Cuando la pipa con 10.000 litros de agua de Paco Esparza entra al sector tres de la colonia Villas de Álcali, al oeste de Monterrey, el sol está alto y hay poca gente en la calle. La entrada, sin embargo, no pasa inadvertida. “La pipa, la pipa”, gritan unos niños. Esparza estaciona frente a un terreno baldío y hace sonar la bocina. Al chillido estridente le siguen portazos y pisadas. En cinco minutos, unos cuarenta vecinos están formados frente a la manguera. El que menos carga dos cubetas. La calle Basalto, una hilera de casas humildes, iguales y descascarilladas, lleva un mes sin que salga una gota de la llave; la de Marcasita, 19 días.
El conductor, que antes manejaba para Coca-Cola, se pone un sombrero azul para protegerse del sol y baja de un salto con ganas de ponerse a trabajar. Es el primer viaje de un día que se espera largo. A veces le ha tocado manejar hasta las 23.00. “Es mucha la demanda”, dice, sin quejarse. “Nunca había pasado algo así”. En un par de ocasiones, los vecinos han rodeado la pipa descargada y no le han dejado irse hasta que llegara la siguiente. Un rehén para poder llenar el tambo, el cubo, la garrafa, el cazo. Lo que sea con tal de no pasar otro día sin líquido en la peor sequía en al menos 34 años, desde que el huracán Gilberto arrasó Monterrey en 1988, pero llenó sus presas.
Monterrey, la segunda mayor área metropolitana de México, con 5,3 millones de habitantes, atraviesa una situación crítica. Al vaso de agua que bebe todos los días, le falta alrededor de una quinta parte. La ciudad solo dispone de 13.500 litros por segundo, de los 16.500 que necesita. Como medida extrema, desde el fin de semana pasado, el agua solo ha llegado a las llaves de 4.00 a 10.00 de la mañana, con la excepción de los hospitales y algunas escuelas. A menos que llegue una lluvia providencial, está previsto que las restricciones se mantengan entre dos y tres meses. Eso incluye todo el verano, cuando el termómetro supera los 40 grados.
En las colonias más alejadas del sistema de presas y pozos, como esta a la que acaba de llegar Paco Esparza, las llaves no sueltan gota a ninguna hora del día y dependen de las pipas. En la fila, los vecinos alinean los cubos de dos en dos y airean su desesperación. “La colonia huele a drenaje”, dice María Elena Gálvez, una mujer de 32 años con un niño en brazos. Los sectores uno y dos tienen agua y el tres no. ¿Por qué? Los botes han subido de 20 a 30 pesos. ¡Es un abuso! A los niños se les pide llevar dos litros a la escuela para poder ir al baño. ¿Pero cómo, si no hay? Y, para rematar, la vecina de más allá está vendiendo el agua que consigue con una manguera de 100 metros. “La vende a 20 pesos la cubeta”, cuchichea Mary Hernández, no sea que la vayan a escuchar.
A Irasema Martínez, copropietaria de la manguera, le da igual lo que digan a sus espaldas. Tal como están las cosas, esto es sálvese quien pueda. “El otro día llegó una señora con 10 botes y yo le dije que apenas llenábamos cuatro para nosotros. Se me enojó, pero es que abusan”, señala esta mujer de 42 años. La manguera la han comprado ella y otras 10 familias. Ayer puso de su bolsillo otros 200 pesos para comprar 40 metros más y así conectarla a la llave de una vecina que se mudó hace unos meses y arrancó el medidor. Martínez o su esposo se levantan a las 4.00 para ir a conectar la manguera durante las pocas horas que hay suministro. De esta forma, han logrado acumular una buena reserva: siete cubos en la cocina y otros 15 en la regadera, apilados cual pirámide prehispánica.
