Hasta hace apenas tres años, Agustín Hernández seguía saliendo de su casa todos los días a trabajar. Llegaba por la mañana a su estudio con forma de nave espacial diseñado por él mismo en 1975. Abría las compuertas doradas, como de Star Treck. Subía por unas escaleras en espiral de peldaños triangulares y sin barandilla hasta el primero piso y arrancaba la jornada. Podía pasar horas y hasta días enteros solo en su bunker. En la tercera planta, subiendo por otra escalera enroscada, tenía un dormitorio, un baño y una biblioteca. Allí arriba descansaba, leía y fumaba. Una cajetilla diaria. Tenía ya 95 años y solamente la pandemia logró convencerle de que quizá era más conveniente quedarse en casa con la familia.
A los 98 años, Hernández falleció la tarde de este jueves en su ciudad de siempre, la capital mexicana, tras complicarse una reciente infección de influenza. El último gran arquitecto moderno trabajó hasta, casi literalmente, el último aliento. Pese a no trasladarse ya a su estudio futurista, Hernández continuaba diseñando, dibujando y puliendo esculturas en su casa. En una entrevista con este diario hace apenas un mes, contaba que estaba apunto de entregar el proyecto para una nueva entrada al Heroico Colegio Militar, seguramente la obra más representativa de su carrera, un cruce entre las enseñanzas de la Bauhaus y la tradición prehispánica.
El recinto, del tamaño de 35 campos de fútbol, está inspirado de hecho en el trazo de la ciudad zapoteca de Monte Albán. Y el resultado, entre el brutalismo y lo cyberpunk, es lo más parecido al decorado de una película de ciencia ficción. De hecho, en sus instalaciones se rodó Desafío Total, con Arnold Schwarzenegger, ambientada en el 2080. Las referencias futuristas que con frecuencia rondaban sobre su obra siempre le gustaron. De hecho, él mismo solía decir que sus edificios parecían estar construidos por alienígenas. “Me da mucho gusto ver ahora mi arquitectura y que todavía sea actual”, comentaba en las entrevista.
Sentado en el salón de su casa, acompañado de una Coca-Cola y un cenicero, Hernández hablaba con envidiable entusiasmo de su último proyecto. “Va a ser monumental. Con el mismo espíritu prehispánico. Va a tener mucha fuerza y mucho simbolismo. Va a quedar estupendo”. Alumno de la primera generación de arquitectos mexicanos afiliados al movimiento moderno, con un gran predicamento en el país, era todavía un joven principiante cuando pesos pesados como Carlos Lazo, Mario Pani, Enrique del Moral levantaron la Ciudad Universitaria. El reciento educativo marcó el punto de inflexión al integrar por primera vez la modernidad internacional con la visión prehispánica.
Para el siguiente hito del movimiento mexicano, el año 1968 y la celebración de las olimpiadas, Hernández ya era un primer espada. Suyo es el diseño de la villa olímpica. Del mismo año es otra de su obras más emblemáticas, la Escuela de Ballet Folclórico de México, una institución fundada y dirigida por su hermana Amalia Hernández. Sobrino de militares que lucharon con Pancho Villa, amigo personal de varios presidentes del PRI, el legado de su vida y su obra es un pedazo del siglo XX mexicano.
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