A finales de abril, el suelo del poniente de Ciudad de México se sacudió dos veces en menos de 24 horas. A diferencia de la mayoría de sismos que se perciben en la capital, los temblores del 20 y 21 de abril no vinieron de Michoacán, Guerrero o Oaxaca, los tres estados que concentran más del 80% de los terremotos que suceden el país. Tampoco se activó la alerta sísmica, el sistema de 97 sensores distribuidos a lo largo de la costa del Pacífico que dispara una señal al detectar sismos con intensidad suficiente como para poner en riesgo al Valle de México. El movimiento, más parecido a una sacudida rápida que al vaivén que suele extenderse por minutos durante un sismo típico, provocó que la gente saliera a la calle en las colonias más cercanas al epicentro, pero pasó desapercibido para el resto de la capital. Se trata de microsismos, un tipo de temblores que nacen y se diseminan a través del suelo de Ciudad de México.
¿Qué es un microsismo y cómo se produce?
“Las fallas que provocan los sismos no solo existen donde se junta una placa tectónica con otra, también hacia el interior de las placas. Estas fallas se pueden activar cuando se produce una acumulación de energía”, explica a EL PAÍS Raúl Valenzuela Wong, doctor en Sismología e investigador del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Las fallas debajo de Ciudad de México, producto de la interacción entre el suelo lacustre y volcánico, son las responsables de los microsismos, comúnmente percibidos como una sacudida repentina acompañada de un sonido similar al de una explosión, cuya intensidad aumenta conforme la cercanía al epicentro.
La evidencia disponible hasta el momento, producto de un siglo de medición instrumental de los sismos en territorio nacional, caracteriza a los microsismos como temblores de baja magnitud y percepción breve, pero intensa en los puntos más próximos al epicentro. “El Servicio Sismológico Nacional (SSN) existe desde 1910 y se tiene conocimiento de la ocurrencia de ese tipo de sismos con epicentro en la Ciudad de México desde 1928. Los registros indican que en los últimos 50 años, los microsismos más grandes han sido de alrededor de magnitud 4″, explica Valenzuela.
En octubre de 2017, el Centro de Geociencias de la UNAM publicó un mapa con las fallas geológicas que corren debajo de Ciudad de México. Si bien las fracturas alcanzan 15 de las 16 alcaldías de la capital, las áreas de mayor afectación se concentran en Benito Juárez y Cuauhtémoc, ubicadas en “una especie de fosa delimitada por dos fallas, que atraviesan la ciudad de norte a sur”, de acuerdo con el documento. Las fallas también aparecen en menor medida en Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco, alcaldías rodeadas de sierras. “La Ciudad de México está construida en una región de montañas, de volcanes, lugares de topografía elevada que contribuyen a que existan estas fallas puedan llegar a estar activas”, asegura el experto.
¿Cuál es el riesgo de un microsismo?
Como ninguna otra urbe en el mundo, la Ciudad de México reúne las condiciones idóneas para amplificar las sacudidas producto de las ondas sísmicas durante un terremoto. Se trata de una megalópolis fundada sobre una cuenca que además coincide con el Eje Neovolcánico, la cordillera que atraviesa el país del Pacífico al Golfo y concentra las montañas más altas de territorio nacional. Para Valenzuela Wong, el sedimento sobre el que se levanta la capital entraña el mayor riesgo sísmico: “Con el paso del tiempo secamos ese lago, construimos esta ciudad, pero en lo que era la antigua zona lacustre quedaron suelos blandos, que tienen la particularidad de aumentar la amplitud de las ondas sísmicas”. El análisis de las zonas con mayores daños tras los sismos del 19 de septiembre de 1985 y 2017, los más destructivos que han azotado la Ciudad, coincide con los márgenes de la zona lacustre: “Históricamente, los daños causados por terremotos se concentran siempre en las mismas zonas de la Ciudad, asociadas precisamente con lo que era el antiguo lago”, afirma.
A pesar del riesgo, el conocimiento científico actual de los microsismos demuestra que la energía liberada por estos fenómenos es mínima, comparada con los temblores de mayor magnitud producidos en la costa del Pacífico: “Son sismos pequeños, aunque algunos podrían llegar a causar daños menores en construcciones muy cercanas al epicentro”, explica Valenzuela. El sismólogo es enfático al recordar que tanto los microsismos, como los producidos en la zona de subducción mexicana y los sismos intraplaca (como los terremotos del 7 y 19 de septiembre de 2017), son escenarios contemplados en el Reglamento de construcción vigente de la capital. “Es un recordatorio sobre la importancia que tiene cumplir con los reglamentos de construcción, que están diseñados con la intención de que estemos bien preparados al momento que se llegue a producir el próximo sismo”.
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