Dibu jalea a la grada, Dibu canchea con todos, Dibu le detiene el penalti a Coman, Dibu juguetea con Tchouameni (que la manda fuera), Dibu harta al árbitro y acaba tarjeteado en la tanda, Dibu baila, Dibu se arrodilla ante el lanzamiento definitivo de Montiel… Si alguien no reparó en él durante los cuartos contra Países Bajos (paró dos lanzamientos desde los 11 metros), ahí lo tiene: se llama Emiliano Martínez y todos le conocen por Dibu.
El chaval de 12 años que se marchó de su casa de Mar de Plata a una pensión de Independiente donde sobraba de todo menos comodidad. El adolescente de 17 que se fue al Arsenal porque su familia lo necesitaba económicamente. “No puedes dejar pasar este tren”, le empujaron sus allegados. A él no le apetecía mucho, pero lo aceptó. El portero de 30 que habla abiertamente de sus visitas al psicólogo.
En toda esta historia se tuvo que apoyar Messi para ascender después de todos sus duelos y quebrantos al paraíso al cabo de una final para no dejar de rebobinarla. En el último mes, el genio batió varios récords —partidos mundialistas, 26, y máximo goleador en la historia de su país en las Copas del Mundo, 13—, pero nada de eso le alcanzó sin Dibu. Le sacó dos lanzamientos a Países Bajos en la tanda de cuartos, frenó en el minuto 121 a Kolo Muani con el personal al borde de un ataque de nervios, y se hizo el dueño de la tanda decisiva. Se la atajó a Coman y desquició a Tchouameni. Su gran obra después del entremés de las semifinales de la Copa América 2021 ante Colombia, con tres penaltis detenidos a unos cafeteros a los que volvió locos. Argentina, tierra de arqueros, de Pato Fillol, de Hugo Gati, había elevado desde los 11 metros a Sergio Goycoechea en el 90, Carlos Roa en el 98 y Sergio Romero en 2014. Ninguno como Dibu en Qatar.
Y nadie más feliz que Messi. “Se hizo desear, pero acá llegó. Sufrimos un montón y lo conseguimos. No vemos la hora de estar en Argentina para ver qué va a ser eso. Es una locura que se haya dado de esta manera. Lo deseaba muchísimo. Sabía que Dios me lo iba a regalar, presentía que iba a ser esta. Ahora a disfrutar”, comentó en caliente, con el trofeo recién alzado. Toda una vida de frustraciones e incomprensiones mutuas con su país, con dos despedidas de la selección, para acabar en la gloria en los últimos zarpazos de su carrera. Hasta la Copa América del año pasado, que acabó con 28 años de sequía, serenó a todos y validó a Scaloni, la estrella acumulaba cuatro finales perdidas. Tres Copas América (2007, 3-0 ante Brasil; 2015 y 2016 en los penaltis) y un Mundial (2014; 1-0 contra Alemania).
“No tiene ninguna cuenta pendiente. Si es que la tenía, que nunca la tuvo”, comentó Lionel Scaloni, que tras nombrarlo el mejor de la historia poco después de pasar a la final, le dedicó otra ración de parabienes. “Lo que transmite a sus compañeros no lo he visto nunca con nadie”, subrayó el técnico de Pujato, que reveló una conversación con el 10 hace unos meses. “Antes de que se fuera a París, lo llamé porque necesitaba charlar con él. Sabía que venía un tiempo difícil. Le transmití que la desilusión podía ser fuerte porque habíamos generado mucho entusiasmo. Y me respondió que no importaba, que seguirían. Eso me dio un subidón, significaba que algo estábamos haciendo bien”, relató el seleccionador.
Silencio antes y después
Messi había atravesado solo los vestuarios del lujoso Lusail, masticando cada paso, ensimismado. Salió a calentar primero y también en silencio. En los estiramientos previos hizo todo lo posible por no saber nada de nadie, salvo de escanear la grada para encontrar a su gente. No cabía en su cuerpo. Acabó los 90 minutos solo, apoyando las manos en las rodillas. Los menos todavía se atrevieron a darle un par de toques en el lomo. Apenas concedió unas palabras con De Paul, su fiel acompañante, y una palmada de cortesía con Mbappé, que lo tenía a un metro. Terminó el tiempo extra, y también solo, a 40 metros de la oportunidad final de su compañero en el PSG. Hasta que casi a las nueve de la noche catarí, se dirigió a una banda, también solo, pero esta vez para celebrarlo con los suyos. Y con eso se quedó. No quiso esta vez salir a hablar con los medios, pese a la obligación que tenía al haber sido designado mejor jugador del encuentro.
“No estaba en mis planes ser campeones”, confesó Scaloni, el entrenador más joven del Mundial (44 años). Nació el año que Argentina se colgó su primera estrella (1978) con Cesar Luis Menotti, ejerciendo de anfitriona. Luego vendría el título de México 86 con Carlos Bilardo. “Pero lo más importante es la forma en que lo fuimos”, advirtió Scaloni. “Me queda el mal sabor de boca de hacer un gran partido y no cerrarlo en los 90 minutos. Teníamos que haberlo ganado entonces y también en la prórroga”, recalcó.
No lo consiguió y la noche se encaminó a los penaltis. Territorio Dibu. “Ahí, tranquilo. Es un momento que tengo claro. Otra vez que tiran tres veces y tres goles que podía haber atajado. El primero me tiré mal [frente a Mbappé], después lo hice todo bien”, analizó el del Aston Villa, el meta argentino por el que más dinero se ha pagado (17,4 millones en 2020) y que lamentó que su equipo no cerrara antes el choque. “Lo teníamos controlado, y dos tiros de mierda de vuelta y nos empatan. Dijimos que sufrir era el destino. Nos ponemos 3-2, nos cobran otro penal, lo meten y casi nos marcan dos goles. Gracias a Dios saqué ese pie [a Molo Muani]. No puede haber un Mundial que haya soñado tanto como este”, se felicitó. ”Emiliano irradia optimismo”, valoró Scaloni. “Nos sobraban lanzadores y si luego el arquero te dice que va a atajar dos, es buenísimo”, zanjó el entrenador.
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