Sali tenía apenas nueve años cuando la conocí durante uno de mis viajes de sensibilización en el norte de Senegal. Pero su joven cuerpo de mujer ya había sido marcado de por vida por la ablación. La tristeza y la rabia que vislumbré en su mirada me recordaron por qué hace 25 años me comprometí a luchar contra las mutilaciones femeninas en mi país. Al provenir de una familia que practica la ablación, mi lucha por preservar el cuerpo y la dignidad de las mujeres siempre me pareció lógica, pese al rechazo y las diatribas que provoca. “¡Un combate de otra época!”, me gritan de vez en cuando, ya que el desarrollo rápido de nuestro continente en los últimos años podría hacer pensar que estas prácticas ya no existen.
Cerca de 50 millones de niñas corren el riesgo de ser víctima de mutilaciones genitales en África de aquí a 2030, según Unicef
Nada más lejos de la realidad. Cerca de 50 millones de niñas corren el riesgo de ser víctima de mutilaciones genitales en África de aquí a 2030, según Unicef. En mi país, Senegal, cerca de dos millones de niñas y mujeres jóvenes sufrieron estas prácticas en 2019. La prevalencia de estas en las jóvenes menores de 15 años es del 16%.
Obstáculo para la respuesta al VIH
Si estas vulneraciones siguen persistiendo, se debe sobre todo a las desigualdades entre hombres y mujeres en nuestras comunidades, así como a las supersticiones y los valores patriarcales que perpetúan las fantasías en torno al cuerpo de la mujer. Además de ser una violación extrema de su dignidad y libertad, las mutilaciones genitales afectan nuestra salud mental y sexual.
Estos abusos aumentan, principalmente, la vulnerabilidad de las mujeres frente a las infecciones de transmisión sexual, tales como el VIH, que afecta entre dos y seis veces más a ellas que a ellos en África Subsahariana. La utilización del mismo instrumento quirúrgico sin esterilización, así como el mayor riesgo de sangrado al mantener relaciones sexuales, duplican los riesgos de que las víctimas se infecten por el VIH. Incluso la práctica medicalizada de las mutilaciones genitales conlleva un riesgo.
En numerosos casos, el trauma y otras consecuencias psicológicas derivadas de esta práctica violenta anulan la confianza de las jóvenes y su capacidad para exigir a su pareja que utilice preservativo. El recuerdo de los intensos dolores y la vergüenza de su cuerpo marcado para siempre les impiden acudir a los servicios de pruebas o de atención sanitaria para las afecciones o infecciones genitales más leves.
Autonomía corporal
Para una respuesta eficaz al VIH, es urgente devolver a las mujeres y las jóvenes el control de su cuerpo, su vida y su futuro. ¿Cómo es posible que a día de hoy el 93% de las mujeres en Senegal sigan sin tener la libertad de tomar sus propias decisiones en materia de salud, de anticoncepción o simplemente de elegir cuándo y cómo mantener relaciones sexuales con su pareja? Mientras persistan estas desigualdades, se sigan practicando las mutilaciones genitales y las mujeres no tengan voz respecto de su cuerpo y su sexualidad, la eliminación del VIH seguirá siendo una utopía.
¿Cómo es posible que a día de hoy el 93% de las mujeres en Senegal sigan sin tener la libertad de tomar sus propias decisiones en materia de salud, de anticoncepción o simplemente de elegir cuándo y cómo mantener relaciones sexuales con su pareja?
Organizaciones como el Fondo Mundial de lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria prestan ayuda a mujeres y niñas para que defiendan sus derechos en materia de salud sexual y reproductiva. Lo hace a través de programas de empoderamiento y acceso a la educación, así como de iniciativas para eliminar los obstáculos relacionados con el género que frenan el acceso a los servicios de salud.
En Senegal, cientos de mujeres jóvenes de entre 13 y 18 años se han podido beneficiar así de ayuda en materia de salud sexual gracias a la iniciativa Voix Essentielles, lanzada en julio de 2021 por Speak Up Africa con el respaldo del Fondo Mundial. Estas adolescentes expuestas a relaciones sexuales a una edad temprana, a menudo con adultos, se sienten ahora más fuertes, más capaces de evitar las prácticas sexuales de riesgo y de tomar las riendas de su salud. Estos programas dirigidos a las mujeres y las niñas deben estar respaldados y reforzados por los gobiernos, las agencias internacionales, las empresas y la sociedad civil, así como ampliarse de forma adecuada. Solamente así podremos luchar de manera eficaz contra la violencia de género y tener la esperanza, por fin, de acabar con el sida.
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