día de mi primera semana, fuimos recibidos con sonrisas, saludos de ¡salam! (hola, en árabe) de personas de todas las edades. La gente de Yemen con la que me he cruzado ha sido increíblemente amable y acogedora.
Me hizo pensar en el equipo sanitario: médicos, enfermeros, auxiliares de enfermería. Uno de los grupos más cohesionados con los que he trabajado nunca, que se mantiene positivo incluso en situaciones increíblemente estresantes, y siempre antepone los pacientes a todo lo demás.
Mientras caminábamos, unos cuantos carros tirados por burros pasaron junto a nosotros cargados de fruta fresca. Había plátanos, naranjas, papayas y manzanas. Muchas de ellas solo costaban entre uno y dos dólares el kilo. Con tanta comida y tan barata, le pregunté a mi colega enfermera por qué había tanta malnutrición. No es como en otros contextos, donde no hay comida en absoluto. Me contestó a su manera habitual, breve, tranquila, encogiéndose de hombros: “No hay dinero”.
Esa es la realidad aquí. Hay alimentos disponibles, pero muchos no pueden permitírselos. Puede que la crisis aquí no sea una hambruna, pero es un desastre humanitario que se desarrolla a la sombra de esta guerra.
La gente es generosa, amable y trabajadora. Para mí está claro que si se eliminaran las limitaciones de este conflicto, este lugar florecería. La alegría y positividad que veo en la calle contrasta con las situaciones tan difíciles que vivimos en el hospital.
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