Mundial Qatar 2022: Un barrio popular, un partido de México a pie de calle y la rutina de la derrota

Nadie confiaba demasiado en la victoria. Minuto uno: el balón empieza a rodar en Qatar, México se juega el tipo contra Arabia Saudí y en la colonia Doctores, un barrio popular en el centro de la Ciudad de México, José Luis Bobadilla (59 años) sintoniza el partido. Su pequeño puesto a pie de asfalto, en el que vende parafernalia electrónica, libros y tabaco, funciona como un centro social improvisado estos días, gracias a la televisión que ha colocado para ver el Mundial. Los clientes se asoman a la pantalla, la gente que pasa no puede evitar detenerse a echar una mirada. Hasta su madre, Juana, octogenaria, ha bajado de casa para verlo con él, sentadita en un taburete de plástico. “La esperanza es lo último que se pierde”, sonríe la mujer, con un mandil azul y el pelo muy blanco.

Por estas calles nadie sigue demasiado el partido. Parece que los mexicanos dan a su selección por eliminada. A Bobadilla el fútbol no le vuelve muy loco y mientras se suceden los primeros pases, él se dedica a arreglar un electrodoméstico. “Pongo la televisión para que la gente lo vea, pero a mí no me interesa. Antes pensaba igual que todos, que México esto, que México lo otro… pero, ¿qué ganas a final de cuentas? Es una bobería que te mete el Gobierno para enajenarnos”. Una vecina se acerca a pedirle ayuda con una duda sobre impuestos y él no duda en quitar el volumen y atenderla. Hay cosas más importantes que el deporte.

Cero a cero en el marcador. En la juguería callejera de Esteban Morán huele fresco, a fruta dulce. El partido se convierte en un ruido de fondo que se mezcla con el tráfico y el zumbido del exprimidor. Es el minuto 18 y el marcador no se ha movido. Morán sigue el encuentro con su familia y los clientes que se acercan. Han apuntalado una televisión en un equilibrio algo precario frente a su puesto, sobre la fachada de un edificio, cubierta por un cartón que hace las veces de tejado a dos aguas para proteger la imagen del sol: “De que gana, gana México. De que pase, quién sabe… No creo, está muy difícil. Pero todo puede pasar”. Un hombre pide un zumo y mientras lo preparan se queda apoyado sobre unas cajas de plástico con mangos y limones que usan de barra improvisada de bar. Mira la pantalla de soslayo, pero se marcha en cuanto recibe su bebida.

Minuto 26. La imagen cambia: una decena de personas devoran tacos de guisado en otro puesto callejero mientras siguen el partido con la mirada fija en una pequeña pantalla. Hay oficinistas y obreros, una madre con su hijo en brazos, gente de paso y los taqueros de la zona. México falla un tiro a puerta y la gente se ríe con la boca llena. De vez en cuando la conexión falla, la pantalla se pone azul y es el único momento en que se aprecia algo parecido a la tensión.

Minuto 47. Un oscuro y pequeño restaurante de comida corrida, con menos de una decena de mesas. Un gol de Henry Martin adelanta a México en el marcador. Alguna mirada a la pantalla, pero ni un grito de celebración. Un hombre mayor, con pelo blanco y cubrebocas, toca una guitarra desvencijada a cambio de unas monedas. Apenas se le oye y aun así es el que más ruido hace en el local. Sin embargo, el gol ha calado de a poquito. Por la calle empieza a extenderse un rumor: aún hay esperanza.

Minuto 52. Al fondo del puesto de tacos y gorditas hay una televisión con interferencias. La imagen va y viene cada cinco segundos. Los taqueros dan la espalda al partido. México marca el segundo gol y acaricia los octavos de final. En la pantalla se ve la jugada a tramos, un gol epiléptico con algo de épica y olor a aceite y cilantro.

Un bebé mira la pantalla desde los brazos de su madre.
Un bebé mira la pantalla desde los brazos de su madre.Adriana Kong

El segundo tanto ha sacudido a los transeúntes. Ahora sí, unos cuantos se acumulan en torno a los puestos callejeros con televisiones. De pronto, parece que el país ha recobrado la fe y un milagro es posible. “La gente había tirado a la toalla, pero sabemos que México siempre se levanta de la nada, así como en los terremotos”, se emociona Almaibón Nava mientras pela un pollo en su local y contempla el partido. La selección marca el tercero y se le escapa un grito que se ahoga rápido: el árbitro anula el tanto por fuera de juego.

Minuto 70. Andén del metro Balderas. “No mames. Van dos a cero”. Seis adolescentes que vienen de clase hacen corro en torno a un móvil y tratan de encontrar una retransmisión del partido, pero no lo consiguen. El tren tarda en llegar y ellos abandonan la estación en busca de un lugar donde ver el final del partido.

Minuto 95. Descuento. México tira de épica y se lanza con todo contra los saudís. Sudor, cansancio y un intento de sobrevivir a toda costa. Siete mexicanos siguen los últimos instantes del partido con gesto serio alrededor de un puesto de tacos cerca de la estación de Centro Médico. Dos de ellos se pasan la mano por los hombros y no quitan la vista de la pantalla. Aldawsari marca para Arabia Saudí. “Se acabó el Mundial”, murmura el más viejo. Un niño pequeño que come junto a su madre muerde la tortilla. El árbitro pita el final y nadie dice nada. México gana por dos goles a uno, pero la victoria de Argentina contra Polonia (2-0) les deja fuera del torneo. No hay grandes gestos, lágrimas, lamentos, insultos. Solo caras algo largas, resignadas. Encajan la derrota de pie, como viejos boxeadores que le han encontrado el gusto a besar la lona, con algo de rutina y costumbre, como una tradición más. Bocado a un taco de bistec.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país

Enlace a la fuente