Sin manguera, a Elena Cabrera, costurera de 45 años, no le queda más remedio que la pipa. Arrastra el carrito rosa de su hija con un cubo encima y sostiene un garrafón con manchas de barro que se acaba de encontrar. “Está sucio pero igual sirve para el baño”, dice, mientras aguarda paciente su turno. Como su esposo trabaja, no puede cargar más. Lo que consiga va a tener que aguantar los tres días que tarda en llegar la próxima pipa. La prioridad, además de asearse, es lavar el uniforme de su hija. El agua sucia la reutilizará para trapear o para el baño. Lo tiene todo tan medido que cualquier gasto innecesario es motivo de bronca. El otro día, su hijo se acabó una cubeta para lavar sus tenis. “Hicimos un coraje bien grande”, recuerda.
Los vecinos están pensando en rentar una pipa privada para que les surta a diario, en lugar de cada tres días, pero los precios han subido de unos 2.500 pesos a 3.500. No se acaban de decidir. El agua los tiene desvelados, haciendo malabarismos con el trabajo. “Ya está uno bien estresado. Mi taller de costura lo tengo desatendido. Pierdo muchas horas”, cuenta. Por si fuera poco, el recibo se ha multiplicado por cuatro. Pagaba 70 pesos al mes y le acaba de llegar uno por 270. “¡No tenemos agua, pero el recibo me sigue llegando!”, exclama.
Sequía prolongada y mala planeación
¿Cómo se ha llegado a esto? La región de Monterrey arrastra una sequía desde 2015 y las dos presas que alimentan un cuarto del líquido consumido están prácticamente vacías. La de Cerro Prieto tiene 2,7%, un mínimo histórico, y la de La Boca, un 9%. En la sede de Servicios de Agua y Drenaje los ingenieros miran preocupados una enorme pantalla de un metro y medio de alto por unos cuatro de largo, que se actualiza al momento con nuevos datos. Allí se ve una maraña de presas, pozos, y grandes tanques de almacenamiento con tuberías que se ramifican por los municipios. Los tanques por debajo de los niveles críticos se pintan de rojo. En este momento de la tarde, más de la mitad de la veintena que tiene el sistema están de ese color.
En octubre pasado, cuando el gobernador Samuel García tomó posesión, Cerro Prieto estaba a 12% de su capacidad, casi 10 puntos más que ahora. El director general del Servicios de Agua y Drenaje de Monterrey, Juan Ignacio Barragán, defiende que desde entonces se ha reducido el ritmo de extracción, si bien el Gobierno estatal pidió hace tan solo unas semanas permiso a la Comisión Nacional del Agua (Conagua) para seguir extrayendo.
Para Barragán, sin embargo, el problema de planeación es anterior. “La situación crítica era evidente desde 2020. Ya estaban más abajo del nivel que permite la norma. Las autoridades federal y estatal debieron haber reducido la extracción. Las presas se van a acabar, salvo que vengan unas lluvias excepcionales”, dice. “La empresa debería tener una reserva del 20% y nosotros trabajamos con un déficit del 25%. No es fácil”. Además, de los 200 pozos disponibles, descubrieron que 50 no contaba con equipamiento.
La escasez alcanza a todos, pero las zonas ricas tienen más herramientas para hacerle frente. En el municipio de San Pedro Garza García, el más desarrollado de México, las plazas comerciales tienen sus propios tanques de almacenamiento que llenan con pipas y muchas casas cuentan con cisterna subterránea. Carlos Garza, de 39 años y empleado en una multinacional estadounidense, acaba de salir a pasear a su golden retriever por una colonia de mansiones con garajes para dos o tres carros. “Acabamos de descubrir que teníamos cisterna y nosotros felices. Nunca la he visto vacía estos días”, cuenta. Aun así, dice que están gastando menos agua “por solidaridad” con el resto.
