Una selección con nueve titulares del cuarto clasificado de la liga de Arabia Saudí se llevó por delante este martes a la Argentina de Messi. El fútbol es pasmoso, un hechizo como pocos. El fracaso albiceleste fue rotundo. Un equipo sin volumen de entrada y rudimentario cuando tuvo que remar ante una Arabia Saudí con mayor forro físico y una sobredosis de entusiasmo cuando en una avalancha nada más comenzar el segundo acto dejó sonada a la albiceleste. Un azote de época para el bicampeón sudamericano, sin margen alguno ante sus angustiosos duelos con México y Polonia. Al término del choque, en el imponente estadio Lusail —construido para la ocasión, al tiempo que una ciudad del mismo nombre— Arabia y su ruidosa y numerosa hinchada se sentían campeones del mundo. Del universo.
Para colmo argentino, malditos guiños del destino, el Al Hilal, el conjunto de los nueve colosos que reclutó de inicio el francés Hervè Renard, está dirigido por Ramón El Pelado Díaz, leyenda de River y de Argentina. Equipo, por cierto, por el que en su día desfilaron mitos como los brasileños Zagallo y Rivelino.
En Losail, por supuesto, nada hacía presagiar el desenlace. Ya no solo por la cartelera, que anunciaba a un aspirante frente a un telonero. Máxime cuando antes de los diez minutos se activaron unos árbitros con ganas de marcha. El fútbol se dejó engatusar por la tecnología que le auguraba una justicia poética y ya no es fútbol. Es otra cosa.
Hoy los partidos son virtuales. El único encuentro real se dirime en una salita en la que un grupete de árbitros —se hacen llamar VAR, AVAR 1, AVAR 2 y AVAR 3—, ojea imágenes de forma fantástica. Tan fabulada que la misma imagen que vieron ayer no la ven hoy; o bien, lo que hoy merece ser visto no lo mereció ayer. Porque sí, o porque no. Es la nueva ley arbitral, o lo que sea. Por ejemplo, la del esloveno Slavko Vincic y el holandés Paulus Van Boekel. Sí, la misma pareja del Inter-Barcelona del pasado 4 de octubre. Entonces no quisieron repasar una mano de Dumfries, pero sí vieron en el microscopio una de Ansu.
En Losail, el holandés, de nuevo en el VAR, se chivó al esloveno. Porque sí, porque le dio por ahí. Cierto que un saudí estaba abrochando a Paredes dentro del área. Desde que el fútbol era fútbol en las áreas fueron pistas de coches de choque. Hoy, según el día, se pitan penaltis o se dejan pasar. ¿Y por qué pitar el agarrón de un saudí, o un inglés, lo mismo da, y no los simultáneos del equipo adversario? Porque sí, porque no. En Qatar fue porque sí y Messi sentó al portero. De paso, según el estadístico Míster Chip, se convirtió en el quinto jugador en marcar en cuatro Mundiales tras Pelé, Uwe Seeler, Klose y Cristiano.
De nada le sirvió al equipo de Lionel Scaloni que Messi tomara la delantera. El resto del encuentro fue calamitoso. De entrada porque la albiceleste quiso jugar al ritmo de Messi y al paso solo puede jugar Messi. Arabia parecía una selección simplota, empeñada en ir por el precipicio, con la defensa a 40 metros del portero. Todo un horizonte para los argentinos, confiados ante el aparente suicidio saudí. Sin nada de lo que fardar, con cierta sencillez, tres veces más embocó Argentina ante la agujereada zaga rival. Las tres en duelos esgrimistas con el meta Alowais, batido por Messi y dos veces por Lautaro. Messi, Lautaro y demás argentinos fueron vencidos por el VAR. Un codo por aquí, un pelo por allá… Tres goles fuera de lugar. Entre sofoco y sofoco con el maldito VAR, solo un remate del capitán argentino que de forma estupenda rechazó Alowis. De Emiliano Martínez, portero albiceleste, no se sabía nada. Con lo justo, la selección de Scaloni estaba en ventaja y sin avisos del contrario, ramplón hasta entonces. Nada que ver con el vuelco que estaba por llegar.
Renard, un trotamundos que ha dirigido a Zambia, Angola, Costa de Marfil y Marruecos, provocó un cambio de agujas. Arabia, siempre apiñada, dio un paso al frente. Comenzó a ganar cada asalto, sin miramientos, cuerpo a cuerpo con la Argentina de Messi. Casi nada. De repente, una quebradiza Argentina, un equipo chato, nada expansivo. Una selección sometida en apenas cinco minutos. Del gol de Alsheri tras un birle a Messi al golazo de Aldawsari con un remate combado. Obvio, los dos se alistan en el Al Hilal.
Mordida a mordida, con la mandíbula tiesa, el animoso grupo saudí resistió hasta el final e improvisó la gloria, que el fútbol también va de eso. La respuesta de los de Scaloni fue tibia, con más ahínco que sutileza. Emboscado Messi, Argentina solo acertaba a colgar la pelota en el perímetro de Alowais, magnífico en un disparo en sus narices de Tagliafico. El Papu y De Paul —errático toda la jornada— no daban consistencia al medio campo. Tampoco Paredes era el destino. Sacaloni dio carrete a Julián Álvarez, del Manchester City, a Lisandro Martínez, del United, a Enzo Fernández, del Benfica, a Marcos Acuña, del Sevilla… Y allí estaban Messi, Di María, Lautaro… La mañana catarí era del Al Hilal y de Arabia. Una sacudida histórica para Argentina.
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