Sin problemas de agua en décadas, Monterrey acaba de descubrir la cisterna y el tinaco. En la oficina de Brígida Rodríguez, distribuidora de tanques, el teléfono no para de sonar. “Darvisa, buenas tardes”, responde, sabiendo de antemano el motivo de la llamada. “¿Un tinaco? Son 1.800 pesos, pero no tenemos en existencia. Tardan unos 20 días”. Y así todo el rato. Las ventas se han disparado un 200% desde marzo, cuando empezaron las restricciones. Un día antes del anuncio del nuevo horario de suministro, los 30 tinacos en existencia se le acabaron en unas horas. Aparte de dos enormes cisternas azules listas para entregar, la bodega está vacía a la espera de que lleguen más de la fábrica. “Está saturada”, dice. “Monterrey no era tinaquera, no estaba preparada para la escasez”.
La búsqueda de nuevas fuentes de agua
Para solucionar el problema a corto plazo se necesitaría un huracán o una lluvia intensa durante cuatro días, según las autoridades. Como no cae, una avioneta bimotor del Gobierno estatal ha empezado a bombardear las nubes con yoduro de plata para estimular las precipitaciones. Un día después de echarle la culpa a la Conagua por el desabasto, Samuel García viajó el jueves a Ciudad de México para reunirse con el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, quien le refrendó “el total apoyo” del presidente Andrés Manuel López Obrador.
La industria también ha sido llamada a echar una mano. Monterrey, el polo industrial del norte de México, es la sede de importantes fábricas cerveceras y acereras con concesiones de agua. Tan solo Cervecería Cuauhtémoc, hoy propiedad de Heineken, y la acerera Ternium han conseguido desde 1994 permisos federales para extraer de los mantos acuíferos de Nuevo León 6,9 y 11,3 millones de metros cúbicos al año, respectivamente. Es la mitad de la capacidad de la presa de La Boca. Por ahora, las grandes empresas han cedido unos 0,6 metros cúbicos por segundo de sus pozos. “Nos ayuda, pero no nos resuelve”, dice Barragán. “Los empresarios podrían hacer un pequeño esfuerzo adicional pero tampoco queremos que cierren sus puertas”.
A mediano plazo, Nuevo León está buscando litros de donde sea. Espera tener listos un centenar de nuevos pozos a final del año que añadirían unos 8.000 litros por segundo. Un proyecto de acueducto para unir Monterrey con la presa de El Cuchillo sumaría otros 5.000 litros por segundo. Además, el Estado está construyendo, con ayuda del Gobierno federal, una nueva presa, la de La Libertad, que se espera terminar en 2023 y aportaría 1.500. “Sí tenemos agua. El problema se va a arreglar”, asegura Barragán. “El objetivo es prácticamente duplicar la capacidad de abastecimiento de la empresa de aquí a 2027 y no volver a tener esta situación nunca más”.
Sin embargo, construir presas y pozos no lo es todo, opina Antonio Hernández, biólogo por la Universidad Autónoma de Nuevo León. El ambientalista pone el dedo en la “restauración” de la cuenca de Santa Caterina, que abastece a las presas. “La tasa anual de deforestación aumentó a 3.000 hectáreas en los últimos tres años, lo que limita la capacidad de filtrar el agua para uso humano”, dice”. “Hay que reforestar y evitar erosión del suelo. Si nos enfocamos nada más en un aumento de la oferta puede llevar al agotamiento total de las fuentes superficiales y subterráneas, de la fábrica del agua”.
En lo inmediato, lo que ya se ha agotado es la pipa de Paco Esparza, que ha escupido sus últimas gotas. El conductor está al teléfono con semblante preocupado. “Están viendo a ver si llega otra”, informa a los vecinos que siguen en la fila. “¿Cómo que están viendo?”, responden. Alfredo Grimaldo, de 53 años, ha llegado resoplando, con la camisa medio desbotonada por el calor y varios cubos bajo el brazo. “Estábamos en el centro. No sabíamos a qué hora venía”, explica. “Esto es un descontrol. El Gobierno no se pone las pilas”. Lleva tres meses sin poder ducharse en la regadera y cuatro sin poner la lavadora. “A lo mejor emigramos a Saltillo”, dice. La conversación sobre el futuro queda interrumpida cuando un vecino grita: “¡Ya viene la pipa!”. Grimaldo agarra un par de cubos y sale corriendo Marcasita abajo.
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